MODA
Los vestidos pintados del señor Fernandez
Manuel Fernández es valenciano, modisto, excéntrico, y en estos días expone en el Museo de Bellas Artes su muestra de vestidos Fashion Art: en ella, sus diseños han sido compartidos por firmas que provienen de las artes plásticas.
› Por Victoria Lescano
La idea de esta unión de moda y arte surgió en una fiesta en mi casa de Madrid a fines de los ‘90. Estaban Eusebio Poncela y Cecilia Roth y decidimos que Juanjo Garcis, un amigo del grupo, pintaría el traje del cierre de mi próximo desfile. A los pocos días llevé una tela blanca a su estudio y le dije ‘ahora píntalo’. Con el tiempo extendí ese concepto a muchos de mis artistas favoritos, algunos célebres y otros ignotos.
El proceso llevó cuatro años, hubo mucho de ensayo y error, luego se fue instaurando un método que varió según el artista porque en definitiva se trata de trajes de mi gusto reinterpretados por ellos, donde casi todos aplicaron temas de su última historia. Las piezas se cotizan como si fueran dos obras, por delante y detrás y los precios varían entre mil, doce mil y hasta cincuenta mil dólares”, dice el diseñador valenciano Manuel Fernández, responsable de los cincuenta trajes literalmente estampados con originales de artistas de la escena española que componen Fashion Art, la puesta que el Museo Nacional de Bellas Artes exhibe hasta el 10 de julio.
En los maniquíes ataviados con remixes de moda y arte abundan los vestidos largos transformados en canvas para que los pintores apliquen sus últimos caprichos pictóricos. Así, uno de escote princesa y tajo colosal lleva pinceladas en azul de Agustín de Celis, otro digno de galas de Jacques Fath de los cincuenta ostenta círculos y cuadrados en negro de Anzo, y hay fragmentos de moldes multicolores aplicados por Sigfrido a una falda y corsé que citan el traje regional de Valencia. Los matices de corte alcanzan también el modelo de manga asimétrica con bello paisaje de Chillida Belsunce, la falda evaseé y capita amarilla que luce hombrecitos pintados por Genovés, la serie de kimonos con retrato de mujer de Antonio Blemonte, escena del kamasutra en technicolor de Juana Andueza o tipografías de Urculo. El dibujante de comics Calpurnio –autor de Cuttlas, personaje de una tira del diario El País– trasladó sus trazos a un vestido mostaza que se lleva con guantes y sobrefalda negra, el fotógrafo Jaime de Laiguana, autor de las fotografías que documentan la muestra en un libro catálogo donde posa Eulalie (una modelo negra que recuerda a Grace Jones en su etapa modelo favorita de Issey Miyake), aportó impresiones de una boca hiperrealista.
La variedad cromática alcanza un vestido azul con escenas de barcos y marineros, una capa negra con silueta afín con trama de ciencia ficción fue pintada en azul, negro y dorado por El Hortelano, una bata negligée lleva adornos de la Pantera Rosa aplicadas por Jarr Laiguana y los pliegues de barquitos de papel de José Ibarrola.
“El traje de Manolo Valdés que está en la entrada (consiste en un bañador blanco y negro con alas a tono) fue un poco complicado, como él vive en Nueva York las maripositas iban de una ciudad a otra y en ocasiones se perdían, también aprovechamos todos mis viajes al Fashion Week para reunirnos”, agrega Fernández. La silueta más bizarra fue lograda en simultáneo con Antonio Girvbes e incluye fotografías pigmentadas sobre lona vinílica, el pop fue representado por la puesta de flecos en rosa chicle de Equipo Límite y el kitsch vía un traje con fragmentos de porcelana y falsos canutillos de Fuensanta Salas Pombo.
Vale aclarar que el Fernández valenciano detesta la expresión “alta costura”: “Me parece muy pretencioso, yo les tengo muchísimo respeto a los maestros, aunque me parece fantástica la nueva revolución impuesta por John Galliano y Alexander Mc Queen”. A un desfile muy haute couture prefirió bautizarlo colección Only One.
Tampoco disimula un discurso cínico sobre el fashion system y las pasarelas como medio de expresión –pese a que supo de participar de las semanas de las Cibeles y Gaudí desde mediados de los ochenta y a comienzos de 2000 decidió apuntar al mercado norteamericano desde la New York Fashion Week.
–¿Cúales fueron sus primeros diseños?
–Mi madre era modista y dice que a los 4 años yo iba tras ella con los alfileres, la costura se volvió un oficio a los 14 años, cuando máma puso una tienda al lado de casa. Era ropa de señora normal y comprobamos que las señoras sólo se compraban ropa si yo las asesoraba, con el tiempo cuando ella se dedicó exclusivamente a las novias, yo me aparté, es que tengo manía a esos trajes, sé que nunca me podría hacer rico con la presión de todas esas mujeres que exigen estar divinas para la ocasión.
Mientras estudiaba patronaje y diseño empecé mis pinitos, como mi pueblo es un sitio de turistas como Mar del Plata empecé a trabajar con los materiales que encontraba, hacía ropa de noche de cuatro pesetas y las ponía medio desnudas en la pasarela de discotecas. Siempre trabajé en esa dirección, la mujer sexy siempre está presente en mis colecciones, pese a que haya abandonado esos tirantes que hacían que en algún momento siempre se saliera una teta. También trabajé con transparencias, encajes y tules y trajes de campana en una colección para hombres, me arruiné con eso y luego dije fuera. Claro, los hice en plenos ochenta y reflejaba el espíritu de esa época. Entre mis clientas están varias de las chicas Almodóvar, Loles León, Rossy de Palma, Pastora Vega, por regla general son mujeres atrevidas que van adelante.
–¿Podría resumir los últimos ítems del manual de estilo Fernández?
–Tengo algo de la picardía de Moschino y solemos coincidir, especialmente cuando en el ’99 saqué botas bordadas y guantes de Manila, flores aplicadas sobre tejidos de rayas diplomáticas, yo las mostré en Nueva York y la casa Moschino un mes más tarde en Milán; suelo utilizar mucho el bordado sobre cueros, lo mezclo con las telas de cada temporada. Una de mis apuestas favoritas fue la de un rollo colegial perverso, sexy, con tableados en escoceses y Príncipe de Gales con transparencias, fue la de primavera 2002 que presenté en Nueva York dos días antes de la caída de las Torres, claro se fue todo a la mierda y me fue fatal. Después hice Seven, una colección regida por siete colores que marcaban distintos estilos y sensaciones para cada día de la semana, hice todo un estudio esotérico y decía ¡El lunes te vistes de blanco para ir a firmar buenos contratos! En la pasarela lo mostré con mujeres que salían de azul, blanco, o rojo de pies a cabeza, los accesorios y el peinado fueron concebidos a tono de las prendas. Mi última participación fue una fusión de Elvis Presley con Marilyn Monroe, ellas con escote y un lunar pero también con peinado rockabilly. Creo que después de la cantidad de estampas y colores que surgieron en Fashion Art voy a citar el Mediterráneo, para matizar haré una colección absolutamente blanca.
–¿Cuál es su lectura de la actual esquizofrenia de tendencias?
–La fusión de lo minimal, el barroco y el trash habla de una vuelta a los ochenta y también de una vuelta a épocas que ya vivimos, pero las lecturas nunca son exactas, hay variaciones en los cortes, nunca volveríamos a esas hombreras. En lo personal no me planteo lo que las mujeres necesitan porque considero que eso lo encuentran en Zara, en cambio pienso que a los diseñadores nos queda pensar en los caprichos, por algo es que cada vez nos complicamos más la vida con el estilismo en pasarela para vender. El minimalismo puro no vende a no ser que seas Armani, pero hubo tantas buenas copias de Armani por pocos euros... para qué te vas a gastar miles. Lo ideal sería que las temporadas de la moda duraran más tiempo, tal vez un año. Los diseñadores somos como el ave Fénix, caemos y luego resucitamos, en la moda no puedes ir de divino ni considerarte el elegido como en Matrix, aquí te eligen y te descartan con mucha facilidad, se impone la supervivencia y sostener un estilo pese a todo.
–¿Considera a la pasarela un formato en extinción?
–Al principio buena parte de la prensa de moda me llamaba el Gaultier español. Cuando en el ‘95 hice una presentación en el salón Gaudi de inspiración Frida Kahlo en pleno momento minimal las cronistas dijeron que era un payaso. Decidí dejar de hacer pasarelas convencionales porque no sirven para nada, salvo que tu máxima aspiración sea conseguir cuatro páginas en Collezioni, opté por otro circuito, presentaciones en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y lugares menos ortodoxos. A Fashion Art no quiero hacerlo en pasarela, en cambio imagino que cuando termine el tour por Latinoamérica y en el 2005 se muestre en París haría que los trajes bajen de trapecios como en un circo. En Buenos Aires, el primer punto de esta muestra, me contacté con un grupo de artistas para sumarlos al apartado Fashion Art latino.