Vie 15.04.2011
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RESCATES > MISTINGUETT (1875-1956)

Esas piernas...

› Por Aurora Venturini

Nació en Ile de France, con el nombre de Jeanne Bourgeois. Sus padres fueron humildes colchoneros y deseaban que ella estudiara para llegar a ser una buena ama de casa y, tal vez, maestra. Otras ilusiones impulsaban la adolescencia de la inquieta niña que cantaba con voz algo cascada canciones en tono bajo y misterioso. Cursó algunos grados en la escuela primaria, de cuyas aulas fugaba para ver a los artistas de su ciudad natal, y vendía flores a la puerta de un teatro.

Su tema preferido, que llamó la atención de la gente, “Miss Tinguette”, la indujo a cambiar su nombre por el de Mistinguett, anagrama que unía sílabas y quitaba una vocal, y que sonaba mejor al oído.

Las aspiraciones de cantar y bailar en los escenarios importantes de la capital de Francia la animaban a tomar un tren, todos los días, ir a París y repetir su repertorio cancionero a las puertas del Casino.

Significaba entonces una jovencita demasiado flaca, según los cánones de belleza de principios del siglo XX. Carecía de senos turgentes y redondeces agresivas y excitantes, pero sabía sonreír con maña y visages pestañudos, titilantes; y mostrar sus piernas, que llegaron a ser adoradas por el género masculino contemporáneo. Identificada Mistinguett, repetía esa melodía a pedido de los callejeros y paseantes, hasta que un directivo del Casino de París entró en el ruedo de sus admiradores.

Al advertirlo, acortó su pollera. Usó una pollerita breve que dejaba en descubierto su tesoro: las piernas. Decía: “Es en las piernas donde hay que tener voz”.

Aún carecía de dinero para comprarse un sombrero emplumado, su gran aspiración...

Cuenta: “Maté a mis tres canarios y los pinché en el reborde de la copa de paja forrada de seda de mi viejo capacho. Y tuve mi sombrero emplumado, pero un ejército de moscas me seguía por el camino y más...”.

La historia tristísima termina en la dirección de programas del Folies Bergere, donde un director le quitará el maloliente atuendo, lo arrojará al cesto de basura y le ofrecerá dinero y trabajo, que conducirán a la Mistinguett hasta el escenario del Moulin Rouge, sumado al de Eldorado.

Esta muchacha, considerada feúcha, con dientes demasiado largos y pálida, trasuntaba un encanto indecible, extraño. Desde su pobreza pegó tal salto y consiguió ganar tantos francos, que pudo asegurar sus piernas en la suma de 500 mil francos.

Fue la artista mejor paga del mundo desde 1919.

Recapacitaba: “De haber respetado aquellos consejos –‘duerme sola, trabaja mucho y dentro de veinte años serás una gran artista’–, hubiera tenido que comer pollo con dentadura postiza, y siempre quise comer pollo antes”.

Mantuvo relaciones íntimas con hombres enamorados a quienes cambiaba para no obligarse al compromiso de fidelidad.

Decía: “Tuve mi primer hombre a los 18, cuando era telonera de music hall; luego hubo tantos que no me alcanzan los dedos de las dos manos para contarlos”.

Nunca se negó a recibir dinerillos, vinieran de donde viniesen. Su fama la enriqueció: teatros repletos y regalos de valor de sus amantes ricachones.

Requerida por los teatros norteamericanos, recorrió los EE.UU., aceptando entrevistas.

En una de ellas le preguntaron a qué atribuía su enorme popularidad y ella respondió: “A una especie de magnetismo que suena a ‘acércate y tómame’”.

Un encuentro con Maurice Chevallier, menor que ella 13 años, la ancló por varios lustros, pero no por esa situación abandonó trabajos y amoríos.

La carrera artística de Mistinguett duró más de 50 años, sin decaer, y a los 80 mostraba sus piernas todavía bellas.

En cierta ocasión de jolgorio, espetó: “El dinero no da felicidad, pero calma los nervios”. Esta graciosa francesita todavía vuelve en su canción dilecta, “Mon homme”.

Sus restos descansan en el cementerio de Ile de France, sitio de su advenimiento.

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