PERFILES > FLOR DE LA V
› Por Flor Monfort
El miércoles a la mañana, cualquier alma dispuesta a chequear el camino de serpentina que trazan los medios para hablar de la vida de Flor de la V se encontró con Leo Montero, el conductor de las mañanas de Telefe, haciendo chistes sobre la foto que eligió una revista para ilustrar una nota sobre ella. El Obelisco atrás de la actriz y las risas que festejaban la ocurrencia de los editores para poner negro sobre blanco una identidad que perturba tanto. Semanas atrás, cuando el mismo programa decidió llevar a una familia diversa a su living (en el living es donde hablan de cosas serias), el mismo Montero se emocionó frente al relato de un niño quien decía que haber sido criado por una travesti no labró en él un destino como gay o travesti. “Ella nos da lo que una madre les da a sus hijos: amor” explicó. Un testimonio digno de ser visibilizado y tremendamente lúcido de un nene que lejos de parecer preparado para hablar, destilaba sinceridad y un vocabulario propio para hablar de sus sentimientos. Leo Montero se paró, lo abrazó y le dijo que no podía contener las lágrimas. Estaban “tematizando” la reciente maternidad de Flor de la V.
El 25 de agosto se cumplió la fantasía de Mirtha Legrand de que Florencia sea mamá. Así lo testimonian once años de almuerzos donde la pregunta por la maternidad se repitió en el mismo tono comprometido en el que Chiquita le preguntó a Roberto Piazza si violaría a un hijo varón adoptado. La insistencia de la conductora en que acá no está legislado es como un déjà vu tortuoso que algunos años Flor resiste con una sonrisa y otros corta por lo sano, explicando que “tal vez no vine al mundo para ser mamá” como le dijo alguna vez. Bueno, resultó que sí, que su pareja con Pablo Goicochea, la solvencia económica de ambos, el buen proyecto en común y el trámite de alquilar un vientre en Estados Unidos en una clínica especializada le dieron la posibilidad de ver llegar al mundo a los mellizos Isabella y Paul Alexander, fruto de la fecundación in vitro en la cual, según la revista Gente, Pablo fue el donante (otros medios deslizaron que había sido la misma Florencia, pero ella no confirmó ni negó el dato).
A esta altura, nadie espera que los genios de Telefe ni Mirtha Legrand sean capaces de problematizar y de volver preguntas valiosas, todo el despliegue que plantea el caso de Florencia. Nació en Monte Grande, perdió a su mamá a los dos años y ella misma contó miles de veces cómo su papá le daba cinturonazos en las piernas para que no se vistiera de mujer. “Y mirá el flor de puto que le salió”, dijo a los gritos en Memoria, en el 2000, cuando el debate invitaba a un Boca-River entre la audiencia y Florencia: “¿Ud. le daría un hijo en adopción?” era la consigna, y el panelista más tolerante habló de “paternidad” para hacer eso de “cada cosa por su nombre” que hoy, once años después, matrimonio igualitario mediante, una ley de identidad de género en tratamiento en el Congreso y dos bebés en la cuna, se ocuparon de revalidar periodistas como Marcela Coronel, Marcelo Zlotogwiazda o Gisela Marziotta. La ex mano de derecha de Grondona aseguró en el programa Vidas paralelas, que conduce desde hace algunas semanas en América, que Florencia es un hombre, que el género que le corresponde es el masculino y que la biología es la biología por más que nos queramos hacer los modernos. O el portal Nova Chaco, que publicó: “Nacieron Paul e Isabella Goicochea, los ‘hijos’ del trolo chaqueño Flor de la V”, con el epígrafe “Pobres pibes”.
Aquella chica vestida de diablita que le dio un pico al que fuera su futuro marido en un carnaval de Gualeguaychú, siguió todos los pasos: siempre se asumió como travesti, defendió su identidad más allá del binarismo, formalizó su unión con un hombre, pidió el cambio de identidad registral y cuando el casamiento se legisló se casó. Todo con el velo del cuento de hadas que ella misma menciona, sin culpa pero haciéndose cargo, como reverso curioso de todos los miles de casos de marginación, sufrimiento y muerte que hay detrás de los destinos trans, como revela el asesinato de Pepa Gaitán en Córdoba o el suicidio de Carlos Agüero en La Rioja, un adolescente gay acosado por sus compañeros e ignorado por la escuela. Esa grieta que ella supo abrir para “normalizar” algo que algunos deciden convertir en parodia, otros usan para mostrarse del bando correcto, como Marziotta, conservadora con Grondona, progre con Lanata, contestataria con Pettinato, y otros simplemente ignoran, como la revista Gente, que aun ufanándose de tocar todos los temas, tiñe de una naturalidad pasmosa el hecho de que una pareja le alquile un departamento a Cameron Diaz, alquile el vientre de una mujer y compre los óvulos de otra, latina para que sus hijos sean parecidos a ellos, y cuenten todo esto mientras les dan la mamadera en Yves Saint Laurent a sus bebés recién estrenados en el arte de hacer compras y vestirse de Chanel. Cuando los mellizos estaban en la panza, Florencia fue a lo de Susana Giménez y esquivó todas las caídas de mandíbula de la diva, desbordada por tanta información y sorprendida al mejor estilo “dinosaurio vivo”, poniendo en evidencia que la única desviada del asunto es esa obsesión por querer seguir hablando de aquello de si es varón o mujer, madre o padre. Florencia ya tiene sus dos criaturas, ya cumplió su sueño, ya compró lo que necesitaba y nadie tuvo que preguntarse si le daría un hijo en adopción. Y nadie supo atajar eso que ella esgrime como la clave del final feliz: “es el deseo”, dijo, sin calcular que ni todo el deseo del mundo revive a los dinosaurios.
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