PANTALLA PLANA
Ya comenzó el nuevo ciclo de TCM que rescata una serie de 50 films para ver antes (en lo posible, mucho antes) de morir, yendo con regocijo y desprejuicio cinéfilos de género en género y de una época a la otra, casi sin salir de la producción norteamericana.
› Por Moira Soto
“Vedere Napoli e poi morire”, dicen que dijo Goethe abrumado de belleza, aunque la trajinada frase también se le atribuye a Stendhal y a Alejandro Dumas, mientras que los propios interesados, los napolitanos, alegan que la expresión viene de más lejos en el tiempo y que pertenece a algún antepasado del lugar en cuestión... Sin ánimo de competir con esa grandiosa ciudad italiana sino, quizá, más bien con la Arcadia que proponía Guillermo Cabrera Infante como territorio de pura felicidad cinéfila en la recopilación de sus conferencias, la señal de cable TCM está programando el ciclo “Las 50 películas que deberías ver antes de morir”, en su cuarta edición (es decir, que con esta entrega ya sumamos 200 films presuntamente dignos de ser visionados mientras estemos con vida terrenal).
Así pues, hasta el 30 de diciembre habrá todas las noches –incluidos sábados y domingos– doble función, un menú fílmico bastante ecléctico que arrancó la semana pasada con el magnífico western barroco pasional Johnny Guitar (1954) y que culminará con una de las piezas maestras de Hitchcock, Pacto siniestro (1951), inspirada en la novela de Patricia Highsmith, Extraños en un tren (jueves 30 a las 23.30). Vale destacar que la selección es variopinta y –naturalmente– responde al stock de TCM, por lo que no es de sorprender que figura una casi absoluta mayoría de producciones estadounidenses. Y si bien hay en esta lista títulos de alto prestigio (¡incluido un Orson Welles!), no faltan varias muestras de culto del género fantástico (que nunca encontrarían lugar entre las 10 mejores de la historia que suelen votar regularmente los críticos de mundo), algunos clásicos de aventuras sin más, comedias bien diversas, dramas con música, un superwestern, cine negro de primera...
En el lote de cine fantástico descuella gloriosamente El ladrón de Bagdad (1949), un primor en el que metieron mano más de tres directores, pero que terminó portando la firma del genial inglés Michael Powell, responsable de la maravillosamente significativa imagen inicial de la embarcación del malvado mago Jaffar, que se acerca hasta que el ojo pintado en la proa invade toda la pantalla. Encantador relato “miliunanochesco” sobre las peripecias de un príncipe convertido mediante hechizo en mendigo ciego y un ladroncito en su fiel perro, un cruel visir, una princesa enamorada que huye travestida, genios que brotan de botellas, caballos, alfombras voladoras y un rubí prodigioso, el ojo que todo lo ve, que Abu el ratero debe encontrar en un templo perdido en el techo del mundo, custodiado por una gran araña... Un deleite genuinamente mágico (sábado 18 a partir de las 23.30).
Entre otras muestras del género que sabrán apreciar los/as incondicionales, irrumpe Poltergeist (1982), la primera de la serie, dirigida por el siempre un toque subversivo Tobe Hopper, que aquí se impone a la catarata de efectos especiales (Steven Spielberg en la producción y la compañía Light & Magic, de George Lucas, en los fuegos de artificio), para contar la historia de una tranquila familia de rutinas establecidas que es intrusada (diría un cronista de la TV local) por fuerzas sobrenaturales, reconocidas en primera instancia por la hija menor, cuando una noche se acerca al televisor que había quedado encendido. “Ellos están aquí”, le avisa sin asustarse la niña a su madre. El problema es que luego “ellos”, esta gente de ultratumba, finados que se fueron con la sangre en el ojo, tratan de adoptar por la fuerza a la chica Carol Ann, y una enana parapsicóloga (inolvidable Zelda Rubinstein) descifra algunas claves (hoy a las 23.30). En registro de franco humor negro tenemos a los malignos, taimados, graciosos y muy peligrosos Gremlins (1984), liberados por Joe Dante. Animalejos voraces que se reproducen geométricamente a partir de un ejemplar que un padre regala a su hijo en una cajita agujereada, y obvio que el crío no cumple las indicaciones de no mojarlo, no darle de comer después de medianoche, no exponerlo a la luz... (sábado 25 a las 23.30). Asimismo, podría incluirse dentro de las películas fantásticas del ciclo a Ed Wood (1994), esa recuperación entrañable del singular realizador histórico del título, hecha por Tim Burton, quien a la vez rinde un sentido tributo al conde Bela Lugosi, ya viejo y quebrado en los ‘50, pero fiel a usos y costumbres del vampirismo en su vida privada, una alucinante caracterización de Martin Landau (jueves 23 a las 22).
El miércoles 22, vía Internet (www.tcmla.com), el público podrá votar varias candidaturas con la rúbrica de Roger Corman, a saber: dos lecturas libres de Poe con el príncipe Vincent Price, La caída de la Casa Usher (1964), donde una estirpe maldita se va desintegrando ante nuestros ojos entre cortinados de terciopelo rojo; y la suntuosa La máscara de la muerte roja (1964), baile de disfraces en un castillo mientras en las afueras avanza implacable la peste. Las otras posibilidades: La tiendita de los horrores (1960), la originalísima hecha con un mango partido al medio y alocadas ideas acerca de plantitas carnívoras, con Jack Nicholson asomando su joven y bonita nariz; El hombre de los ojos de rayos X (1963), con Ray Milland primeramente aprovechando las ventajas de un colirio que le permite ver más allá de la superficie de las cosas, hasta que la profundización de su visión se vuelve una atroz tortura.
El western está estupendamente representado por Pasión de los fuertes (1946), de John Ford, con Henry Fonda perfecto como el atildado pero vengativo sheriff Wyatt Earp, uno de los protagonistas del mítico duelo de OK Corral (a fines del XIX), estudiada coreografía magistralmente filmada (lunes 20 a las 22). Las aventuras marítimas navegan en versión seria y metafísica con Moby Dick (1956) de John Huston (domingo 26 a las 23.30), y más gozosamente en El capitán Blood (1935), con el sexy piratón Errol Flynn batiéndose por el amor de la dulce Olivia de Havilland (viernes 24 a las 22). Y si hablamos de deleites humorísticos, hay que alabar a Un ladrón en la alcoba (1935), irreverentísima realización de Ernst Lubitsch que narra las andanzas de una gentil pareja de estafadores que se emplea en casa de una rica y joven viuda con intenciones de desplumarla. Con la elegante malicia que siempre lo distinguió, Lubitsch sortea las vallas de la censura del momento para atentar contra distintas formas de la hipocresía institucionalizada (martes 21 a las 23.30).
Por su parte, Woody Allen en su período feminista (cuando aún se llevaba bien con la madre adoptiva de Soon-Yi) brinda una versión aggiornada, neoyorquina y optimista de las tres hermanas chejovianas en –¿hace falta aclararlo?– Hannah y sus hermanas (domingo 26 a las 22). Más cerca del melodrama, la sensitiva Judy Garland –en una soberbia actuación, aunque ese año Grace Nelly le robó el Oscar– es la ascendente cantante de Nace una estrella (1952), el miércoles 22 a las 23.30. En plan de drama con música (de Maurice Jarre), pero histórico y tirando a épico, con presupuesto fastuoso, se perfila Doctor Zhivago (1965), de David Lean, con la divina Julie Christie como Lara, y un gran reparto donde relucen los ojos locos de Klaus Kinski (lunes 20 a las 23.30).
Diferentes gamas del negro, todas recomendables para ver antes de morir, a partir de Enemigo público (1931), relato seco y trepidante de la carrera de un gangster (extraordinario James Cagney, encabezando por primera vez) lanzado a vengar la muerte de un amigo en tiempos de la Ley Seca y el negocio clandestino del alcohol. Retrato sin complacencias del crimen organizado y del malestar social durante la Depresión (jueves 23 a las 23.30). La dama de Shanghai, de Welles, es un fascinante experimento fílmico que desglamoriza a la bella Rita Hayworth y la hacer morir acribillada en un juego de reflejos (lunes 27 a las 22). En Caracortada (1983), Brian De Palma se manda una relectura virtuosa y sofisticada desde lo formal sobre gente viciosa y vulgar, haciendo estallar el original de Howard Hawks, de 1932 (sábado 18 a las 22). La mentira maldita denuncia las manipulaciones inmorales de la prensa amarillista, tema de suma vigencia, con memorables laburos de Tony Curtis y Burt Lancaster, en una NY hermosamente fotografiada (domingo 19 a las 23.30). El buscavidas (1961) es el antecedente directo de El color del dinero (1986, de Scorsese), presentando al juvenil jugador de billar Eddie Felson, irresistible perdedor con la mirada de Paul Newman, compartiendo ganancias con su partenaire y encontrando un gran amor sin futuro en una prostituta minada por el alcohol y por un tremendo desencanto de vivir (martes 21 a las 22).
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