Viernes, 26 de agosto de 2011 | Hoy
ENTREVISTA
Así se define la artista libanesa Lina Saneh. Beirutense de 44 años, estuvo en nuestro país para dar un workshop de tres días: Palabra, cuerpo y política, donde propuso bucear los límites de la realidad y la ficción, la política y el arte, el cuerpo como mercancía y el cuerpo derrotado. “Vine a compartir pensamientos, preguntas, discusiones, debates. No tengo nada que transmitir porque no tengo ninguna verdad, no tengo nada”, explicó a Las 12.
Por Flor Monfort
Lina Saneh estudió teatro en la Universidad de Beirut y se doctoró en la Sorbonne de París con una tesis sobre las dificultades de la representación en el Líbano debido a las presiones que generan las cuestiones políticas y religiosas. Dice de aquel trabajo que cerró una investigación de muchos años, pero que al mismo tiempo terminarla abrió nuevas preguntas, y los sentidos sobre los límites de la representación se fueron abriendo a lo largo del tiempo. Por eso es esquiva a decir que vino a enseñar algo, no tiene una técnica, ni pretende plantear respuestas en el seminario que vino a dar en el IUNA de la mano de Panorama Sur, un proyecto internacional de colaboración entre Siemens Stitfung y THE (Asociación para el teatro latinoamericano) para promover la integración entre jóvenes dramaturgos de América latina y Europa. “Empecé en el teatro pero hoy me dedico al arte performático, sin embargo todavía hay en mi trabajo raíces teatrales”, dice como presentación, y su CV agrega que es profesora en el Instituto de Estudios Escénicos y Audiovisuales de la Universidad Saint-Joseph de Beirut y en la Saint-Esprit de Kaslik. También da clases en Ginebra y Berlín, pero es la actividad de una mujer de Medio Oriente, dedicada a pensar en las fronteras del arte y la política, lo que dispara la charla.
–La pregunta es cómo trabajar como artista en el Líbano, no necesariamente como mujer, porque en países como el mío, tan tradicionales y conservadores, donde hay tantos problemas con la democracia, donde no hay idea de ciudadano, donde hay tantas confrontaciones con la comunidad, el tema es cómo hablar como individuos, y no como portadores de la palabra de un grupo o de un colectivo. La cuestión es cómo establecer espacios que institucionalmente garanticen la libre expresión y el respeto por las libertades individuales. Cuando eso exista entonces nos podremos detener en analizar la problemática de género por separado, pero hoy creo que estamos, hombres y mujeres, en esta misma situación.
–Los artistas vivimos una situación muy ambigua. Por un lado se nos ve como locos, amorales, con todos los clisés con los que se ve a los artistas, y por otro lado nos ven con toda la exaltación que se predica del arte: el artista como una suerte de profeta, el artista como estrella, con luz propia, algo del orden de la locura pero que lleva a la verdad. Los proverbios populares lo aseveran y es un cliché similar al que se tiene de los niños: son tontos, no entienden nada pero si se les pregunta algo van a decir la verdad. Existe esta ambivalencia y a nosotros no nos interesa defendernos sino ponernos como ciudadanos individuales con interrogantes propios, obviamente muy diferentes de los que el gobierno quisiera que tengamos. Qué es arte, qué es representación, qué no es arte, dónde comienza el arte... molestar al poder existente. Y no tenemos las respuestas, no sabemos la verdad sobre estas preguntas, no queremos cerrar respuestas y enseñarlas, sino perturbar. Entonces ni profetas ni diablos sino ciudadanos.
–Primero quiero decirte que, incluso en el momento de mayor apogeo, el teatro estaba reducido a un pequeño grupo de habitantes de la capital, de clase media, estudiantes, intelectuales. No hay una gran actividad teatral ahora, pero sí están creciendo los proyectos relacionados con el cine, el video experimental, las instalaciones, la danza.... Aunque todavía no hay cosas tan interesantes; los jóvenes están investigando mucho en estos terrenos y hay festivales con mucha audiencia. Sin embargo la difusión sigue siendo limitada y sigue siendo cerrado a este grupo minoritario del que te hablaba antes. Por otro lado hay un teatro popular pero tiene muchos problemas que no tienen que ver tanto con el dinero ni con la infraestructura sino con la falta de preguntas: sigue la tradición de los ’60 y ’70, donde sí había cierta explosión del teatro, pero hoy no se sostiene poner en escena el mismo material que hace 40 o 50 años. Creo que se necesita mucho coraje para destruir esta abulia y buscar algo nuevo, algo más molesto tal vez, para romper con el pasado. Este problema atraviesa al teatro pero al arte en general, y también a la política.
–Para mí no es un problema ni es “el” problema. No es un deber del teatro gustarle a todo el mundo: hay muchísimas otras expresiones y hay problemas mucho más grandes en el Líbano que éste, como el escaso índice de alfabetización, por nombrar un ejemplo. Pero a esta pequeña audiencia de la que te hablo, de las universidades, de las ciudades, etc., bueno, yo digo “vamos a sacudirles la cabeza”, en vez de ser complacientes con ellos o con sus formaciones. Los artistas debemos sacudirnos a nosotros mismos para luego hacer esta transferencia a la gente, para provocar grietas en el pensamiento del público. Las certezas son muy cómodas pero no me interesan.
–En la guerra civil el cuerpo fue glorificado, todas las imágenes mostraban al cuerpo del guerrero poderoso, resistente, invencible, etc. una imagen que luego se invirtió completamente cuando se empezó a ver que estos guerreros eran criminales, violadores, asesinos. El guerrero mutó a mercenario y el cuerpo también fue perdiendo importancia con la sofisticación de las armas. Hasta hace no tantos años las armas necesitaban del cuerpo, ahora sabemos que no lo necesitan para nada, que con apretar un botón alcanza. En la vida cotidiana la ideología del cuerpo es muy fascista, no solo en el Líbano, es algo mundial: hay que estar lindos, fumar está mal visto, no hay que envejecer, hay que operarse, etc. Lo que algunos artistas estamos trabajando es volver a tener en el escenario cuerpos vagos, que se declaran, que no tienen miedo del error, volver a la palabra sin mostrarnos virtuosos como el artista que todo lo hace, todo lo sabe. Somos perdedores.
–Pero no es literatura sino que es palabra política. La acción no viene desde el cuerpo sino desde una declaración atravesada por la lectura política. A veces los trabajos son tematizados desde lo político, pero por sobre todo la forma de hacer arte es política.
–Como cualquier otra dicotomía, tengo dudas sobre este límite. El teatro nos da un lugar para la ficción donde la realidad es solamente una referencia. Políticamente es muy importante molestar con esta dicotomía. El mito sobre el comienzo de la guerra civil en el Líbano, que de hecho está escrito en los libros de historia, habla de una pelea entre primos jugando a las bolitas. En la discusión se sumaron dos hermanos mayores, luego las familias, luego los vecinos y más tarde el pueblo se dividió y terminó siendo una guerra. Esto está tomado como algo histórico, por lo tanto la representación es siempre una ficción, incluso el documento de identidad es una ficción, porque si fuera verdad, ¿por qué todos tenemos uno diferente? Para mí esta dicotomía es falsa, no hay fronteras, es un límite muy chico que no se sabe cuándo empieza y cuándo termina. Similar a lo que pasa en la política y en los medios.
–Tan difícil como en cualquier parte. Claro que un poco más difícil, pero en Europa no sé si es tan fácil. Mi experiencia es que en cualquier lugar del mundo (y digo esto porque el Líbano no es Arabia) una mujer que se rehúsa a aceptar las condiciones tradicionales para las que fue pensada puede encontrar espacios de libertad eligiendo el círculo en el que se mueve: eligiendo maridos, amigos, amantes, etc. Hay leyes diferentes para hombres y mujeres y esto es un hecho pero lo hemos podido manejar, pero no me considero la persona indicada para contestar esto porque yo tuve suerte.
Más sobre Lina Saneh:
www.linasaneh-body-p-arts.com
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