[IN CORPORE]
› Por Patricia Gordon *
Soledad todavía recuerda su sonrisa, su rostro que sonreía. Los rostros de otras madres que no sonreían. Recuerda lo que sentía. Lo que escuchaba de esa boca que sonreía. Las palabras que salían y que les decía a ellas: “Un abuso sexual no significa tanto”. En ese momento comprendieron lo que no sabían cuando fueron a golpear la puerta de la Iglesia: que el abuso sexual cometido hacia sus hijos iba a enfilar la larga lista de los abusos que la Iglesia ha silenciado a lo largo de los siglos.
José María Arancedo, quien ahora está al frente de la Iglesia Católica argentina, fue una de las tantas personas a las que recurrieron los familiares de niños y niñas abusados sexualmente en el colegio Nuestra Señora del Camino de Mar del Plata. Un profesor (que fue absuelto) y el cura Alejandro Martínez, a cargo de esa Parroquia dependiente del Obispado de Mar del Plata, fueron denunciados.
El abuso significó tanto que una niña contrajo una enfermedad de transmisión sexual. Un niño intentó suicidarse. Otra niña hizo una patología alimentaria y se negaba a comer. Tanto fue el daño que esas escenas perduraron por años en sus cabezas, en un permanente intento de recordar, para algún día elaborar, tanto daño.
Las familias que una vez depositaron su confianza en la educación religiosa perdieron en aquel instante en que la Iglesia les dio la espalda aquel sistema de creencias que habían construido. El entonces obispo (de Mar del Plata) Arancedo paso a formar parte de quienes no sólo minimizaron uno de los peores crímenes de la humanidad, también, en medio de su sonrisa y de esas pocas palabras, se lo escuchó justificando el horror.
Tampoco se quedó atrás en la defensa del Colegio. Inmediatamente aparecieron los peritos de parte del Obispado de Mar del Plata, que contrariamente a lo expresado por catorce profesionales que fueron testigos en el juicio no encontraron en ninguno de los 22 casos que llegaron a juicio indicadores de abuso sexual.
Después de dejar Mar del Plata, Arancedo partió a Santa Fe a reemplazar a otra oveja descarriada, el obispo Edgardo Storni. Y una vez más, con o sin sonrisa se le escucharía decir que un abuso no es un abuso, en relación a otro nuevo escándalo por vejámenes a seminaristas por el cual el Obispo de Santa Fe fue condenado, en diciembre de 2009, a ocho años de prisión por abuso sexual agravado. Las familias de los niños marcharon incansablemente desde la costa hacia la catedral. Se paraban en las escalinatas de espaldas a la iglesia que les dio la espalda.
Para los niños y niñas no hubo aún un solo gesto, una sola palabra, una sola mirada –de parte de quienes deberían haber creído en su dolor– de disculpa ni de arrepentimiento.
* Psicóloga, ex terapeuta de niños/as abusados/as en el Colegio Nuestra Señora del Camino de Mar del Plata.
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