Vie 30.09.2011
las12

TEATRO

Más que la chica del aviso

A veces se hace justicia en el mundo del espectáculo y entonces el talento bien entrenado puede aliarse a la buena fortuna. Es lo que le está sucediendo a Paola Barrientos, espléndida actriz proveniente del off que actualmente brilla en dos obras en la calle Corrientes, Estado de ira y Un tranvía llamado Deseo, a la vez que convirtió en inconfundible la campaña publicitaria de un banco.

› Por Moira Soto

Quizá Paola Barrientos prefería no hacer esta nota ni ninguna otra. “Creo que si tengo algo interesante para ofrecer, se puede develar en el trabajo”, dice la intérprete que en estos momentos encandila los lunes con su prodigiosa actuación en Estado de ira (la obra de Ciro Zorzoli que se acaba de reestrenar), conmueve haciendo a la Stella de Un tranvía llamado Deseo, de miércoles a domingo, y en cualquier momento, en tu propia casa, se sale de cuadro en la tanda publicitaria televisiva dándole vida a una señora clase media de 30 y pico en distintas situaciones de la vida cotidiana (que se pagan con la tarjeta del banco que banca esos avisos). Egresada de la Emad, fogueada en el off, Barrientos encontró su norte cuando empezó a trabajar con Ciro Zorzoli (Crónicas, 2004; El niño en cuestión, 2005) y aunque alternó con otros directores y directoras, volvió a su maestro, artífice de la obra estrenada en 2010 que la llevó a ganarse una serie de premios y que ahora ha regresado, sin ceder un ápice de su espíritu independiente (“me da mucho orgullo que sea en cooperativa, es un proyecto muy nuestro”), para instalarse en la calle Corrientes, justo enfrente del teatro donde estaciona desde hace meses El tranvía...

Momento venturoso para esta actriz que no se siente cómoda en las entrevistas periodísticas que, en general, no lee cuando se publican porque le da cierto pudor: “Le tengo bastante respeto a la palabra escrita. No es lo mismo el lenguaje hablado, que se puede completar con un tono, un gesto. Además, a veces no me gusta el recorte que se hace, cómo se titula. Eso sí, desde que empecé a hacer notas, soy menos cruel con lo que leo que declaran los otros...”

¿No se te ocurre que para alguien que vio tus trabajos, o los va a ver, tu palabra puede ampliar su comprensión, sumarle información, ideas?

—También puedo decepcionarlo. A mí me ha sucedido al revés: encontrar en una nota reflexiones de alguien que me resultan valiosas, y que luego su trabajo me pareció que no estaba a la altura. Obviamente, creo que en mi caso puede ser a la inversa.

Pero el hecho indiscutible es que tu circunstancia profesional actual es excelente en cuanto a diversidad de experiencias, repercusión en la crítica y el público. Ni siquiera te has privado de hacer avisos.

—Sí, es un momento muy bueno. De pronto, las cosas empiezan a ocupar cada una su lugar. Por el tema de la publicidad, el año pasado y el anterior participé de un evento, un trabajo que sé que no es lo mío, frente a 10 mil personas. Aprendí a dejar de buscarle rigor artístico a este tipo de expresiones, ya tiré la chancleta. Trabajar en un evento de esa magnitud no tiene rigor ni es artístico. Llegar a esa conclusión me permite hacerlo tranquila y desprejuiciadamente.

Ciertamente, que aparezca una buena actuación en esos segundos que dura un aviso es algo que se nota y se agradece. En esas publicidades del banco, se advierte que armás el perfil de un personaje que tiene vida propia.

—Pasó algo especial con esta campaña: de hecho, es el tercer año que está en pantalla. También debo decir que hubo un encuentro con Gonzalo Suárez, el intérprete de mi marido, muy potenciador para mí. Hasta la mitad de este año dirigió los avisos Juan Taratuto, una persona a la que le importa el trabajo de los actores. Todo lo cual contribuyó a que se creara un pequeño mundito ahí. Nunca me aguanté hacer castings para publicidad porque hay cosas que se ponen en juego en esa situación que para mí no están buenas. Por eso, aun estando sin laburo, siempre traté de no pasar esas pruebas. Y de pronto sale esto del banco, que es publicidad pero recibí otro trato. Encima, hubo laburos de tele que me salieron a partir de estos avisos.

Vale remarcar que se trata de una publicidad por entregas, en pequeños capítulos, algo atípico, ¿estaba pensada esa continuidad desde el vamos?

—No, fue sucediendo a medida que funcionaban los avisos, en los testeos se pedía que la pareja siguiera. Y cada año creció la apuesta. El primero fue una peliculita de 2 minutos y pico que fueron pasando entera y por partes. Al año siguiente fueron 10, y este creo que llegamos a 17. Nunca pensé que podría llegar a ser la cara de un banco, resultar confiable. Los creativos no sólo escriben especialmente para nosotros sino que además podemos proponer cosas en rodaje.

Es curioso que tu relación con la televisión se afiance gracias a estos avisos...

—Bueno, yo había hecho hace muchos años el programa Chabonas, humorístico que producía Jorge Guinzburg. Luego estuve en una remake de Peor es nada. Y seguí con algunas participaciones, cosas que me gustó hacer, cosas que prefiero olvidar. Tuve un pasaje por Hechizada, sitcom sin pena ni gloria. Y algunas otras incursiones, un poco como extranjera, sin posibilidad de adueñarme del espacio y experimentar. Tal vez la clave sea tener menos prejuicio y opinión sobre cómo se actúa en la tele y poder encontrar dentro de esa forma, de esos límites, cómo desenvolverse. Creo que empecé a descubrir ese camino en Contra las cuerdas, tuvo que ver con permitirme un espacio para equivocarme. Pienso que el hecho de que fuera Canal 7, el tener un personaje con continuidad me dio esa especie de confianza. Algo que no me sucedió en Para vestir santos, donde yo sentía que estaba en el mejor programa de la tele y que tenía que estar al nivel de las circunstancias. Por supuesto que las condiciones eran alucinantes: buena producción, buen director, un libro maravilloso, actores y actrices que admiro... En cambio, en Contra las cuerdas comprendí que permitirme errar habilitaba lugares donde la podía pasar mejor, averiguar cosas. Tuve esa libertad apoyada por los directores, por mis compañeros.

¿Tuviste otras propuestas de TV para 2011?

—Iba a estar una tira todo el año, pero la dejé para hacer teatro. Surgió el proyecto del Tranvía y no quería las dos cosas a la vez. Nunca había hecho una obra durante tanto tiempo, de miércoles a domingo, sábados doble, en lo que se llama el teatro comercial. Es cierto que el año pasado, con Estado de ira tenía funciones de jueves a domingos, pero las hacía junto a un grupo de gente con la que venía ensayando desde hacía dos años, con Ciro Zorzoli con quien trabajo hace un montón y me entrego ciegamente a él: era una situación distinta. Estrenamos en julio, iban a ser dos meses, terminaron siendo cuatro. El tranvía estrenó en abril pasado y no sé sabe cuándo termina.

Es más que evidente que Estado de ira es fruto de mucha decantación, de una perfecta afinación.

—Yo tengo la sensación de que este trabajo empezó hace un montón, casi me remontaría al ingreso a la Emad, a mis primeros encuentros con Ciro que era el asistente de Marta Serrano, mi maestra allí. Estado de ira es como la explosión y la exposición de todo un largo trabajo previo, de un encuentro con personaje que se produjo hace mucho. Creo que a veces hay poca conciencia respecto del trabajo que las cosas bien hechas requieren. Cuando estrenamos el año pasado en el Sarmiento, no teníamos ideas de lo que podía pasar con el público, que es parte de la obra.

En Estado... hay teatro dentro del teatro, cada actor, cada actriz, hace dos personajes, hay varios niveles a los que hay que prestar atención. El público recibe una obra compleja a la vez que muy divertida, que lo mantiene en constante estado de alerta.

—Creo que hay algo de toda esta forma de trabajar que compartimos, que es muy genuino. La gente está participando de una experiencia que nosotros estamos tratando de llevar a cabo, y creo que percibe que en el escenario están sucediendo cosas de otra índole. Que el interés que nos provoca a nosotros el trabajo se convida y se comparte.

Algo que está vivo y que respira, que mantiene lozanía, sostenido por ese elenco de diez actores y actrices impecables que te acompaña...

—La intención de los que hacemos Estado... tiene que ver con eso. Inclusive cuando sentimos que fracasamos en el intento, el intento prevalece. Lo que yo tengo que hacer en Estado de ira es una panzada para una actriz, me doy todos los gustos posibles, pero siento que si me lo cambiás a Diego Velázquez, me lo arruinás... Entre todos los actores hay una red que cada uno tiene que tensar de un modo muy particular y específico en relación al que la tiene de la otra punta, para todas las pirueta que tengo que dar en el aire.

Cuándo el proyecto arranca ¿se sabía que iba a girar alrededor de Hedda Gabler, de Ibsen?

—Sí, esta la idea de Ciro de este grupo, no sé si de empleados municipales en principio, que tenía que enseñarle a una actriz a hacer ese rol en una puesta ya muy marcada. Veníamos de hacer una experiencia que se llamó Exhibición y Desfile, que el año pasado abrimos al público mientras hacíamos Estado de ira, después de tanto trabajo puertas adentro.

Así como no soñabas con ser la cara confiable de un banco en avisos ¿te veías antes de Estado... encarnando a una diva con todos los chiches?

—Bueno, creo que más allá de dónde vengo y lo que soy, tengo algo de mi personaje, al menos en una horrible fantasía: yo no me enorgullezco de todos los deseos que tengo. Y ese es uno, así que poder hacer a la diva y sacármela de encima es un lujo que me doy.

Y la hacés con todos los recursos imaginables para ese rol, con regodeo y exuberancia irresistibles.

—¿Viste que hay algo en los actores relativos a que sentimos mucho? Por ahí lo de la diva es un tanto exacerbado, pero estamos ahí, en esa zona: en lo que nos provoca el público, en lo que provocamos. Y yo no me encuentro tan lejos, aunque haga a la diva con un grado de conciencia y de opinión que me da la posibilidad de proscribírmelo.

A esta diva con precioso traje color mostaza de fines del XIX, le bajan el copete unos empleados mediocres y resentidos.

—Por eso es ambigua la situación que se genera: cuanto más arriba está el personaje que cae, más estrepitosa y disfrutable es su derrumbe. Pero no hay buenos y malos en la obra, la conductas se van sucediendo, fluctuando, afloran muy repartidas las miserias y frustraciones de todos los personajes.

¿Te resultó muy diferente el grupo que se armó para hacer Un tranvía llamado Deseo?

—En la obra de Williams todos trabajamos desde lugares muy distintos, pero igualmente podemos encontrarnos de un modo que a mí me resulta muy satisfactorio, superando una vez más mis prejuicios. Por ejemplo, en escena me encanta encontrarme con Erica Rivas, una actriz que viene de otra escuela, de otro palo.

Se percibe una energía femenina poderosa que circula en ese trío: Blanche, Stella, Eunice. ¿Es el primer clásico que hacés en el teatro?

—Más aún, es la primera obra de la que tengo un texto antes de empezar a ensayar, nunca antes me había pasado, salvo en el caso de Teatro para pájaros, de Daniel Veronese. Si la pregunta es: ¿cómo llegás a ensayar una obra que no está escrita?, te digo que para mí es lo más natural. Fue durísimo estudiar este texto.

Pero se trataba de una obra maestra de Tennessee Williams....

Obviamente, me estimulaba mucho el deseo de hacerla. Y si bien todo se fue armando, creo que el espectáculo arrancó realmente bastante después de estrenado. Hubo un tránsito y un camino que se fueron haciendo a través de muchas funciones.

El autor trabaja con una problemática que sabe ver con su ojo de poeta hipersensible a fines de los ‘40 y que hoy diríamos que tiene que ver con la construcción cultural de género, como esa obligación de ser y permanecer joven y bella, que tortura a Blanche. O la cuestión de violencia de género y de cómo un personaje de mujer puede bancársela y es posible comprenderlo en ese contexto.

—Creo que esa lectura que hacés de la obra tiene que ver con nuestra decisión de seguir buscando. Nos relacionamos de modo muy sensible. Rescato esto de la experiencia de estar haciendo teatro comercial: la conexión con actores a los que nos interesa el trabajo más allá de ir a hacer la función. Con Diego Peretti también pude establecer un buen vínculo de trabajo. Por supuesto que la violencia de género existió siempre, sólo que ahora se denuncia, está mal vista.

Parece una enorme exigencia estar haciendo al mismo tiempo dos obras como Estado de ira y Un tranvía llamado Deseo.

—Es mucho, sí. Te diría que el trabajo con el grupo de Estado de ira me potencia, como que me cachetea, me avispa, me vuelve a abrir los ojos. Me devuelve sentidos de lo que estoy haciendo. Y como no quiero ser encasillada solo como actriz graciosa, de comedia, me atrae mucho hacer el Tranvía, haber trabajado con otro director. Ciro tiene una mirada tan clara y tan particular en relación al laburo del actor, a la que adhiero absolutamente, que quería ver qué me pasaba sin él.

Estado de ira, los lunes a las 21 en el Metropolitan 2, Corrientes 1343, a $80, 52770500

Un tranvía llamado Deseo, miércoles, jueves y viernes a las 21, sábados a las 20 y 22, domingos a las 20, en el Apolo, Corrientes 1372, a $ 120 y 140 (los miércoles 25% de descuento), 43719454.

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