PERFILES. SIMONE VEIL
› Por Marisa Avigliano
A Simone (Simone Annie Jacob, Veil es el apellido de su esposo) le gusta decir que tuvo una infancia feliz en la que su papá le leía los cuentos de Perrault y las fábulas de La Fontaine. Eran tiempos de juegos, de niñas exploradoras, de vacaciones en La Ciotat, en la playa y con los primos. Pero un verano –el de 1939– terminó mal, estaba con sus tíos cuando una escarlatina la mandó de vuelta a casa. Al abrir la puerta supo que había empezado la guerra y con ella el éxodo, el abatimiento y el silencio. La familia fue capturada y dividida, estuvo presa en el hotel Excelsior, en Drancy y en 1944 fue llevada a Auschwitz. Sus padres y su hermano Jean murieron, ella y sus hermanas Milou y Denise lograron sobrevivir entre los setenta y ocho mil judíos franceses deportados.
Simone describe la pestilencia de los cuerpos quemados en el campo de concentración, el humo que mantenía siempre oscuro el cielo y la humedad de los pantanos en su libro Una vida (un best seller en Francia, editado en Buenos Aires por Capital Intelectual), título homenaje a la novela que Maupassant escribió en 1883 y que narra, amparada detrás de ese artículo indefinido y sin ningún adjetivo, la historia de una mujer.
Después del horror llegó la recuperación ¿usar los vestidos de las que nunca volvieron era parte de esa enmienda? Atravesada por los restos del pasado descubrió su pasión por las ciencias políticas, estudió Derecho, se casó a los 19 años y tuvo tres hijos. Aquella joven lectora de Henry de Montherlant era ahora miembro de la Justicia francesa y un emblema de la década del setenta por ser la mujer que transformó la estructura hospitalaria gala pero por sobre todo porque fue quien logró la despenalización del aborto. Ministra de Salud durante el gobierno de Chirac, Simone recordaba muy bien a Marie-Louise Giraud, la lavandera de Cherburgo que fue condenada a la guillotina en 1943 por haber practicado veintisiete abortos clandestinos (Claude Chabrol la exaltó en Une affaire de femmes protagonizada por Isabelle Huppert) de modo que no sólo trabajó para lograr la ley de anticonceptivos sino que el 29 de noviembre de 1974 –con 284 votos a favor y 189 en contra– la llamada Loi Veil (Ley Veil) despenalizó el aborto.
Recuerda Simone: “En los meses y años siguientes, me acostumbré a escuchar decir a los hombres que me cruzaba por ahí y por allá: ‘Mi mujer la admira tanto’. No era difícil elucidar el sentido profundo de estas palabras: mi mujer la admira, yo no. En realidad esta ley nunca les interesó a los hombres. Como ocurría habitualmente, Jacques Chirac había resumido perfectamente la idea: el aborto es un asunto de mujeres”.
Con el pelo recogido que deja ver sus aros, la bisabuela Veil, la politóloga, la militante feminista, la muchas veces premiada por sus trabajos sobre adopción, administración penitenciaria y educación, presidió –entre 1979 y 1982 y a través del voto– el primer Parlamento Europeo y en marzo de este año ingresó a la Academia Francesa (es la sexta mujer que lo consigue). Con 83 años sigue dando batalla, desprecia La vida es bella de Roberto Benigni y se lamenta por no poder hacer algo para que cambie la situación de los gitanos en Francia, sabe que un deber de memoria une su destino con el de ellos y sabe también que no puede dejar de luchar porque Europa se nutre más de símbolos que de realidades. ¤
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