Viernes, 19 de noviembre de 2010 | Hoy
MUESTRAS
La muestra Fragmentos de archivo y el libro Artecorreo, de Graciela Gutiérrez Marx, recuperan el tiempo aquel en que el arte y la resistencia se hacían también por carta.
Por Alejandra Varela
Viajar en barco a Europa en 1978, casarse con un alemán en inglés, parecen escenas de una película. Mucho más si la protagonista es una joven artista plástica que está descubriendo el artecorreo como un recurso de resistencia frente a la dictadura, como un modo secreto y sorprendente de gritar el dolor entre letras y estampillas en un espacio y un tiempo que no entienden de límites. La mujer de esta película real siente que debe dar a conocer el terror que se vive en la Argentina y se le ocurre navegar a Génova y enviar una grabación a sus contactos del artecorreo con un nombre y una dirección falsa. “No puedo hacerme dueña de la palabra de un pueblo que sufre desde adentro lo que guardo dolorosamente desde un afuera momentáneo. Cómo comunicar lo que sucede entre los aullidos/sirenas del estado de sitio y el dolor de las familias con hijos e hijas capturados por las patrullas infernales.” La voz de Graciela Gutiérrez Marx es tan real como ese tono de ficción que adquieren ciertas vidas intensas. Ahora ella abre su archivo de artecorreo y lo despliega en una sala del Macla, contenido entre vitrinas y arrullado en la canción de un poema dadaísta que Cecilia Cánepa lee en la presentación del libro Artecorreo. Artistas invisibles en la red. Vuelve por unas horas ese fervor de vanguardias que la ciudad de La Plata supo contemplar y que tiene en Graciela a una de sus testigos. En el libro se propone reconstruir un itinerario de la inabarcable historia del mailart, aquella que se enlaza con su biografía, que tiene su impronta y que dialoga en tensión con todos los otros relatos posibles.
En los años ‘60, Gutiérrez Marx es una de las pocas mujeres que se anima a internarse en la carrera de escultura de la Facultad de Bellas Artes. “En la cartera chanel, en vez de sacar pañuelitos y esas cosas, llevaba adentro el martillo, la tenaza, la lezna. No quedaba muy femenino. Además el solo hecho de estar trabajando con estructuras grandes, soldando, daba un aspecto medio raro. Por un lado, cierto temor, en los más tradicionalistas y, por otro, cierto desmerecimiento. Nuestro profesor, que era excelente, nos decía en el taller de escultura: ‘amasen, ravioleras’, cuando preparábamos la arcilla.”
La joven estudiante, hija única, ajena al atuendo y las modas de Bellas Artes, entendió que tenía que fortalecer su carácter para enfrentar estas obstrucciones. Correr a llorar al baño no era una alternativa, debía persistir y terminar la carrera. “El tema de la resistencia está a lo largo de toda mi vida y por eso entro tan bien en la propuesta del Artecorreo.”
Arrancar al arte la máscara de lo sagrado para salpicarla del barro de la vida es el clamor donde el objeto se convierte en palabra. La acción personal reemplaza al arte que agoniza expuesto como luminosa mercancía. “Manuel López Blanco, que me había elegido como ayudante de cátedra, fue mi primer gran maestro. El puso en crisis el rol del artista en la sociedad. Se lo dijo a toda la facultad pero a mí me pegó, según algunos mal, pero yo creo que bien. Siempre me estuve cuestionando, desde las primera muestras, para qué producía, ¿para vender? No me interesaba. Yo expuse en lugares muy buenos, me llegaron a invitar al Di Tella y dije que no, porque me di cuenta de que Buenos Aires no era para mí.”
Un espíritu revulsivo lleva a la creación constante. No se trata de una obra acabada bajo la autoría de un genio, sino de un arte de base donde florecen no artistas. El artecorreo es una fiesta permanente. Una red de amparo cuando la visibilidad es un peligro y una estrategia para lograr presencia frente a la desaparición, el silencio impuesto. Tiene la facultad de despertar al artista que hay en cada receptor. Ante la sorpresa de un envío postal que encierra una pieza artística a la que deberá agregar, emplastar como un collage infantil, tocar y pasar, la obra desaparece como marca para convertirse en regalo.
“Conozco a Edgardo Vigo en el Colegio Nacional. El hablaba del artecorreo, la poesía concreta, pero no me decía cómo hacer para conectarme. Cometió el error de llevarme a Buenos Aires y presentarme a sus amigos, entre ellos Horacio Zavala. A la segunda o tercera vez que hablamos me preguntó por qué no participaba y le expliqué que Vigo no me ayudaba, me decía: ‘Averigualo’. Entonces Zavala me prometió que iba a enviarme algunas invitaciones: te las ensobro y pasado mañana las tenés en tu casa. A mí me dio un ataque de pánico, porque yo nunca había recibido nada y lo primero que recibo es una invitación para participar en una muestra de sellos de goma. ¿Cómo los hacía? Le preguntaba a Vigo y me contestaba: ‘Yo no sé nada, que te explique Zavala’.”
Las pruebas implacables que ese mito platense del artecorreo llamado Vigo le impuso a Gutiérrez Marx iban hilando refinadas estrategias, como un combustible mágico que alimentaba su imaginación. Graciela reconoce haber tenido muchos Rodin en su vida, pero siempre salió victoriosa, eludiendo el destino de locura de Camile Claudel.
“A partir del lugar que me dio López Blanco supe enfrentar al hombre, porque él no era machista, como mi papá, que tampoco era machista; entonces yo no entendía lo que era ser machista. Manolo me trataba como correspondía, de igual a igual, aceptando mi condición de mujer. De allí salió la resistencia porque es un doble juego, vos te arrojás, te aventurás pero, al mismo tiempo, tenés que tener la fuerza para resistir y tratar de que eso no te mate. Sé que es un logro porque esto no te lo regala nadie, es un fuerte trabajo.”
El ensimismamiento de Ray Johnson, uno de los padres del artecorreo que hizo de la palabra nothing una bandera, para terminar convirtiendo su suicidio en un acto performático, contrasta con el aullido que le dio identidad a un grupo de artistas desplazados en los años de la dictadura. Cuando fueron echados de sus trabajos, cuando las muestras debían interrumpirse ante las amenazas, el artecorreo cobraba una fuerza inevitable. Llegaban sospechosas cartas de Europa del Este a la casa racionalista de Gutiérrez Marx. Alguna mañana de cumpleaños se sorprendió al encontrar una obra suya publicada en un exótico libro importado, logró enviar siluetas de desaparecidos con una leyenda que sostenía “testimonio de una poética de creación colectiva que no me pertenece”.
El jardín de infantes de su hijo fue la estación de un correo de cucarachas con la complicidad de un cartero poeta. Al llegar la democracia, Gutiérrez Marx buscó trasladar ese umbral de anarquismo inocente al centro de la calle.
“Ahora dicen que El Tendedero, poema colectivo colgante, es la primera intervención urbana que se hizo en La Plata, pero no fue premeditado, después se le dio ese nombre. Me salió porque convocan para el Primer Fogón de la Cultura Popular y la idea inmediata fue sacar los cuadros y las esculturas a la plaza. Yo dije no, se tiene que poder hacer otra cosa, porque estaba muy alimentada de lo que me llegaba de distintos lugares. Había visto la obra de Diego Barbosa en México, toda una procesión de gente debajo de un gran trapo pintado por ellos mismos y caminaban como si bailaran. Sacaba a mi madre a dar vueltas los fines de semana y, como venimos de un origen muy humilde, íbamos a los márgenes. Lo que más nos gustaba, algo que observé también cuando militaba en la villa, es cómo colgaban la ropa, yo también sé hacerlo muy bien, es colgarla como si la plancharas con la mano. Esa ropa tan bien lavada en el medio del barro.”
La compañía de la Tierra Malamada buscó ser una crónica visual de los desaparecidos vivos, aquellas personas que habían sobrevivido a la dictadura desde el exilio interno, alejadas de toda heroicidad, seres anónimos que se manifestaban colgando un corpiño de ama de casa con un cartel que señalaba: “Testigo transparente de los primeros biberones de mis mellizos. Viva el arte popular”.
Dentro de la multiplicidad de voces del Artecorreo, Gutiérrez Marx se encuentra con el artista italiano Bruno Talpo, al descubrir que la mayor obra de arte latinoamericano es la supervivencia. “Todavía sigo siendo la piba, a esta edad es tragicómico. Yo digo: ‘Che piba andá a comprar cigarrillos’. Pero no porque fuera más chica, sino porque me veían más chica en potencia.” ¤
La muestra Fragmentos de archivo puede visitarse en el Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano (Macla), ubicado en el Centro Cultural Pasaje Dardo Rocha calle 50 (6 y 7), sala 8, hasta el 28 de noviembre.
Para adquirir el libro Artecorreo. Artistas invisibles en la red, escribir a [email protected]
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