Vie 24.12.2010
las12

EXPERIENCIAS

La vida después

¿Cómo seguir adelante cuando el compañero o la compañera ya no están? ¿Cómo hacerlo cuando cada paso que se da recuerda la ausencia? Entre el compromiso por seguir trazando el mismo camino que se hacía con la huella de dos y la necesidad de seguir inventando otros nuevos, mujeres que, igual que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, perdieron a quien había transitado con ellas, codo a codo, tanto la vida como el trabajo o la militancia relatan las estrategias que les permiten valorar el amor que compartieron por sobre el dolor y hablan de la fortaleza necesaria para seguir adelante.

› Por Sonia Tessa

Un desgarro que cala hasta el hueso o, como escribió el poeta español Miguel Hernández, “un manotazo duro, un golpe helado/ un hachazo invisible y homicida”. Para cualquier persona, la muerte de su pareja es una mutilación que cambia en un instante –aun cuando sobrevenga luego de una larga enfermedad– todo proyecto de vida posible. Nunca más la persona amada estará allí para compartir aquello que se había planificado, ni los gestos cotidianos. No habrá más mates por la mañana, lectura de diarios compartidos, viajes comunes o caminatas envueltos en los mismos sonidos y perfumes. En estos días, además, esa persona no ocupará nunca más el lugar acostumbrado en la mesa para las cenas de Nochebuena y Fin de Año, no hará los chistes de siempre, no tomará ese champagne ni pellizcará el pan dulce. Las fiestas son un momento difícil del duelo, porque la ausencia se hace contundente. Nada será igual, y esta es la primera Navidad diferente. Porque, más allá de los recursos personales que cada persona tenga, el duelo es intransferible. “Una parte de mí se quedó con él en Río Gallegos”, dijo la presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner apenas cinco días después de la muerte de Néstor, a quien calificó como su “compañero de vida, de ideales, de lucha”.

Las palabras justas, como siempre, esta vez para darle sentido al dolor más profundo. Poco más de un mes ha pasado. La semana pasada, el martes 14, la Presidenta volvió sobre su duelo: “Quiero decirles algo, con todo el dolor que llevo adentro, con toda esta inmensa tristeza que tengo por la pérdida irreparable, quiero darles la garantía de que voy a seguir inquebrantablemente frente a mi pueblo, frente a nuestra sociedad, gobernando”. En este tiempo, la Presidenta aventó cualquier duda, sin renunciar nunca a mostrar –de manera pudorosa, pero mostrar al fin– su dolor por la pérdida del compañero. Ella, que debe cuidarse de mostrar la menor debilidad, agradece las muestras de cariño recibidas pero sabe –cómo no saberlo– que nada ni nadie puede atravesar por ella el abismo que significa esa ausencia definitiva. Ella, que rompe moldes y estereotipos de género, es también una viuda que deberá reconstruir su cotidianidad cercenada.

El indeseado duelo tiene sus tiempos y demanda esfuerzo. Ninguna mujer quiere ser viuda. Pero a muchas, la vida las pone en esa situación. En el libro Ser viuda: de la pérdida a la reconstrucción, de la licenciada en psicología Esther Moncarz, se consigna: “Un estudio (Women 2000, 2001) estima que entre el 7 y el 16 por ciento de la población adulta femenina de todos los países está constituido por mujeres viudas, y que entre ellas se encuentra el porcentaje más alto de mujeres pobres del mundo. Esta proporción aumenta a un tercio, en todos los países, en la población femenina mayor de 65 años”. Esas mujeres enfrentan “el dolor y el desafío: el dolor de la pérdida y el desafío que supone la pelea por la vida”, según dice el mismo libro.

Que la Presidenta sea una mujer excepcional no la salva de las inclemencias del duelo. “Cristina es una persona especial, con una vida especial. Puedo decir que la viudez significa perder la cotidianidad, todo lo habitual, lo que significa despertarse a la mañana y acostarse a la noche con la misma persona, además de todas las cuestiones que se comparten en la vida, los proyectos, la historia, los hijos”, apuntó Moncarz en diálogo con Las 12. Cuando la pareja –la persona que se eligió para vivir la vida– muere, “la sensación es que el mundo se transformó y está devastado. Son muchas las pérdidas que se generan con la pérdida de esa persona que fallece”. También, claro, aparecen la resiliencia –la capacidad de convertir el dolor en fuerza para avanzar– y la cuestión del legado. Político en este caso. Honrarás a tus muertos, es un mandato atávico. Al que la Presidenta –Cristina, la mujer– vuelve una y otra vez. Quedó aquí para honrarlo a él (dice poco su nombre, es él).

EN LA MONTAÑA RUSA

El dolor íntimo, lacerante, se siente durante mucho tiempo. La investigadora, especialista en telenovelas, Nora Mazziotti perdió hace poco más de un año a su compañero de 32 años, el analista cultural y escritor Aníbal Ford. “Me pasé meses llorando, algo que Cristina no pudo hacer. Fueron seis, siete meses duros, durísimos. Me pasaron incluso cosas corporales. Me caía por la calle, sentía que había perdido el eje, el equilibrio”, abrió su corazón para Las 12 la autora del libro Telenovela: industria y prácticas sociales, y de la novela reciente La cordillera, que su compañero llegó a leer antes de morir.

El primer paso del duelo es la aceptación. “El no querer aceptar la realidad, que es muy dura, la verdad que es devastadora esa sensación que a veces se traduce en una sensación de perder una parte del propio cuerpo”, señaló Moncarz.

Desde su propia experiencia, Mazziotti completó: “Es muy duro y además Aníbal estuvo un año y medio enfermo, pero nada te prepara para la muerte. Es cierto que yo lo fui despidiendo, que sabía que él se moría, y lo hablábamos. Nos pudimos decir mil veces cómo nos quisimos, y qué bien que la pasamos en tal lado o tal otro. Pero... esos que dicen que es mejor porque te vas preparando. No, no es así. No sabés lo que es la muerte, mientras él estaba, aun cuando estuviera internado, yo lo tocaba y él estaba tibio. Después, no está nunca más, nunca más”. Y cuando la muerte llega, por sorpresa o no, es como un rayo que parte la vida en dos.

Dueña de su proyecto personal, Mazziotti expresó con claridad que ningún consuelo resulta suficiente ante la muerte del compañero. “Tengo mi laburo, tengo la literatura, que recién ahora publico, tengo cuatro hijos, tengo tres nietas, pero nada lo reemplaza. Mucha gente me dice: ‘Ah, pero tenés las nietas’. Pero a veces no tenés ni ganas de ver a las nietas”, graficó. Mazziotti y Ford tenían –cada uno– dos hijos de parejas anteriores, y juntos concibieron otros dos. “El fue absolutamente el padre de los seis”, reconoció su compañera.

Después de la muerte de Ford, ella demoró unos meses en recuperar ciertos ritos. “Salvo ir a trabajar, todo el resto estaba entre paréntesis, dependía de cómo me sentía en el momento. No podía planificar porque de golpe llegaba la hora de salir y me sentía un trapo, no me podía mover. Porque además, estaba ocupada con el duelo. No es que no estás haciendo nada, estás elaborando la pérdida”, reflexionó, al tiempo que planteó las diferencias de la Presidenta con cualquier otra mujer. “Cristina no puede hacer eso, no puede decir que suspende las actividades”, apuntó, para remitir nuevamente a su experiencia: “El ánimo es como una montaña rusa, un sube y baja. De golpe, te encontrás llorando a moco tendido”. Desde su trabajo profesional, Moncarz subraya: “Para quien transcurre por estos andariveles, es un tránsito difícil, que demanda mucho trabajo psíquico, mucha energía”.

Como un hilo invisible, justamente en la noche del 27 de octubre, Nora Mazziotti sintió con fuerza la necesidad de su compañero. “Cuando fui a la Plaza de Mayo, el día que murió Kirchner, al volver a casa, iba subiendo la escalera y me dije que necesitaría el abrazo de Aníbal. Fue una sensación profunda porque, además, seguramente hubiéramos ido con él a la Plaza”, confesó Mazziotti.

EN LA MISMA PLAZA

Valentina, la hija de 20 años de Matilde Bruera y Rodolfo Shcoler, también fue a despedir al ex presidente a la Plaza de Mayo. Hace siete años, el 20 de julio de 2003, Rodolfo murió, con 48 años. Matilde y Rodolfo estuvieron casados durante 20. Fueron compañeros de vida, de militancia en la Universidad, en el Colegio de Abogados y en los organismos de derechos humanos, en la incansable búsqueda de justicia por los delitos de lesa humanidad. El día que Néstor Kirchner murió, Matilde recordó la emoción que sintieron los dos el 25 de mayo de 2003. Su compañero ya estaba en cama, enfermo, y vieron juntos la asunción del presidente argentino. “Nos emocionamos mucho porque en algo nos hacía acordar a Héctor Cámpora, venían los presidentes de Latinoamérica. Estaban (Hugo) Chávez y Lula. Rodolfo quiso ir a la asunción de Lula, pero no pudo porque justo le dieron el diagnóstico de su enfermedad y comenzó el tratamiento. El solo discurso que planteaba Kirchner era distinto, y esas presencias... Lo único que Rodolfo disfrutó del kirchnerismo fue la asunción”, recordó Bruera, enlazando lo personal con lo político, como hizo durante 20 años con su compañero.

“La viudez es muy dura. Es la pérdida del compañero de vida, con el que uno armó todos los proyectos. También es duro porque hay que seguir adelante con lo cotidiano, con mi hija fundamentalmente, que entonces tenía 12 años, con el trabajo, y a su vez, cuando se comparte la militancia, una se siente con la responsabilidad de sostener todo lo que no puede sostener más quien no está”, dice Bruera, actual Defensora Oficial del Tribunal Federal Oral de Rosario. La Presidenta lo sabrá de sobra.

Siete años después de la muerte de Rodolfo, todavía le cuesta adaptarse a los viajes sin su compañía. “Extrañé y sigo extrañando las vacaciones, porque la pasábamos muy bien juntos, nos gustaba mucho viajar, disfrutábamos. Sigo viajando cada vez que puedo, pero ya no está el compañero con el que se disfruta tanto, se conocen las cosas que te gustan, qué es lo que hacés y qué es lo que no hacés. Es muy difícil, eso es lo que más extraño, además porque con Rodolfo nos divertíamos mucho, y bueno... Nosotros los viajes los proyectábamos todo el año, los armábamos, éramos aventureros. Ahora tengo que buscar con quien viajar, y a veces, viajo sola”, comparte.

El 31 de agosto del año pasado comenzó el primer juicio contra genocidas en Rosario. Ese día, Matilde ingresó como público en la sala de audiencias y sintió con fuerza la ausencia de su compañero, que tanto había hecho para lograr ese juicio. “Ese día, yo dije: ‘Puta, no puedo ver esto’. Con Cecilia Nazábal, una compañera, nos abrazamos y lloramos, no nos dijimos nada, pero yo sé que las dos lamentábamos que Rodolfo no pudiera estar allí”, apuntó sobre los momentos en los que se hace presente el agujero negro que significa la muerte. Algo similar le pasó a la Presidenta cuando volvió al Luna Park. “No me la hagan difícil, la última vez que estuve acá, él estaba conmigo. Ayúdenme a hablar bien”, dijo como un ruego.

A Bruera la emocionó especialmente el primer discurso de Cristina Fernández de Kirchner tras la muerte de su compañero. “Me impactó mucho una frase que ella dijo, que una parte de ella se había quedado en Río Gallegos. Cuando murió Rodolfo me pasó exactamente lo mismo, yo tuve la sensación de que una parte de mi historia, una parte de mí se había muerto, pero la parte que queda viva es la que sale adelante”, apuntó.

DOLOR Y DIFICULTAD

“No es mi momento más difícil, sino el más doloroso”, dijo Cristina Fernández en cadena nacional, antes de agradecer, en su primer mensaje tras la muerte de su amado. Allí, Moncarz apunta otra fortaleza, entre tantas, de la Presidenta. El funeral masivo, los gritos de “Fuerza, Cristina”, también le dan una herramienta para afrontar el duelo. “En su caso, hay un acompañamiento que no existe nunca en una mujer que queda viuda, desde el familiar y de su red de afectos, al acompañamiento social de toda una comunidad que está transmitiéndole y tratando de compartir con ella este dolor”, agregó. Claro que el dolor íntimo es sólo de ella.

En ese sentido, Moncarz consideró que la presencia masiva en la Plaza de Mayo tras la muerte de Kirchner fue un puntal, no sólo político. Es que los vínculos son necesarios para aceptar la ausencia y proyectar nuevamente la vida. “Para alguien que transita un duelo, si hay algo que es importante son las redes sociales. Pasado el primer momento, donde se produce una situación de mucho encierro, es importante contar con una red social de sostén de amigos, de amigas, de parientes que acompañe, que hace menos doloroso el dolor”, afirmó Moncarz.

LA FORTALEZA

Fuerza es lo que le transmitió y al mismo tiempo le pidió la movilización popular a la Presidenta. Está claro que la tiene, y también que le hará falta. Aunque la política no sea su disciplina, Moncarz hace también una lectura de género. Los estereotipos que la Presidenta no encarna, sí impregnan los artículos de analistas políticos y periodistas que durante su gestión la acusaron de títere, pero antes –en el gobierno de su esposo– ponían el grito en el cielo por la influencia que ella tenía. Y apenas murió su marido pretendieron darle instrucciones, o poner en cuestión la gobernabilidad. “Esa duda, además, desconoció que ella ya viene gobernando, con mucha solvencia y con mucha eficiencia. No era el títere de Néstor. No es que deba enfrentar o afrontar un lugar nuevo, lo nuevo es su condición de viuda, la pérdida. No es tipo Isabelita, que fue a hacer algo que nunca había hecho y no tenía idea de cómo se hacía”, observó Moncarz. Los hechos posteriores dejaron al descubierto las intenciones de quienes escribieron en esos primeros días.

Las decisiones que la Presidenta debe tomar cada día suman exigencia, pero significan también un lugar donde plantarse. “Salvando las distancias, atender a las cosas concretas y materiales de las demandas que plantea la vida es algo que cualquier mujer que transite un duelo debe pasar, y es recomendable. Porque la acción de dar esas respuestas también fortalece, en el sentido de que esa sensación de extrema vulnerabilidad, de ‘Qué hago ahora con mi vida y qué hago con todo esto’, se va mitigando y va reforzando la potencia de la persona”, expresó Moncarz. En esa acción cotidiana, empieza la reconstrucción: “Se rearma en la salida de la impotencia, porque la muerte deja en una situación de impotencia a todas las personas”.

A Matilde Bruera las especulaciones posteriores a la muerte de Kirchner también le trajeron recuerdos personales. “Es una cuestión de género muy fuerte, que siempre se piensa que cuando una mujer se destaca en algo, el que está en primera línea es el hombre, y no es así, porque Cristina tiene una capacidad política enorme y una actuación independiente de él”, afirmó Bruera. Cuando escuchó los “consejos” a la Presidenta, Bruera lo relacionó con su propia experiencia. “Siempre se piensa que el duelo es una retirada, y nada que ver, el duelo es tomar conciencia de que la vida sigue. Si la mujer tiene que luchar el doble para alcanzar la ubicación social que tiene el hombre, tiene que luchar cuatro veces más cuando es viuda, porque el discurso paternalista dice que no va a poder, que la política la hacía el hombre. Todos esperan y también incitan tu retirada”, reconstruyó.

Ni siquiera por un instante, a ella, en aquellos días fríos de 2003, se le cruzó por la cabeza abandonar lo que se había construido durante una vida en común. “Tampoco hay opción de retirarse a llorar, porque uno tiene que seguir trabajando y tiene que seguir adelante con los hijos, en mi caso con mi hija. Es mucho lo que hay que sostener, el hogar, la casa, lo personal, y el trabajo, además de luchar contra ese discurso paternalista que siempre pugna por retirarte. Especulan con que vos te vas a retirar de muchos espacios. No sólo que no me retiré, sino que seguí militando en todo lo que militaba, y ahora trabajo y aporto en materia de derechos humanos en otros espacios, pero nunca dejé de trabajar ni de militar, y eso me ayudó a reconstruir la vida y a tomar conciencia y demostrar que la vida continúa”, apuró sus definiciones Bruera, que nunca sintió deseos de abandonar. “Al contrario, mi bronca era seguir y no tenerlo al lado”, rememoró.

UN LUGAR DEVALUADO

Una mujer no está viuda, es viuda. La viudez no es un tránsito, sino una condición permanente. Desde su trabajo profesional, Moncarz consideró que en el imaginario social juegan los estereotipos. “Una mujer sin un hombre pierde su identidad, quién es una mujer sin un hombre. Y la misma devaluación de la palabra viuda –y de su lugar– tiene que ver con la idea de que no se puede ser una mujer sin un hombre”, confió Moncarz. En su trabajo con grupos de mujeres que perdieron a sus esposos, descubrió que la palabra viuda tenía connotaciones negativas para las participantes. “Ni me nombres esa palabra, me decían las pacientes. Significa ser vieja, ser desvalida, no tener a nadie, es la imagen del desamparo. Creo que condensa lo que supone haber perdido ese vínculo y quedar en una situación de mucho desvalimiento y carencia”, reflexionó.

Más allá del alcance de la denominación, el duelo tiene sus tiempos. El primer paso es aceptar la pérdida, y luego vendrá la etapa de expresar el dolor. En ese punto, la Presidenta añadió valentía, al mostrar su padecimiento. “Muchas veces, la sensación es que el dolor queda para lo íntimo. Creo que además Cristina es muy especial, en el sentido de la fuerza que tiene”, reflexionó Moncarz. Con el tiempo, llegará a adaptarse a un mundo con la ausencia del ser amado. Al final, si las etapas pueden ir cumpliéndose, se reformularán los afectos, para seguir viviendo. El amor seguirá existiendo, siempre en pasado. Quedarán los recuerdos compartidos. Y un día, con una sonrisa, volverá a la memoria aquel chiste, aquella ocurrencia, aquel momento de complicidad, el dolor pesará menos.

ARTE EN CARNE VIVA

A Mazziotti, ciertas melodías le abren la herida. “Lo que más me cuesta es la música. Nosotros tenemos una casa en Tigre, hace 25 años que íbamos a la isla. Me sigue costando mucho ir sin Aníbal, pero voy, porque me encanta. La isla era una zona para escuchar mucha música, estar juntos, remar. Hay un montón de temas que todavía no puedo escuchar, me impresiona porque es realmente lo que me toca el corazón. Puedo leer los libros de Aníbal, puedo ver fotos, pero la música que escuchábamos con él me cuesta muchísimo”, puso en palabras su dolor. Algunos boleros y ciertas canciones brasileños traen el dolor a la superficie.

El tiempo permite aliviar la pena. Y algunas palabras le dan espesura, la ponen en otro lugar. En octubre de 2008, la licenciada en Ciencias Políticas y Sociales Ana María Amado sufrió el desgarro de la muerte de su compañero, Nicolás Casullo. Para hablar de esa pérdida, cuenta que en el momento de peor dolor, una amiga poeta le acercó el poema “En la brisa, un momento”, de Olga Orozco. La poesía le resultó “tan exacta, tan certera”, que creyó que se iba “a morir de dolor” que expresaban esas palabras. “Y me pregunto ahora cómo hacer para mirar de nuevo una torcaza,/ para volver a ver una bahía, una columna, el fuego, el humo de la sopa,/ sin que tus ojos me aseguren la consistencia de su aparición,/ sin que tu mano me confirme la mía./ Será como mirar apenas los reflejos de un espejo ladrón,/ imágenes saqueadas desde las maquinarias del abismo,/ opacas, andrajosas, miserables”, dice un fragmento del poema.

Amado recurre a la literatura para expresar su sensación: “Marguerite Duras, en Hiroshima, mon amour, explicaría lo que me está pasando: cuando relato y puedo narrar el dolor es porque ya hay olvido. Entonces me da terror narrarlo, contar mi experiencia, darle palabras al dolor. Si ya lo puedo contar es porque ya hay olvido, y me resisto tremendamente a esto”.

Mazziotti también se volcó a la literatura. Escribió otra novela, que comenzó durante las largas internaciones de su compañero, y terminó luego de la muerte de él. Todavía no fue publicada. Cuando habla de la ausencia, remite a lo vivido. “Fue mucha nuestra ligazón, porque Aníbal no era un intelectual de súper escritorio, hicimos muchos viajes. La pasaba tan bien con Aníbal, viajando, nos metíamos en un pueblo, íbamos a comer a algún lugar, nos reíamos. Me divertí con él. Creo que la persona con quien formaste una familia y compartiste muchos años es irremplazable. Sentí muy hondo que se nos acabara el tiempo para estar juntos. Pero no soy la única viuda del mundo. Siempre digo, qué suerte que tuve un gran amor, sería horrible no haberlo tenido.”

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