PANTALLA PLANA
Segunda temporada para tres familias de nuestro tiempo bien distintas entre sí, pero unidas por lazos de amor y de humor que reciclan la tradicional institución a través de la incombustible receta de la sitcom norteamericana.
› Por Moira Soto
La novedad de la serie Modern Family –que inició su segunda temporada el viernes pasado por Cityfamily– no radica ni en su formato (sitcom en registro de falso documental) ni en sus contenidos (organización de nuevas familias con gays plenamente incorporados/as: de Six Feet Under a Brothers & Sisters, entre otras producciones de TV, esta temática ya ha sido harto tratada), tampoco en la audacia de sus planteamientos. Lo desusado en todo caso es que se trata de una comedia de situaciones apta para público de todas las edades, en apariencia inocua, casi blanca, incluso un tanto pedagógica. Tras esa fachada amable y humorística, esta premiada comedia creada por Christopher Lloy y Steven Levitan e impecablemente actuada, habla de distintos grupos familiares: ensamblados, homosexuales, multiculturales, incluso alguno más tradicional (aunque actualizado), asimismo de la aceleración de la adolescencia, de la evolución de los rituales, de las nuevas libertades en ejercicio, de relaciones de convivencia y de parentesco que aspiran a ser democráticas y sinceras...
En la temporada 2 siguen en pie las parejas formadas por Jay (a quien en otras épocas llamaríamos el patriarca), divorciado y casado con la bomba colombiana Gloria, bastante más joven, que aportó un niño (Manny) a la unión; Claire (hija mayor de Jay), esposa de Phil, con quien ha tenido tres hijos: Haley, Alex y Luke; Mitchell (el otro hijo de Jay) en pareja con el querendón Cameron, padres adoptivos de Lily, niñita vietnamita que ya cumplió un año. Más desmarcada esta segunda edición del estilo doc, Modern Family sigue, sin embargo, apelando a las breves confesiones a cámara de los personajes adultos, un recurso funcional para que unos y otras revelen su verdadero yo, sus intenciones ocultas, sus flaquezas y deslices. Y, a la vez, apropiado para convertir al/la espectador/a en testigo, implicándolo/a en una zona más confidencial, generando una complicidad extra.
En el primer capítulo visto el viernes pasado, el pelirrojo algo esmirriado Mitchell y el gordito mimoso Cameron acaban de comprarle a Lily un gran castillo para armar y se disponen a construirlo, “algo que todo padre querría hacer para su hija”, dice a cámara Mitchell que se siente un diseñador porque alguna vez en la universidad colaboró en la realización de escenografías. Por su lado, Cameron tiembla porque sabe por experiencia de las torpezas de su compañero con las herramientas, especialmente la perforadora. Entonces, cuando le toca contar sus secretos, expresa un deseo: “Si llega a ocurrir un accidente grave, ojalá que me muera: no tengo pasta para convertirme en un admirable discapacitado”. El padre de Mitchell viene a devolver una cacerola y ofrece su ayuda para terminar de armar el castillo, pero Cameron le explica que el pelirrojo quiere demostrar solito sus habilidades: “Deporte y construcción con áreas que nos definen como integrantes del club de hombres. Mitchell quiere cumplir ese esquema”. “¿No fue en un club masculino donde se conocieron?”, bromea Jay. “No, en una orgía”, retruca el rollizo que ha dejado su trabajo por un tiempo para dedicarse a la crianza de Lily.
Con gracia e inteligencia, la sitcom puntualiza la forma en que los estereotipos sexuales que se pueden considerar obsoletos en los papeles prevalecen en la práctica. En una escena posterior, Mitchell se resistirá a responder a demostraciones públicas de afecto que le hace Cameron. Más tarde, este hombre bloqueado que ha recibido contadas muestras de cariño cuando era niño, reconocerá: “No soy el sujeto más efusivo, estoy trabajando en eso. No te des por vencido, amigo”. “No, jamás”, le asegura, por si hacía falta, el redondito.
El aprendizaje de vida alcanza a todos los personajes de Modern Family: Gloria, la colombiana joven y sexy no puede evitar los celos ni las actitudes sobreprotectoras cuando su hijo de 10 cancela un compromiso con ella para irse al cine con una compañera del colegio. Claire no quiere desprenderse de un viejo coche en el que pasó momentos felices, entonces Phil –el padre que se quiere cool– organiza una excursión como en los viejos tiempos –la familia completa, con hamburguesas y gaseosas–, que obviamente no resulta todo lo idílica que imaginó Claire: entra una araña en el auto, Luke vuelve a vomitar como cuando era chiquito, las puertas se resisten a abrirse, el coche se despeña. Conclusión: más vale no pedirle al tiempo que vuelva...
En esta serie todos/as aprenden de todos/as. Pero sobre todo padres y madres aprenden de hijas e hijos. Jay acepta que no supo manifestarle su amor a Claire y Mitchell porque él, a su turno, sólo recibió un único beso de su padre, por equivocación, además. El avispado Manny no para de descubrir los trucos de su madre. Las apenas adolescentes Haley y Alex advierten pronto que su progenitora no fue la santita que intenta venderles... Cuando Claire encuentra mensajes de un chico en el celular de Alex, intenta acercársele: “¿Hay algo que quieras decirle a mamita?” A lo que responde sabiamente la chica: “Sí, que no te digas mamita”.
Moder Family, los viernes a las 20 por Cityfamily.
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