INTERNACIONALES
El director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, intentó abusar de una mujer en un hotel de Nueva York. Ella lo denunció de inmediato. Y pese a la impunidad con la que ya se había manejado en otros casos, terminó preso. Pero el caso que pone en jaque al organismo financiero internacional sintetiza las redes y los alcances del abuso de poder económico, político y sexual.
› Por Luciana Peker
Dominique Strauss-Kahn (conocido como DSK) salía de bañarse en el Hotel Sofitel de Nueva York. Una camarera estaba ahí sin saber de la presencia del huésped. El huésped era el director del Fondo Monetario Internacional, acostumbrado a dar recetas de qué hacer (en economía) como un gurú que sólo dice pasos a seguir. Intentó que ella le practicara sexo oral y penetrarla. Ella lo denunció sin ni siquiera saber de quién se trataba. El terminó detenido –en prisión preventiva acusado de intento de violación entre otros cargos– en Rikers Island, Harlem.
El dice que ella consintió la relación. La investigación de la causa y los antecedentes del directivo del FMI y candidato por el socialismo francés son más que un escándalo. Tal vez, un diluvio de abusos (políticos, económicos, sexuales) que muestran hasta qué punto se entrecruzan la impunidad de los abusos.
“Los indicios no concuerdan con un ataque por la fuerza”, sostuvo Ben Brafman, uno de los abogados del director del FMI en un argumento tan conocido como las recomendaciones de achicar el Estado que copiaba, pegaba y exigía el Fondo Monetario en los países del sur. Pero, esta vez, la letra chica no lo favorece. El ataque sexual habría sucedido a las 12 del mediodía del domingo 15 de mayo. Para limpiar pruebas, Dominique fue a almorzar con su hija (una de sus cuatro hijos/as) de 26 años, que estudia en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. Pero la coartada se quedó corta. Ya que la denuncia de abuso y el almuerzo sucedieron a distintas horas. Después, se fue a tomar un avión para regresar a Francia y fue detenido. Tenía billetera para pagar su libertad. Pero (por esta vez) no le alcanzó. La magistrada Melissa Jackson le negó el lunes la posibilidad de quedar en libertad bajo fianza de un millón de dólares. Tampoco el FMI aludió a inmunidad diplomática para que su director no pueda ser juzgado.
“Este caso, como ha trascendido en los medios, sintetiza toda la miseria humana de abuso de poder económico, político, y por sobre todo, sexual. La violencia de género es el más generalizado de los avasallamientos sobre las libertades individuales cometidos cara a cara y siempre merece repudio”, resalta el economista Daniel Kostzer. Strauss-Kahn tiene 62 años y un recorrido que no parece haberlo sobresaltado ese mediodía de hotel, sino que lo hacía creer que la impunidad lo cubría tanto como las toallas blancas de hotel cinco estrellas que abusan del algodón hasta que un día se caen. Y descorren un telón de fondo en donde la arrogancia técnica se une con la arrogancia machista.
“El único verdadero problema de Strauss-Kahn es su relación con las mujeres. Muy insistente, a menudo roza el acoso. Un defecto conocido por los medios, aunque nadie habla de ello (estamos en Francia)”, escribía Jean Quatremer, de Libération, en un perfil sobre el líder del FMI. Mientras que en el libro Sexus Politicus, Christophe Dubois lo describe a su vez como un hombre “tendiente a la seducción que, en su caso, se convierte en una obsesión”. “Vamos a dejar que actúe la Justicia, pero los delitos son de una extraordinaria gravedad y mi solidaridad está, en primer lugar, con la mujer que ha sufrido una agresión si efectivamente ha sido así”, sostuvo la vicepresidenta de España, Elena Salgado.
En cambio, la que sí lo defiende –en un efecto esposa-escudo– es su mujer, la periodista Anne Sinclair, con quien se casó (en su tercer “sí, quiero”) en 1991. Ella dijo que los dos “habían pasado la página” de una aventura extramatrimonial (siempre hay que diferenciar la moral del delito) en el 2008. Pero, ahora, ante una denuncia de violación sigue fiel a él o a su propia reputación. “No creo ni un segundo las acusaciones que han presentado contra mi marido. No dudo de que se establecerá su inocencia”, lo amparó.
No se sabe si la historia lo absolverá o sólo traerá más pistas de una conducta repetida. La joven periodista Tristane Banon relató, a partir de este escándalo, que ella pasó por una situación similar a la de la camarera neoyorquina en el 2003, cuando entrevistó al dirigente socialista. “Puse el grabador en marcha. El me pidió que le agarrara la mano porque lo que tenía que confesar era muy íntimo, a lo cual yo accedí. Después de la mano vino el brazo, luego algo más, entonces le dije que parara... Todo terminó de forma muy violenta, porque yo le repetí claramente que no, que no. Luchamos en el suelo, le di un par de bofetadas y hasta patadas, pero él rompió mi corpiño y trató de bajarme los jeans”, denunció en 2007 Banon, aunque sin decir el nombre del político que la había agredido. Ahora ya blanqueó que fue DSK.
Además de la gravedad del abuso, la valentía de la mujer que denunció a Dominique (una mujer soltera y madre sola de 32 años que, por ahora, prefiere reservar su intimidad aunque algunos medios especulen con su nombre y nacionalidad) dejó planteados otros interrogantes. ¿El socialismo francés ya no es más socialismo, que tenía como precandidato a las elecciones del 2012 a un director del FMI? ¿O el FMI no era más FMI, que el socialismo francés dejaba que fuese su precandidato?
Alejandro Bercovich, economista y periodista de la revista Crisis, dictamina: “Que el director gerente del Fondo Monetario sea candidato del partido ‘socialista’ muestra hasta qué punto se descompusieron y desnaturalizaron los socialismos europeos. Aunque intenten mostrarlo como un director más abierto a reformas que otros anteriores, Strauss-Kahn se ocupó durante su gestión de que el Fondo siguiera funcionando como el garante del funcionamiento actual del sistema financiero mundial y de la supremacía indiscutible del G-7 (grupo de los siete países más poderosos) en las decisiones de orden multilateral. El FMI no es mejor que el de los ’90. Es un instrumento político de las potencias para imponer el orden económico global que más les conviene para conservar ese rol hegemónico”.
Por su parte, Gabriel Puricelli, coordinador del Programa de Política Internacional del Laboratorio de Políticas Públicas, explica: “Strauss-Kahn no es el primer socialista francés en ocupar una posición en una organización cuyos fines normalmente no se asocian con el programa político de la izquierda: antes que él, su correligionario Pascal Lamy dirigió la Organización Mundial de Comercio. Es evidente que para aceptar posiciones como ésas hay que poseer una ambición de poder fuera de lo común, ya que se trata de asumir cargos que inevitablemente ponen en cuestión el credo de quien los asume. Estamos hablando de personas especiales, que ven el mundo girar alrededor de sí mismos. En el caso de Strauss-Kahn, su éxito supremo consistía en estar al frente del FMI (que no tiene en Europa la pésima prensa que tiene en el sur del mundo) y ser el puntero de la carrera presidencial en Francia, con una rosa en el puño. Si fuera responsable del crimen del que se le acusa, su bancarrota sería total, no por perder, seguramente, el favor del electorado francés, sino por quedar en evidencia que renunció a los valores enarbolando los cuales quería ser presidente de la República Francesa”.
El otro debate que se renueva es la necesidad de la llegada de mujeres a lugares altos de poder. Y, mucho más, de poder económico. Eso sí. No alcanza con que limpien la cara de un organismo mal visto. “Fuera de Anne Krueger, son pocas las mujeres con cargos de importancia en el FMI –describe Bercovich–. Y una de las posibilidades si es destituido es que lo suceda una mujer, la actual ministra de Economía de Nicolas Sarkozy, Christine Lagarde, que tampoco haría del FMI un lugar mejor ni una herramienta para el desarrollo de la humanidad.”
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