DIEZ PREGUNTAS > A VIRGINIA CROATTO
› Por Laura Rosso
—En 1978. La intención era cuidar a los hijos de los militantes que entraban al país a seguir la “lucha” contra la dictadura. Conociendo los riesgos que los niños corrían en Argentina, se buscó un modo de preservar a los hijos de los militantes.
—Muchas cosas, sobre todo las sensaciones, colores y olores. Los juegos, los aprendizajes, las fantasías, lo más fuerte era la relación con los otros chicos. Me acuerdo de detalles, las canciones cubanas me suenan aún hoy en el oído. Los juegos, por ejemplo, competíamos por ver quién tenía un tío en Argentina que hacía aparecer más gente; de algún modo estaba la ambigüedad que la gente desaparecida iba a aparecer cuando se ganara. Todos debemos haber jugado a la guerra en la infancia, en esa época jugábamos a que le ganábamos a los malos, que nos teníamos que preparar para ganarles. Así que había que acumular armas, que eran, por supuesto, ramas, juguetes, etcétera. También la sensación de vivir en colectivo, rodeados, en muchedumbre. Me acuerdo que hacíamos las cosas entre muchos, que teníamos explicaciones compartidas.
—Tristeza: Cuando me enteré de que todos nos íbamos a morir. Yo estaba en México, visitando a mi abuela, que no podía ir a Cuba. Ella me lo contó, hasta ese momento yo pensaba que si no te mataban, no te morías, me encerré en el baño a llorar. Alegría: el viaje de vuelta a Argentina, no sé qué pensaba, pero estaba aterrada y feliz. Cuando la maestra cubana le contó a mis compañeros que yo me venía para Argentina, estaba feliz.
—A los siete. Cambió todo. Durante mucho tiempo añoré vivir en Cuba, fue extraño volver, no poder contar lo que había pasado, fue una época difícil para todos los que regresaron y para muchos. Empezar de cero, tengo la imagen de mi vieja remando para volver a empezar, vivir en lo de mis abuelos hasta poder mudarnos solos, ya no estábamos transitorios, ahora se comenzaba a construir la vida acá. Dejábamos de fantasear, ahora ya estábamos. Fue duro, porque me había imaginado todo rosa, y bueno, yo hablaba como cubana, me cargaban, tuve que dejar de hablar así...
—Uff... La pregunta del millón. No puedo sintetizar una respuesta, depende de los días, los momentos, creo que es muy difícil —casi imposible— hacer un solo análisis desde hoy. Se modificó mucho todo, cambió el modo de pensarse uno mismo en lo social. Rescato la valentía de pensar, de intentar, de poner el cuerpo en la acción, de creer, comprometerse, “ir a por ello”. Claro que hubo muchos errores, es necesario pensarlos, repensarlos. Pero ese análisis merece un tiempo más tranquilo. Intento escaparle a la linealidad, y para opinar públicamente, me parece que hay que ser cautelosos o saber más de lo que yo sé sobre la situación política. Obviamente, tengo mi opinión, una especie de análisis histórico propio sobre la época. Me interesa la complejidad del tema, eso hace que no pueda sintetizar tan fácilmente, por ejemplo, la contraofensiva. Creo que muchos compartimos que fue un error, desde el punto de vista estratégico. En mi opinión, los militantes que vinieron no lo hicieron “a ciegas”, sabían qué hacían, conocían los riesgos y, aun así, decidieron venir. ¿Se entiende? El análisis que carga toda la responsabilidad en la conducción, a mi juicio, deja a los militantes que decidieron venir como incapaces, como imbéciles, yo no creo eso... Eran militantes, decidieron venir a intentar algo más contra la dictadura. Me parece que esos análisis de algún modo nos tranquilizan, están “los malos” y están los “buenos” engañados o traicionados, y yo creo que no fue así.
—Porque creo que la historia condensa muchas cosas. Me parece una historia muy interesante, no me refiero a la mía personal, sino a las historias de esos niños a partir de la decisión de sus padres. De algún modo, compartimos nuestra infancia y ahora cada uno ha construido un camino distinto. No hay condicionamiento posible allí. Está bueno eso. Está bueno sentir que somos gente feliz, que tenemos nuestros propios proyectos, enérgicos, que vivimos con la historia a cuestas, pero que hemos hecho algo propio —cada uno— con ella.
—La infancia, con lo que tiene de común y de diverso con otras. Hacíamos cosas de niños, dentro de esas cosas, la realidad se entremezclaba en esos juegos típicos de la infancia. Como dice Andrés (Longares), mientras la vivíamos era una infancia dentro de lo común, después vimos las diferencias.
—Sobre los relatos de las personas que vivieron su infancia en la Guardería. Hay dos líneas que pueden ordenar, una tiene que ver claramente con el pasado, con la infancia en directo, la otra con el presente, y allí se divide el relato sobre el pasado desde el hoy y lo que cada uno ha hecho con ello en su propia actualidad.
—El mayor desafío sigue siendo hacerla. Creo que el desafío es animarme a decir públicamente. Siempre me dio miedo que no se entendiera, si lo descontextualizás, lo simplificás; se puede pensar en un orfanato y eso es exactamente lo que no era la Guardería. Por otro lado, me importa mucho que los demás chicos, que ya no lo son, se sientan identificados, aunque no compartan todo —es imposible— lograr trasmitir cuestiones comunes.
—No puedo pensar mucho en el público. Me muero de miedo si pienso en eso. Sé que es una película que tiene un público determinado, no es masiva. No porque sea especial el tema de por sí. No mueve mayorías, la mayor ampliación del público interesado de antemano es el objetivo.
* La ópera prima de Virginia Croatto La Guardería de Montoneros: Recuerdos de una infancia cubana (con guión de Gustavo Alonso y coproducción de Felicitas Raffo) está en la etapa de preproducción y es uno de los proyectos seleccionados en el Doc Buenos Aires/Latin Side of the Doc. Virginia es hija de Susana y de Armando Croatto, ex diputado de la Juventud Peronista y miembro de la organización Montoneros que participó de esa frustrada intención de regresar clandestinamente a la Argentina. Virginia estuvo en La Guardería de La Habana en Cuba durante casi cuatro años.
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