Viernes, 29 de julio de 2011 | Hoy
MONDO FISHION
Por Victoria Lescano
En la calle Bonpland 883, donde antaño funcionara una tintorería, cautiva el local de Las Katz consagrado a la exaltación de dijes, rescates rara avis de pulseras, collares y accesorios emparentados con la ruta y la resignificación del abalorio.
Tiene una vidriera con cortinas blancas de lienzo que suelen permanecer cerradas pero cuando se descubren dejan husmear a quienes frecuentan ese vecindario –redactores de una editorial de los aledaños, vecinas que suelen confundir a sus exhibidores con los de una mercería–, su exquisita colección de rescates de resinas, cuentas, cerámicas y cadenas contenidas en frascos y clasificados cual si se tratase de pócimas de un laboratorio científico.
Es imperativo aclarar que las piezas fetiche de Las Katz –asociación estética de las hermanas Mishal y Eugenia– son las combinaciones de cuentas y de tejidos –remitirse al modelo de collar Tulum– que exhibe la vidriera junto a almohadones y que se caracteriza por cuentas tejidas con cadenas de crochet y collares con flores de cuero.
Así como en el depósito conservan una selección de telas vintage, de modo absolutamente arbitrario, en la vitrina se exhiben las cuentas de madera con números gastados por el paso del tiempo de un juego de lotería vintage.
Mishal es arquitecta y acostumbró desarrollar una línea de carteras que imprimió sus huellas en los comienzos de la moda indie en Palermo hace más de una década, primero desde un showroom dispuesto en su hogar y luego desde el primer local Condimentos (algunas carteritas de noche deliberadamente arts and crafts complementan la línea de accesorios); mientras que su hermana Eugenia es diseñadora industrial, durante varios años trabajó en diseño de gráfica institucional y libros para niños, y es ella quien con las herramientas del industrial design ejecuta los remixes de cadenas y piedras.
Aunque en el proceso, cual si jugasen un juego de canicas o planeasen una maqueta para ostentar en el cuello o en las muñecas, toman decisiones conjuntas acerca de cómo combinar los materiales, los colores y los recursos.
Su colección de accesorios pregona el rehúso de resinas de antaño, fragmentos de picaportes de acrílico, de cordonería, de dijes kitsch, de botones engarzados en oro o plata, pero no denotan crudeza ni tampoco excesos. El resultado final es sofisticado y lúdico.
Los diseños de Las Katz suelen ser requeridos en la feria Rooms de Tokio –pues las representa en Japón HP France–, y en la escena local, además de las ventas por cita previa y jornadas de té y joyería a puertas abiertas los días jueves y viernes, tienen clientes del lado de la indumentaria local de las firmas Kuala y Flavia Martín, quienes les suelen encomendar los accesorios o complementos para cada colección.
Café con leche extralarge mediante, una mañana de invierno en su estudio, dicen acerca del método propio: “Buscamos un equilibrio en el rehúso para que denote piezas sofisticadas, actuales y elegantes”. Mishal va vestida con remera marinera y modismos parisinos chic, mientras que su hermana, quien jamás aparta las manos del enlazado de una nueva pieza, lleva tonos más estridentes, casi pop del verde al naranja –el tono símil al de sus cabelleras pelirrojas.
De las paredes pintadas a la cal y con pequeños percheros del local, cuelgan tanto una cadena con una ágata, collares rockers en los que sobrevuela un insecto a la usanza de Schiaparelli y piezas con gracia que resultan de un recorrido por el relicario kitsch que tomado prestado de la caja de joyas de su madre y también de algún collar art déco que ellas replicaron con lenguaje actual.
Se destacan en su campaña gráfica más reciente bautizada “Recuerdos de Buenos Aires, serie dos” los modos en que conjugan algunos de sus nuevos desarrollos, desde un collage visual con antiguas postales: así se erige el aro Castelar con forma de corazón y como un homenaje a la arquitectura y la historia de ese hotel porteño, el “pendiente” que celebra una cúpula del barrio de Montserrat, tallados y grabados de sirenas retro para los lóbulos, ancladas en una postal de un recreo del Tigre, o de una elegante bañista en las playas de Mar del Plata.
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