CINE
La célebre alejandrina Hipatia –matemática, astrónoma, filósofa entre los siglos III y IV de nuestra era–, que venía siendo reivindicada por feministas e historiadores/as, ahora tiene su película, una superproducción respetuosa con una intérprete convincente: Rachel Weisz.
› Por Moira Soto
Bastante más que “Togas y piedrazos” –como tituló con liviandad Clarín la despectiva crítica–, Agora, el reciente estreno cinematográfico dirigido por el español Alejandro Amenábar, narra con suficiente rigor histórico los últimos años de Hipatia, esa mujer que entre fines del siglo III y comienzos del IV (DC) pudo demostrar su genialidad en las ciencias gracias a que había recibido una esmeradísima educación por parte de su padre, Teon, destacado astrónomo y geómetra. Obvio que esta superproducción de 50 millones de euros dirigida al gran público se permite algunas licencias (inevitables por otra parte, ya que la data sobre Hipatia, por causa de la época y las circunstancias, presenta algunos baches, amén de relativa precisión en las fechas). Pero el film nunca traiciona ni la conducta ni el pensamiento de esta mujer que al parecer reunía todos los dones: talento, carisma, belleza...
Sin duda, hay una investigación minuciosa detrás del guión, del propio director y Mateo Gil, para dar cuenta de parte de la historia de Hipatia, también de la sociedad en la que vivía (donde todavía la esclavitud era tomada con naturalidad y donde las mujeres estaban guardadas en su casa, situación que se trasluce de forma contundente: solo se ve en la calle a cristianas), el avance imparable del cristianismo después de la victoria del converso emperador Constantino, el exterminio de paganos y herejes, el antisemitismo creciente. En este sentido, Agora no solo adopta un claro punto de vista feminista y progresista para trazar el retrato de Hipatia –una conmovedora interpretación de Rachel Weisz–, sino que se manda de lleno a denunciar el fundamentalismo y la intolerancia de la misma Iglesia que apadrinaría, unos siglos después, las Cruzadas y la Inquisición, apartándose años luz de las enseñanzas caritativas de Jesucristo.
En una de las instancias más dramáticas de la película, se asiste al saqueo y destrucción, por parte de la exaltada turba cristiana, de la Pequeña Biblioteca o Biblioteca-Hija de Alejandría, poseedora de cientos de miles de rollos valiosos, tesoro cultural perdido para siempre. La Gran Biblioteca de Alejandría, fundada en el III antes de Cristo, por Tolomeo, ya no existía en tiempos de Hipatia: había sido incendiada por las tropas de Julio César entre el 47 y el 48 (AC), y no por el califa Omar como sostuvo el mito (que se creyó el mismísimo Borges, citándolo en su poema “Alejandría 641 AD”). La Pequeña Biblioteca donde dictaba cátedra Hipatia –irónicamente, solo a estudiantes varones– reemplazó a la Grande a partir del siglo I AC y funcionaba en el Serapeum, templo consagrado a Serapio, divinidad egipcia que fusionaba a Osiris y Apis, identificada con Dionisos. Esta institución era muy recelada por los cristianos seguidores del arzobispo Cirilo, quien la consideraba un antro de infieles, un peligroso reducto de las ciencias paganas.
Allí era donde Hipatia enseñaba filosofía neoplatónica, astronomía y matemática. Allí fue donde, según sostiene la leyenda, ella –que había decidido no casarse para preservar su libertad– trató de ahuyentar a un discípulo enamorado entregándole un atadito de paños manchados de sangre menstrual (anécdota que recupera Agora). En este espacio magníficamente reconstruido mediante decorados reales (solo extendidos digitalmente en algunas escenas), un movimiento de la cámara muestra la biblioteca como el corazón de esa ciudad todavía marcada por la cultura helenística, antes de que el poder religioso sumado al político actuara para borrar el pasado aplastando el politeísmo pagano en favor del monoteísmo que implantaba la autodenominada única religión verdadera.
Hipatia, más brillante que su padre según testimonios escritos de sus discípulos, en una época en que las ciencias y la filosofía se confundían en la búsqueda de una misma verdad, enseñaba la obra de Platón y Aristóteles, la aritmética de Diofanto y las secciones cónicas de Apolunio. Se cree que un comentario sobre las Tablas de Tolomeo que se conoció bajo la firma de Teon le pertenece a ella. La furia dogmática de Cirilo, luego nombrado doctor de la Iglesia y canonizado, atizó a sus seguidores, que un día aciago de 415 o 416 de la llamada era cristiana, la apresaron en la calle y la lincharon de manera atroz. Cirilo no le perdonaba a Hipatia ni su condición de mujer, ni su influencia sobre algunos hombres importantes, como el prefecto Orestes, ni sus creencias diferentes.
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