ENTREVISTA
Sandra Carli es doctora en Educación e investigadora del Instituto Gino Germani; su último libro, La memoria de la infancia (Paidós), tiene una impronta experimental que se asocia más a un trabajo literario que a uno de corte académico. Su intención de bucear en los recuerdos infantiles sin temor a la bruma de la memoria la acercó al aporte autobiográfico de Norah Lange o a los cuadros de Antonio Berni, pero también aborda los alcances de las miradas sobre la niñez desde el guardapolvo almidonado de hace un siglo hasta las imágenes de la pobreza de la última década.
› Por Flor Monfort
“Mis padres no la pronunciaron nunca. Nadie la pronunció y yo me pregunto cómo supe que esa palabra existía. Evidentemente, la había oído mucho durante mis primeros seis años de vida, y después su anulación (yo tampoco la pronuncié, ni siquiera en el pensamiento) la puso en un lugar especial. Tan completa fue esta anulación que recuerdo perfectamente la primera vez que la oí, muchos años después, cuando estaba terminando la primaria: una chica, una compañera de la escuela, dijo ‘Perón’... Sentí como si se abriera un abismo, en el que se precipitaba toda mi vida...”
La cita corresponde a César Aira en su obra El tilo (2003) y es utilizada por Sandra Carli para reconstruir esos fragmentos de recuerdos de la infancia que tanto dicen sobre ella. Una época valiosa, que se expone a través de miradas que la reconstruyen o la institucionalizan para dominarla, imaginarla cerrada o desactivarla como voz que supone un ruido, una anomia. Así de extraña es la experiencia infantil cuando se mira con la sensibilidad de Norah Lange o de Arturo Jauretche, dos autores que desde estilos muy diferentes recuperaron retazos de vida infantil y los volcaron con vértigo. Carli los necesitó para ver más allá de lo que su experiencia como investigadora le había arrojado sobre su campo de estudio. “El libro tiene distintas entradas, yo tenía trabajos anteriores sobre el análisis de los conceptos acerca de la infancia en la historia de la educación argentina, entonces la mirada había virado más a los documentos, a las fuentes que me permitían mirar sobre todo las concepciones acerca del alumno de la escuela publica, la concepción acerca del niño del discurso educativo y acerca del menor. Y en este caso fue más en torno a un proyecto de investigación en particular que tuve durante un tiempo, distintas incursiones con un registro más de historia cultural: poder mirar distintas formas en que la infancia fue tematizada, nombrada, interpretada. Me metí con estos materiales más como una extranjera, no como especialista, pero sin embargo me interesaba entrar a otro tipo de campos de conocimiento con esa pregunta, porque el tema de la infancia está planteado en muchos terrenos y muchas veces es un tema invisibilizado.
–Sí. Me parecían muy llamativas las miradas del peronismo sobre todo. Yo había rastreado en un trabajo anterior los discursos de Perón y de Eva, y ellos instalaron políticas públicas con miras a la niñez de manera muy clara: “Los únicos privilegiados son los niños”, decían. Me quedó picando esa cuestión y me interesó ver en la literatura autobiográfica, por un lado, la mirada de una escritora como Norah Lange, una figura de la elite literaria de la época, muy interesante, en ese texto que tuvo gran circulación como Cuadernos de infancia, que fue escrito en 1937, incluso en las lecturas que generó en el sistema educativo. Quise hacer una lectura más detenida de esos recuerdos ficcionalizados sobre la experiencia infantil y ponerlos en relación con otra figura nacida en la misma época, como Arturo Jauretche, que es un poco el referente de la tradición del pensamiento nacional y popular, que también escribió sus memorias pero en los ’70, y que expone una recopilación sobre la experiencia infantil que permite entender su pensamiento político. A mí me dio muchos elementos para entender cómo el contacto con los chicos peones en relación con su propia experiencia como hijo de una maestra de escuela normal era observado por Jauretche con una sensibilidad particular. Me interesó mucho cómo los adultos que recuerdan su infancia registraron en algún momento las diferencias sociales que los acercaban o los alejaban de otros niños. Diferencias que les atraían, por un lado, pero, por otro, les ponían un límite.
–Sectores medios que ascendieron, un circuito de la vida en la ciudad muy cercano a los consumos culturales de las nuevas tendencias modernizadoras de la época que quizá permeó relativamente a otros sectores sociales pero sí caracterizó a un núcleo. Un tema que ha sido estudiado por muchos autores pero a mí me interesó ver la mirada de estas figuras tan interesantes, como Arminda Aberasturi, esa trayectoria de cómo va cambiando en relación con ciertas disciplinas que ella va profundizando de estudios iniciales en educación al desarrollo en el psicoanálisis de niños, cómo va fabricando una mirada especializada sobre el niño, con todo ese componente de construcción.
–En un momento de mi carrera, en Didáctica nivel inicial, una materia que daba Hebe San Martín de Duprat (que justamente tiene un capítulo del libro que realizamos con Patricia Miranda), ella nos dio un texto para leer de un autor italiano que se llamaba Franco Frabboni, que distinguía los tipos de infancia: infancia escolarizada, infancia institucionalizada, etc. Pero me impactó mucho y me quedó picando como interesante en el sentido de que hay efectivamente una construcción que opera en los adultos y las instituciones sobre la infancia, no hay una idea universal de infancia sino que hay una construcción histórica que va dando forma.
–Yo creo que lo que es interesante del peronismo es que pone en primer plano una política pública de derechos de niños. Eso juega como una bisagra de época que modifica las posiciones tal como estaban. Se alteró un orden con esa prioridad de que el privilegio está en los chicos. Y eso evidentemente en la época se vivió como tal y alteró mucho las percepciones de la gente. Yo en algún lado digo que está pendiente el trabajo de memoria de la infancia durante el peronismo, porque me parece que es un período muy significativo para dar cuenta de la experiencia infantil. De hecho cuando uno charla informalmente con parientes o conocidos que fueron chicos durante ese período, surge la conmoción que se ve en el fragmento de Aira.
–Sí, esa generación vuelve a traer los hilos de esa memoria transmitida de generación en generación. El peso de la política en la vida familiar me parece que eso muchas veces en memorias de desaparecidos o en los relatos que aparecen sobre los años ’70 aparece. El impacto de lo que a partir del ’55 se produjo con la proscripción del peronismo, después en décadas posteriores quedó borrado de la historia, inclusive en la actualidad. Si bien por algunas medidas políticas una podría entender que hay una especie de recuperación, como la AUH, en el discurso público no siempre está presente el tema de la infancia con la misma potencia política que tuvo en los años ’40 y ’50, que también era una cosa de época con relación a otros países, contexto de guerra mundial, de confrontación entre naciones. La idea de una política para las nuevas generaciones tuvo un peso muy significativo. Creo que de eso quedó un resto que habría que reactivar, en tanto puede potenciar una nueva sensibilidad sobre los niños, sobre todo los más atravesados e impactados por la pobreza.
–La memoria de la infancia tiene esa cosa de que un poco es inventado, un poco de memoria, un poco de olvido... El libro tiene una inquietud por el pasado que yo comparto evidentemente, más allá de que en los últimos años me dediqué más al presente. Sin embargo, me doy cuenta de que el tema del pasado me interesa, me interesa lo que el pasado deja en tu historia, las huellas de ese pasado en el presente. Eso tiene un componente de melancolía, que puede ser inhibidor, o puede tener un componente productivo. Creo que cuando insisto en los trabajos históricos es porque a mí también me permiten elaborar cosas y reconstruir o recuperar o darle nueva visibilidad a trabajos culturales que se han hecho en el pasado. Una memoria que no tiene que ver solo con la infancia sino con una memoria sobre la Argentina, y no es sólo la sensibilidad por este tema, sino que este tema me permite sostener una sensibilidad con la experiencia argentina. Se me juega algo de la memoria pública.
–En 2004 di una conferencia en Barcelona y estaba muy marcada por la experiencia de la crisis de acá. Ese ejercicio de mostrar ciertas imágenes era de alguna manera mostrar un retrato de la Argentina, después, al recuperarlo ahora para el libro y volver a trabajarlo, es muy distinto que en aquella época. La lectura de Berger y Sontag son actuales y me permitieron entender más las dimensiones de la imagen. El tema de la responsabilidad frente a la mirada, y sobre todo en las fotos sobre la desnutrición, me parece que permiten pensar cómo ese uso de imágenes, aunque sea de denuncia, invita a una reflexión, pensando que el que está ahí retratado es el niño, que no tiene modos de defenderse o de decir que no, es también un objeto de que quizá con un adulto no lo expondríamos con tanta liviandad. Más allá del mérito periodístico de publicar esa imagen, me parece que en un segundo momento una puede pensar cuáles son los modos de mostrar a los niños cuando la palabra de ellos no está en juego. Lo mismo para el caso Candela que no tiene voz, y que genera la fascinación de la nena bonita, llamativa, riéndose, con poses, bien de la edad, me parece que ahí hay una cosa delicada y que se ha fracasado en generalizar ciertas pautas.
–Sí, hay algo inverso a “los niños primero” que es “con los chicos vale todo”. Con lo de Candela se dio que algunos periodistas aclaraban que en caso de que ella hubiera tenido relaciones sexuales, decían “bueno, pero en cualquier caso es abuso”. Por supuesto que es abuso pero había cierta necesidad de aclararlo frente a sus imágenes. Hay un tema muy fuerte en los ’90 con los medios mostrando grandes contrastes sociales en las experiencias infantiles, eso que también se podía ver en los ’30 pero que después con un proceso de mayor bienestar social se fue atenuando. Lo que vuelve a aparecer son esas grandes paradojas, esas grandes polarizaciones que cuando una ve los relatos de vida y las fotos de los chicos son hiperprotegidas en un caso y totalmente vulnerables en el otro, y ambas tienen consecuencias negativas. A mí me interesa la foto que puede armar relato, como el niño con guardapolvo al que no se le ve la cabeza de Verónica Carman. Y entre esta imagen y el relato de Norah Lange sobre el guardapolvo almidonado (“Tu gran delantal blanco se me acercó un poco. Prolija, limpia, me hacías pensar en esos costureros llenos de compartimentos para cada cosa”), pasó el siglo XX.
–Las calles adoquinadas, que van desapareciendo, y la experiencia de juego en la vereda, que me parece que es una libertad que se vivía en otra época. Un movimiento más libre y con menos temores. La casa de mi abuela en Caballito con los adultos menos metidos, controlando. Un tiempo más lento y otra percepción del tiempo, más espacio para jugar, y algo de la luz de los árboles, y los pájaros.
La memoria de la infancia se presenta el martes 4 de octubre a las 19.30 en la Librería Hernández: Corrientes 1436.
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