SOCIEDAD
La música de Ricardo Arjona genera muchas polémicas artísticas y también políticas. La investigadora Carolina Spataro analizó las motivaciones e historias de las integrantes de su club de fans. Un espacio que refleja muestras de autonomía –incluso para dejar a sus hijos o sus padres o retobarse al mandato de tener que ser cuidadoras permanentes–, aunque no se trate de un activismo político o de una rebelión al sistema patriarcal. Un movimiento que va mucho más allá de letras pegadizas y que, a la vez, despega nuevos interrogantes.
› Por Luciana Peker
Carolina tenía 14 años. La radio sonaba en la cocina como esas cosas que suenan sin ser escuchadas pero que terminan resonando. Lo raro no era el sonido, sino la voz calando en la llaga de la crisis de los cuarenta. La mamá de Carolina (Liliana) acababa de cumplirlos y se emocionó al escuchar una canción que les hablaba a mujeres de su edad y no a las jóvenes. “Señora de las cuatro décadas/ Y pisadas de fuego al andar. Su figura ya no es la de los quince/ Pero el tiempo no sabe marchitar. Ese toque sensual/ Y esa fuerza volcánica de su mirar. Señora de las cuatro décadas/ Permítame descubrir qué hay detrás de esos hilos de plata/ Y esa grasa abdominal que los aeróbicos no saben quitar. Señora, no le quite años a su vida/ Póngale vida a los años que es mejor/ Su talento está en manejar con más cuidado el arte de amar. Señora de las cuatro décadas/ No insista en regresar a los 30. Con sus 40 y tantos encima deja huellas por donde camina que la hacen dueña de cualquier lugar.” La canción –se llama “Señora de las cuatro décadas”, digamos que Ricardo Arjona es previsible– es de 1994.
Carolina Spataro ahora tiene 31 e hizo muchas cosas desde la década del ’90. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación, magister en Comunicación y Cultura, da clases en el seminario Cultura popular y cultura masiva en la UBA, es becaria del Conicet y acaba de entregar su tesis de doctorado que se llama “¿Dónde había estado yo?” y es un estudio sobre la configuración de feminidades en un club de fans de Ricardo Arjona. Por supuesto, la mamá de Carolina fue la que estuvo cuando el director de su tesis –Pablo Semán– la llamó mientras ella estaba amamantando a su hija para que vaya a un bar del centro a ver lo que estaba pasando: un arco iris de señoras y señores de cualquier década tejiendo, charlando, organizándose a través de Arjona. ¡Glup! Un mundo de sensaciones, de slogans musicales, pero también de decisiones personales que exceden a un hit –casi un neoculebrón– musical.
“Desde hace dieciséis años un grupo de alrededor de 30 personas, en su mayoría mujeres, se reúne los primeros sábados de cada mes en un bar céntrico de la ciudad de Buenos Aires. Ellas forman parte del club de fans oficial de Ricardo Arjona en la Argentina, un cantante y compositor guatemalteco de gran éxito en la industria discográfica. Desde allí promocionan su producción musical, realizan tareas solidarias, crean lazos de amistad y compañerismo, así como también elaboran ciclos vitales de manera colectiva, sueñan con prototipos de masculinidad que construyen a imagen y semejanza de sus deseos y activan ciertas zonas de su sexualidad vedadas en otros escenarios. A partir de la apropiación de un objeto cultural, ellas conforman un grupo de pertenencia y un espacio de socialización complejo al que reconocen como un lugar propio y afirman que cuando están en las reuniones se sienten ‘libres’ en comparación con espacios y vínculos en donde son interpeladas en un cruce de género y ciclo vital que las ubica en el rol de cuidadoras de su hogar y de su familia”, arranca la tesis de Carolina en un disparador que da para mucho más que un tema.
–Mi primera tesis fue sobre la cumbia en un análisis del programa Pasión de sábado, en donde observé un alto grado de sexismo: las cámaras tomaban las colas de las bailarinas y las letras de la cumbia villera tenían una construcción de la mujer como objeto de deseo para varones heterosexuales. Yo me indignaba. Pero les hice entrevistas a las mujeres que iban al programa y ahí advertí que ellas tenían cuestionamientos a la cumbia villera porque las trataban mal, las caratulaban de “chicas fáciles” y les faltaban el respeto. Por eso, preferían cómo hablaban de ellas la cumbia romántica, en donde las relaciones entre las mujeres y los varones eran “lindas”. Las mujeres hablan de muchas cosas cuando hablan de la música que escuchan.
–Los clubes de fans son un gran lugar de socialización. Las mujeres van ahí para hablar del cantante que les gusta, de la música que las conmueve, pero también para muchas otras cosas. Por ejemplo, tienen proyectos solidarios. Los clubes de fans compensan el estigma que dice que van a perder el tiempo –un estigma que les pesa más a las mujeres– con juntar tapitas o ropa. Pero en este club hacen muchos tejidos confeccionados por ellas o carteras y juguetes. En otros lugares, es una actividad de recolección y acá también de producción.
–Exacto, ellas intentan todo el tiempo contradecir la imagen de histéricas que están detrás de un ídolo. En este club de fans ellas construyen el vínculo con Arjona a partir de la idea de fans inteligentes. Aunque, en algunos casos, se sienten juzgadas por su circulo íntimo que les reclama: “¿A qué vas ahí?” Algunas pueden decir “yo voy porque me gusta Arjona”, pero otras alegan: “Voy a ayudar a los que menos tienen”. Más allá de si la actividad solidaria es importante o no, para ellas también sirve como una caridad compensatoria frente a la pérdida de tiempo en una sociedad que no habilita muchos espacios de autonomía placentera para las mujeres.
–Para ellas es, sin duda, un tiempo gozoso. La utilización del tiempo en las mujeres está muy mediada por las demandas del tiempo familiar. Es una realidad que nos atraviesa a todas y no sucede de la misma manera con los varones. Ellas no sienten que ir al club de fans es una pérdida de tiempo, pero sí les genera cierta incomodidad tener que explicar que se van de su casa. Hay mujeres que han tenido que mentir para poder salir un sábado a la tarde y otras que, ante los cuestionamientos de los maridos, decidieron llevar a sus hijos para que ellos no sospechen que hacían otras cosas. Mientras, hay una mujer de 80 años que va al club de fans, al centro de jubilados y organiza el té de los lunes en su parroquia. También procesan el dolor con el club de fans. Muchas se acercaron después de la pérdida de un padre, de una hija, de una separación o el padecimiento de una enfermedad. A veces funciona como una terapia, aunque no encuentren la resolución de sus conflictos, pero sí un espacio donde compartir un dolor y un placer.
–Creo que es un prejuicio. La tesis se titula “¿Dónde había estado yo?” a partir de la historia de una mujer que nació en la década del ’60 y que quería ser locutora, pero que su mamá le dijo que tenía que elegir un trabajo que pudiera hacer desde su casa. Se recibió de odontóloga y me contó que a los 40 años con la canción “Señora de las cuatro décadas” en la cabeza miró pasar a su mamá y la vio viejita y también se vio al espejo y se preguntó dónde había estado ella para llegar a no sentirse a gusto estéticamente. A partir de ahí, con sus hijos más grandes, empezó a hacer actividad física, estudiar idiomas, juntarse con amigas. ¿Dónde había estado ella?: cuidando a sus hijos.
–Yo no recordé el comentario de mi mamá –que quedó resonando en algún lado– hasta después de entregar la tesis. Pero muchas de las mujeres hablan de esta canción. Algunas critican esta frase de la grasa abdominal, pero sienten que es una reivindicación de la capacidad de seducción más allá de la juventud.
–En ellas hay mucho de cuidado estético y más cuando está por venir Arjona. Se ríen “cómo se nota que está por venir Ricardo” porque están todas más flacas. Por un lado, es cierto que hay transformaciones que aparecen cuando él está por venir o que arrancan por lo estético. Sin duda, que la idea de gustar al otro (y no sólo al varón, sino a ellas mismas) aparece. Pero no sólo en este grupo: la pauta cultural estética es muy importante en las mujeres. Igualmente, creo que no es sólo una transformación estética, sino también un puente para irse de la casa cuando estarían cuidando a sus hijos o lavando los platos.
–Al menos es un espacio de autonomía de las demandas del entorno familiar. Por supuesto que no es autónomo de la cultura. Hay feministas que ven la autonomía como absoluta y en determinados términos. Eso es un riesgo: hay otros espacios de autonomía que no son menos válidos. Ellas no dicen que quieren atacar al patriarcado ni salen a pedir políticas públicas sino que se sienten más libres y en un lugar propio frente a otros espacios en donde funcionan permanentemente como cuidadoras (de hijos, esposos, suegros, padres, etcétera). Para mí eso implica un espacio de autonomía en sus propios términos. Ellas ponen en escena algo que nos enseñó el feminismo: lo personal es político y éste, para ellas, es un espacio de transformación personal.
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