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Viernes, 30 de mayo de 2003

CINE

un día en el torbellino de la vida

Marion Vernoux, una de las descollantes cineastas francesas de la actualidad, estrenó su cuarto largometraje, Reinas por un día, especie de enredado vodevil con, por ejemplo, señoras casadas que dejan de golpe a sus maridos, o ex amantes que piden una cita treinta años después de haber partido.

 Por Moira Soto


En el país de Olympe de Gouges y de Simone de Beauvoir, las mujeres han alcanzado la paridad en el quehacer cinematográfico a través de directoras, guionistas, productoras, distribuidoras, técnicas. Olympe, recordemos, fue aquella escritora y activista política, feminista avant la lettre, que propuso una “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana” en 1792, planteando la igualdad de derechos y oportunidades: “Tenemos derecho a la tribuna, puesto que lo tenemos a subir al cadalso”, razonó De Gouges y los muchachos de la revolución le cortaron la cabeza. Simone, feminista con todas las letras, siglo y medio después, escribió El segundo sexo, texto capital que sembró ideas y abrió caminos. A ellas, y a tantas otras y algunos otros, las francesas les deben esta situación actual que en las leyes sostiene la igualdad y en los hechos tiende a la paridad, aunque cierta mentalidad tradicional todavía persista. Pero ya hay un concepto de igualdad incorporado con naturalidad en las mujeres jóvenes, que en el campo del cine, por ejemplo, hace que ya no se hable de excepciones cuando de realizadoras se trata.
En el país de Alice Guy, primera cineasta del mundo; de Musidora, productora y directora además de encarnar a la maravillosa Irma Vep de la serie Les vampires (1915-16); de la vanguardista Germaine Dulac; de la pionera de la producción Mag Bodard (amadrinó a Bresson, Godard, Delvaux, Demy, la Varda de La felicidad); en fin, de las geniales Marguerite Duras y Agnès Varda, las cineastas del momento no llaman la atención por su condición de mujeres sino por el talento y la originalidad.
En ningún otro país hay tantas directoras como en Francia, donde en un panorama variopinto han impuesto sus hombros Clair Denis, Solveig Anspach, Nicole Garcia, Catherine Breillat, Yosiane Balasko, Catherine Corsini, Christine Laurent, Dominique Cabrera, Agnès Yaoaoui, Laetitia Masson, Claire Devers... En esa larguísima lista se ha ganado un lugar descollante –por su voz personal, por la continuidad de su trabajo– la treintañera Marion Vernoux, casi una autodidacta que aprendió el oficio sobre la marcha, desde muy joven haciendo asistencia de producción y de dirección, escribiendo guiones, realizando cortos. 1994 marca su fulgurante debut en el largo con Personne ne m’aime (Nadie me quiere), film que localmente sólo pudo verse en ciclos de la Cinemateca en la Lugones. Después llegarían Love, etc (1996), Rien a faire (Nada que hacer, 1999) estrenado en la Argentina en el 2001 y Reinas por un día (2001), que se presentó esta semana entre nosotras.

Las cosas de la vida y del amor
A través de su filmografía, Vernoux se muestra intrigada, fascinada, obsesionada por las relaciones entre las mujeres y los hombres. Es decir,por las penas y alegrías del amor, las combinaciones posibles, la duración limitada de los romances, el dolor del abandono, el misterio de la atracción. En Nadie me quiere armó un delirante cuarteto femenino –dos hermanas, la gerenta de un hotel y su mucama– a bordo de una camioneta que marcha en pos del presunto marido infiel de una de ellas. En verdad, todas tienen problemas con los tipos, salvo Cricri, la mucama llena de hijos, que sueña con conocer el mar. Cuando vio por primera vez con público su película, protagonizada por Bernadette Lafont y Bulle Ogier, comentó Marion Vernoux: “Nadie me quiere, lo peor es que esto es cierto: la vida es injusta, demasiado injusta. Porque las cosas venían así, decidí hacer cine. Después de meses de trabajo me encuentro en una sala oscura. Escucho risas. No es cierto. ¿El público se ríe? ¿La película funciona? No es posible...
En Love, etc, la directora adaptó una novela del británico Julian Barnes acerca de un triángulo con vértice femenino a cargo de Charlotte Gainsbourg. “Vi en el libro de Barnes la oportunidad de inmiscuirme en el universo masculino, un mundo que yo no habría sabido inventar. Y hacía tiempo que quería explorar el amor desde el punto de vista de los hombres. Para intentar responder a algunas viejas, eternas preguntas: ¿por qué A rechaza a B y prefiere a C? ¿Qué es lo que tiene C que no tengo yo? ¿Por qué después de escuchar mil veces una clásica canción de amor se descubre, mojando kleenex, que dice exactamente lo que nos está pasando a nosotras?”.
El amor ocupa el tiempo de dos desocupados casados –pero no entre sí– que se pasan las horas en el supermercado eligiendo productos en Nada que hacer. Amor imposible de una Madame Bovary suburbana, estupendamente actuada por Valeria Bruni-Tedeschi, que oye radio y mira revistas femeninas que no le dirán cómo manejarse cuando él se aleja por culpa de una buena noticia: consiguió trabajo.

Reinas del infortunio por 24 horas
Efectivamente, hay días en que una no debería levantarse de la cama, días en que los astros se conjuran en contra de nosotras y todo lo que hagamos, o hagan otros respecto de nosotras, va a ser en contra. De esas jornadas malhadadas quiso hablar Marion Vernoux en Reinas por un día, irónico título que alude a las desventuras, malentendidos, desencuentros, calamidades en cadena que atrapan a Hortense, Pierre, Marie, Maurice, Jane, Luis, Sherman, Michèle, Ben, Patricia... e incluso a la cándida Evelyne, servicial secretaria y baby-sitter de Hortense que por esas vueltas del destino termina acostada con el marido de su patrona (él llega a destiempo, cansado, y en la oscuridad la toma por su esposa, quien en realidad salió de cacería). Juguetes del azar hasta cierto punto, estos personajes no parecen seguir las recomendaciones de Georges Brassens en “Le vent”, la canción que se escucha durante los títulos iniciales, que sugiere a las damas sujetar sus faldas y a los caballeros su sombrero, si por azar, sobre el Puente de las Artes, el viento pícaro se cruza con ellos... Esta vez, para crear personajes masculinos, Vernoux no necesitó recurrir a ningún escritor varón. Comenzó a darle forma al guión estando embarazada, lo dejó en un cajón al filmar Nada que hacer y retomó el trabajo más tarde, en compañía de Natalie Kristy, una amiga guionista en cuya opinión siempre había confiado.
Dice la directora de Reinas... que lo suyo no es tener una familia estable de actores y actrices como ocurre con otros directores, porque su método es preguntarse, sin a prioris ni condicionamientos, quién puede ser él o la intérprete ideal para cada rol: “Hay realizadores que buscan una música, una tonalidad que sintonice con la suya propia. A mí, en cambio me gustan las disonancias, ciertas alteraciones del orden. He comprobado que cuando se provoca el encuentro entre dos actores que nunca se habían cruzado, que no pertenecen al mismo club, algo funciona inmediatamente según un principio de sana emulación”.
Marion Vernoux supo enseguida que Hortense era para Karin Viard, la extraordinaria actriz de Haut les Coeurs (La fuerza del corazón), y le ofreció el personaje de la ortofonista “en busca de las delicias del adulterio”. Algo parecido le pasó con el notable Sergi López –con el que había trabajado en Nada que hacer– y diseñó a Luis, el colectivero abruptamente dejado por su esposa, pensando en el catalán. Menos sencilla resultó la elección de la juvenil Helene Fillière para hacer a Marie, la chica que después de tener un arrebato erótico circunstancial durante una boda (con el novio que se acaba de casar con otra) descubre que está embarazada. Para el avejentado Maurice, ex estrella de TV, hacía falta alguien que se hubiese impuesto en los ‘70 y que no le importara aparecer decadente: Victor Lanoux aceptó encantado. En el caso de su ex novia que lo había dejado por un camarógrafo, Jane Birkin se avino gustosa a darle forma a las fantasías de Maurice: se la ve alternadamente muy joven, arruinada, ridícula, afeada...
Fueron los cuatro personajes protagónicos los que incitaron a la directora a manejarse con unidad de tiempo y lugar, 24 horas en París: “Tuve ganas de comprimir el tiempo. Es un procedimiento que otorga urgencia, que crea una dinámica. Quería filmar la ciudad, hablar de mis vecinos, no de mi pequeño mundo propio sino de lo que pasa todos los días no lejos de mi casa”.
Especie de cuento de Navidad sin moraleja: así define Marion Vernoux su Reinas por un día que termina precisamente con la imagen de un Papá Noel burlón, divertido. Una historia sobre personas de distinta edad y distintas entre sí, pero no representativas de tal o cual franja de la población: “Quería una película en la que no hubiese villanos. No puedo negar que, al escribir, las chicas me salen más bien víctimas y los muchachos tirando a crueles. Es un dispositivo que me va para el drama o la comedia, es mi verdad de autor... En el efecto collage –muchas personas se sienten solas en el mismo momento– hay acaso una forma de consuelo, se crean lazos invisibles. Es la búsqueda del amor lo que hace avanzar a mis personajes. Les tengo mucho cariño a las criaturas de este film, no están al final de ningún camino, ni siquiera están terminadas. Mañana será otra día para ellas. La vida es cíclica”.

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