Vie 20.05.2011
las12

Lo divino es lo real

Entre ficción y realidad, guión e improvisación, se pasean las actrices de Los Labios, el acojonante film de Santiago Loza e Iván Fund que les valió un premio en Cannes a Mejor Actuación como asistentes sociales que irrumpen en un pueblo que actúa de sí mismo.

› Por Guadalupe Treibel

Zambullirse en la palabra de Clarice Lispector es dejarse perder entre escritura y vida, asumir en la (supuesta) nimiedad el detonante que lleva al lenguaje a su límite, el límite de lo real. “Lo que quiero es una verdad inventada”, asumía la voz cantante de “Agua Viva”, esa pintora que –fragmentaria– se ocupaba del mundo al narrarlo y volverlo materia viviente. “Es que el mundo de afuera también tiene su adentro. De ahí la pregunta y los equívocos. Quien lo trata con ceremonia y no lo mezcla consigo mismo, no lo vive”, diría la escritora carioca en una oportunidad. Como Lispector, los realizadores Santiago Loza (Córdoba, 1971) e Iván Fund (San Cristóbal, 1984) juegan al límite difuso, ese que borronea la línea que separa ficción y documental, que se (pre)ocupa del afuera desde adentro. O del adentro desde afuera, vaya una a saber. En su film Los Labios, la palabra dicha adquiere ese carácter excepcional y depurado, sugerente; la palabra que nunca dice todo. ¿Será casualidad, entonces, que su film terminase de tomar forma gracias a una idea de la autora: la de besar al leproso para entrar en comunión con el mundo? ¿Que esa imagen, creada por Clarice, despertase un título –Los Labios–? Para Lispector, “lo divino es lo real”, frase que continuaría en La Pasión según G.H. con un: “Pero besar a un leproso no es siquiera bondad. Es auto-realidad, es auto-vida; aunque eso signifique también la salvación del leproso. Pero ante todo la propia salvación”.

En un registro simbiótico, la película –“un mito, un cuento, casi un western, con tres forasteras que llegan a un lugar y terminan disolviéndose en él”, según explicó el propio Loza en una nota a Página/12– pone en foco una historia, a priori, mínima... La de tres foráneas asistentes sociales que llegan a un pueblo (San Cristóbal, al norte de la provincia de Santa Fe), que hacen un relevamiento de necesidades y demandas en una zona empobrecida, que ayudan (un poco, con poco) a hombres, mujeres y niños encarecidos, que escuchan, preguntan, conversan y, después, conviven entre ellas, se acompañan entre silencios. Tres mujeres que, ni santas ni heroínas, prescinden de lo bello y aman lo que no es añadido.

Multigalardonada en el Bafici 2010 y ganadora del premio Mejor Actuación en la sección Un Certain Regard, del pasado festival de Cannes, Los Labios presenta a las profesionales en misión –Luchi (Victoria Raposo), Noe (Eva Bianco) y Coca (Adela Sánchez)– y a un sinfín de no-actores que reciben, contestan y cuentan. Porque los habitantes del barrio son –efectivamente– habitantes del barrio que, prestos a la aventura, colaboraron con el film, sin formación actoral. Y ahí es donde el registro se abre...

“La gente tenía en claro que estábamos actuando y sabía que podía responder algo cierto, algo conocido o una mentira. Lo único real era la expresión. En base a eso, sin plantearte si era verdad o no, había que ver qué hacer con esa información”, cuenta Sánchez sobre el proceso de filmación y el contacto con los locales. “Es un espacio que no te deja indiferente porque se improvisa con material humano. Estábamos en su casa, esos eran sus hijos, allí estaba su patio, sus cosas... Como actriz, me fueron comiendo esos seres, esos personajes”, asume Bianco.

Con situaciones pautadas y bajo el (doble) ojo guía de Loza-Fund, el film se abre al testimonio auténtico –en tono e historia– y evidencia que, aun siendo un cliché, es cierto el dicho que enuncia: “la realidad siempre termina por superar la ficción”. ¿Cómo se guiona, si no, a una mujer que dice estar embarazada de varios meses pero no está segura porque no se hace chequeos? ¿Cómo se logra emotividad en un hombre que sólo pide trabajo, no lujos como “una casa con pisos de baldosa”? ¿Cómo se alcanza sincera timidez, curiosidad y miedo de niñitos y adolescentes frente a preguntas sanitarias y una temida vacuna?

Ese es el logro (uno de los logros, al menos), compartido por una troupe de directores/actrices: generar un espacio de intimidad, irrumpir en la realidad y –en plan ficcional– extraerle jugo sin miserabilizar o estetizar la pobreza, sin empotrar banderas políticas o caer en facilismos o grandilocuencia. Porque Los Labios no es un pretencioso film de reclamo social; es una misteriosa suma de partes, un híbrido que funciona –en el registro, el tono, lo argumental, lo actoral, las tomas, el todo–.

Filmada en dos (intensas) semanas con un presupuesto mínimo y una sola cámara, la película –que ya se paseó por festivales de México, Perú, Londres, Viena, La Habana, entre otros puntos del mapa– no sólo se nutre de esa pata documental con el afuera: en plano estrictamente ficcional, repasa el vínculo entre Luchi, Noe y Coca y cierta forma de melancolía, donde el lenguaje está en duelo; en la intimidad del hospital abandonado que el Estado les asignase como hospedaje (entre cuchetas, inundaciones, un petit anafe y planes de demolición), el trío no hace uso de esa palabra-puente; en actitud reflexiva, retrospectiva, son mujeres que se rozan, sin uñas ni dientes.

En palabras de Bianco: “Es raro porque las mujeres somos de hablar mucho, de confesarnos, pelearnos... Ellas no. Es como si se guardaran. No es que no les pasa nada; les están pasando un montón de cosas, pero hay una discreción, una reserva, una intimidad. Se acompañan, pero no la comparten. Creo que es una característica de los personajes de Santiago”. Films como Extraño, La invención de la carne o Cuatro mujeres extrañas, le dan la razón.

Como puro presente (¿o instante-ya?), Los Labios no repasa la bío de sus protagonistas; no da más información de la que las situaciones piden. ¿Para qué ilustrar un pasado, justificar una vida? Con pistas y pinceladas incompletas, la cámara (y sus abundantes primerísimos planos, en mano de Fund) muestra el ahora de ese fuerte ¿impenetrable? que construyen Bianco, Raposo y Sánchez. Las tres –actrices en buena ley, con formación y encanto– se animan al dolor y a las pequeñas alegrías (como jugar en el lodo, embarrarse hasta los tuétanos), la sensibilidad a flor de piel.

Bianco ya había aportado su granito de arena en producciones previas del cordobés, como Extraño o Cuatro mujeres descalzas y había participado de films como Extranjera o El recuento de los daños, de Inés de Oliveira Cézar. Ahora, sigue en su Córdoba natal, entregándose de lleno a piezas teatrales como El desvelo de la memoria, de Daniela Martín. Sánchez, en cambio, apenas había participado de algunos cortos universitarios y fue Julio Chávez (en cuya escuela estudia desde 2008) quien la recomendó para el rol de Coca. Ahora, dedicada al teatro, acaba de debutar como directora con El vendedor, de Mariela Romero, recién estrenada en el teatro Gargantúa, donde explora “a qué está dispuesta una pareja con tal de preservar el vínculo”. Raposo, por su parte, está en grabación para Gigante, un programa de Incaa TV “tipo unitario/ficción” que repasa los lugares argentinos que fueron promesa y cayeron en desgracia. Mientras, da clases de actuación en Granate, en el Centro Integral para las Artes Escénicas, en La Plata, y en la escuela del ya mencionado Chávez.

En charla con Las12, las actrices repasan el film que les valió un premio Cannes y acaba de estrenarse en Malba y Sala Lugones...

¿Cómo se conjuga –desde la caracterización– esa dualidad: la introspección al borde del mutismo en las tomas estrictamente ficcionales y la expresividad y apertura en las entrevistas a los locales, en un plano más documental?

Raposo: –Es lo que iba pidiendo cada situación. Había que estar abierta a lo que pasara. Particularmente sí fui muy consciente de no hacer de más, de no ilustrar situaciones que eran fuertes por sí mismas.

Bianco: –Fue clave entender lo que Santiago decía; que estas mujeres son como esos monjes que viven en la montaña, cada uno en su celda sin relación con el mundo, salvo cuando bajan al pueblo. Hacen su asistencia y, después, cada uno a su celda, con sus propias contradicciones y conflictos, con su mundo interno.

Aunque diferenciadas, no es mucha la información que se ofrece sobre la vida de estas mujeres. ¿Qué pistas trabajaron con Santiago Loza e Iván Fund para construirlas?

Sánchez: –La creación del personaje tuvo su buena cuota de libertad; cada una pudo trabajar una escaleta básica y ponerle su impronta. En mi caso, la pauta general era que ya tenía experiencia profesional en la tarea y, por lo tanto, ya conocía la actitud de la gente, la burocracia... Mi profesión era la de médica y decidí ser generalista. Después está Noe, que es obstetra, y Luchi, trabajadora social. Con todo, la idea era que no quedara el rol muy marcado. Muchas cosas se cuentan con la imagen más que con la palabra.

Bianco: –Había ideas claras respecto al personaje; pocas pero básicas. Noe es una mujer muy retraída, aislada, separada del resto. Hace algo a la noche y no se sabe muy bien qué es. Siempre hay risas, se viste de rojo y tiene algo con los hombres...

Raposo: –En el caso de Luchi, había algo de ser la más chica e inexperta. Pensé que, tal vez, ese era su primer viaje profesional; que todavía tenía una mirada esperanzada, de poder hacer. También hay algo del personaje de Eva que le puede, pero nunca va a decir nada. Es un viaje donde sale al mundo pero, a la vez, no logra salir: está presa de cierta cárcel interna.

En una crítica, un periodista decía que –en la escena del bar donde Luchi se descompone– lo hace de tanto deseo atravesado. ¿Es así?

Raposo: –Yo sabía que a ella le pasaba algo con Noe, pero no le puse un nombre. No dije: es deseo. Quizá lo sea, pero no en términos lineales. Algo de esa figura, esa sensualidad y ese desenfado la atraen, le generan intriga y no la dejan dormir. Cuando Noe se levanta por la noche, Luchi la sigue, necesita saber qué pasa. Pero nunca se acerca lo suficiente... Después de ver el film, le dije a Iván: me parece que mi personaje estaba enamorado de ella. El se rió y me respondió: bueno, pero yo nunca te lo dije.

Bianco: –Hay algo entre ellas. No sabemos bien qué es, pero podemos dar cuenta de cómo están emocionalmente. De todas formas, mi personaje no se hace cargo. No se va a hacer cargo.

La película abre ese pequeño misterio de las escapadas nocturnas de Noe, pero no da más información. Eva, ¿qué pensás que hace tu personaje por la noche?

Bianco: –Creo que necesita perderse un poco, entregarse a lo oscuro, como esos viajes al bosque para participar de orgías, esos ritos paganos donde todo es posible.

¿Por eso en tu escena inicial, previo a conocer a las chicas, te despertás sola en una zona verde, natural?

Bianco: –Sí. Ella está perdida y vuelve de algo, semidesnuda; no se sabe qué ha pasado. Y después es como si no tuviera memoria de eso. Tal vez sea su forma de procesar, digerir, manejar lo que le pasa en la vida. Todo lo oscuro, lo salvaje, lo descontrolado de la noche, no muy consciente, medio sonámbula, medio en trance.

Más allá de la petit intriga que se desprende de la trama central, vale remarcar que el film tiene una sensibilidad sumamente femenina y no sólo porque sean mujeres las que protagonizan. A través de las entrevistas a los locales, también muestra cómo los motores de familia, en situaciones raudamente precarizadas, son de sexo femenino...

Sánchez: –Es que, al margen de lo que se diga, hace rato vivimos en una sociedad matriarcal, en tanto marcan las mujeres. La mujer que, de repente, se preocupa de hacer compra comunitaria para que la harina sea más barata está allí y acá. Además de actuar, soy profesora de escuela media y, en el colegio, no sólo la mujer dona la empanada para la feria de platos, también es la madre la que viene a levantar la pared, cuando hace falta.

Bianco: –También hay algo femenino en cómo se arreglan, en cómo se manejan. No son de ciudad ni del conurbano; es otro tipo de mujer, socialmente hablando, y uno la puede reconocer.

En más de una oportunidad, se habló de Los Labios como un film de mujeres solitarias que suman soledades para salir adelante. ¿No creen que esa adjetivación desmerece el propósito o la iniciativa de los personajes?

Bianco: –No son solitarias. No es algo que sientan, manifiesten o padezcan. Están en la intimidad. Tienen una soledad como estado natural, no como padecimiento social, generacional o de género.

Sánchez: –Hay un preconcepto según el cual cuando las mujeres se van, salen al mundo, es porque están solas. Y parecería que, si están solas, es porque algo falló, no por decisión propia. Y no es así. Yo nunca sentí que Coca fuera una mujer solitaria; creo que decide generar un espacio nuevo, donde su profesión la pone constantemente en el mostrador porque siempre hay algo para hacer.

Raposo: –Creo que el encuentro se da, sencillamente, porque van a hacer sus trabajos. No hay una cuestión de “dejemos de estar solas y fundámonos en esto”. Ni siquiera de “vayamos a salvar el mundo”. Es más chiquito y más grande que eso: van a trabajar, con todo lo que eso implica.

Uno de los logros de la película es no miserabilizar la pobreza, ¿cómo se trabajó ese ángulo?

Sánchez: –Filmar la pobreza no era el objetivo. Y a la gente no necesariamente le interesa hablar de su pobreza como la pobreza en sí misma. Había personas muy politizadas, otras enojadas con su lugar, otras resignadas y otras que sentían que estaban donde querían estar. Porque, según lo que nos han contado, su realidad no era tan fea: la habían pasado mucho peor. La idea era mostrar cómo vive alguna gente y, desde ese valor qué les dan a sus vidas, cómo siguen adelante, se sientan a esperar o se movilizan.

Bianco: –No son personas que se victimizan. La están pasando mal, pero aún así tienen una vitalidad, una energía y afrontan sus problemas; no se mueren por la precariedad en la que están. Irónicamente, nuestros personajes van a ayudar de parte del Estado y están en la misma precariedad (o peor) que las personas a las que quieren ayudar...

¿Quedaron muchas entrevistas afuera?

Raposo: –Las personas que entrevistamos son las que aparecen. Sí hubo que editar las escenas, que eran más largas de lo que se muestra. Y quedó afuera un momento en el que las tres vamos a buscar agua y está la gente del pueblo en la misma situación.

Uno de los hallazgos del film es ese afable empleado municipal que las acompaña en la aventura, interpretado magistralmente por Raúl Laje, ¿es actor?

Bianco: –¡Es un tío de Iván que nunca había actuado! Es maravilloso. Ahí está la mano de Santiago e Iván: ¿cómo pudieron sacar eso? Todavía me lo pregunto y eso que estuve ahí. Fue como un milagro.

Raposo: –Los directores van a dejar de trabajar con actores (risas)... A muchos les planteás lo que pide la situación y no saben cómo resolverla; Raúl, en cambio, dio justo lo que se necesitaba.

El año pasado, tuvieron el lujo compartido de recibir el premio a la mejor actuación en la sección “Una cierta mirada”, del festival de Cannes, ¿se abrieron nuevas oportunidades de trabajo a raíz del logro?

Raposo: –A nivel laburo, no me ofrecieron nada. Más allá del premio a nosotras, es importante que le haya pasado a una película argentina, chiquita, que se hizo con 3 o 4 mil dólares. Hubiera sido lindo que tuviera un poco más de reconocimiento acá.

Sánchez: –En lo personal, nada. Es que sólo lo comercial logra que Buenos Aires esté empapelada. Después están las otras opciones...

Una pregunta denominativa: ¿por qué el film se llama Los Labios?

Sánchez: –Lo voy a explicar desde lo visceral: los labios como un símbolo femenino, como primer contacto con la alimentación, como manera de expresarse, como ese puente a la vida a partir del órgano que tenemos. Es la expresión, la oralidad, el beso... Si no me equivoco, hay algo de una autora que a Iván le pegó mucho...

Bianco: –Está relacionado con una frase que habla de besar al leproso, el que está separado de lo social. Ni siquiera ayudarlo o darle amor: simplemente besarlo.

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