RESISTENCIAS
Mariana Rufolo y Pablo Holgado fundaron una ONG que hace del arte circense una herramienta para socializar, entrenar y formar a chicos y chicas de más de seis barrios en situación de riesgo. Hoy muchos de ellos son alumnos avanzados, profesores y artistas circenses. Circo Social del Sur tiene más de trescientos cincuenta alumnos, participa de encuentros y festivales en todo el mundo y quiere difundir el poder de una experiencia transformadora.
› Por Laura Rosso
Por esa curiosidad adolescente, Nadia –que en ese momento tenía 13 años– se acercó a los talleres de iniciación de circo que había en su barrio. Ahí conoció a Mariana Rufolo y a Pablo Holgado, sus primeros profesores, que habían llegado con zancos bajo el brazo, algunas telas para colgar del techo del comedor y muchas ideas en la cabeza. El objetivo principal de ambos (Mariana trapecista, Pablo actor) era lograr desde las artes circenses transformaciones personales y sociales en los chicos y chicas que se acercaran. Y así, con el mismo aire que se necesita para colgarse del trapecio, dieron ese salto. No cayeron al vacío; ocurrió todo lo contrario. Se instalaron con sus elementos en el comedor Amor y Paz y, posiblemente por ese componente atractivo que posee el circo, de inmediato se vieron rodeados de curiosos. Con los años conformaron una asociación que tiene como “socios estratégicos” a las organizaciones de base de los barrios. Trabajan desde 1996 en los comedores de Ciudad Oculta, Bajo Flores, Retiro, Villa Domínico, Mataderos y en el Centro Cultural Escalando Alturas, de Barracas, donde dictan talleres comunitarios, talleres de formación de formadores y de formación avanzada. En el 2002 se conformaron como la ONG Circo Social del Sur, dedicada a intervenir en terrenos donde las desigualdades abundan. Mariana y Pablo sembraron este proyecto con la esperanza de descubrir potencialidades entre quienes se animaran al vuelo, al aro, a las acrobacias o a los malabares. Fueron creciendo con el tiempo, como crecieron también aquellos chicos y chicas que espiaban desde la ventana queriendo ver de qué se trataba el asunto. Muchos de ellos ya son alumnos avanzados, profesores y artistas circenses. Circo Social del Sur forma parte de CheLa (Centro Hipermediático de Experimentación Latinoamericano), participa de encuentros y festivales en nuestro país, en América y en Europa y organiza jornadas de intercambio pedagógico durante las visitas del Cirque du Soleil. “El circo tiene un plus, dice Mariana, y es ver a cada uno en sus especificidades y también a todos juntos. Puede faltar financiamiento económico, pero lo que no puede faltar es el espacio comunitario; sin eso no podemos hacer nada.”
El deseo de Nadia de experimentar nuevas posibilidades, sumado al placer que sentía cuando se trepaba a la tela, hizo que se esforzara más de lo que ella podía imaginar. Pasó de alumna a ayudante, luego fue profesora y hoy coordina un grupo con alumnos propios. Cuenta: “A los 18 empecé a ir como ayudante a los talleres de Retiro y Villa Domínico. Luego vino la formación de formadores y la transformación llegó acompañada de mi crecimiento personal. El circo marcó en mí mi personalidad. Yo era bastante tímida y no tenía amigos ni compañeros. Tampoco me dejaban salir mucho por las razones particulares del barrio. Lo primero que conseguí fue tener un grupo de amigos y poder afrontar los problemas de la escuela porque también me daban apoyo escolar”, se acuerda y dice orgullosa que es lo mismo que ahora hace con sus alumnos: “Todo lo que aprendí en los talleres, lo transmito. Que aprendan a trabajar y a luchar. Que no es fácil tener unas zapatillas muy caras y que no sé si vale tanto la pena. Mejor tener zapatillas comunes y que las valoren. Creo que todo tiene relación con la vida dentro del circo. La transformación es muy amplia y abarca muchas cosas. Yo encontré varias vocaciones, desde hacer mis vestuarios, coser, a estudiar Gestión Cultural en la Universidad. El circo es tan colorido que cualquiera tiene un lugar”, define y aprueba con sus grandes ojos negros.
La experiencia de Rocío fue diferente. Tenía 15 años cuando se anotó en los talleres de Ciudad Oculta, pero estuvo un año sin ir. Iba y dejaba, o volvía a empezar y faltaba. “Hasta que aprendí a bajarme bien del colectivo –dice entre risas–, a pagar 1,25” para llegar hasta Parque Patricios donde hoy funciona la sede. Es que Circo Social del Sur desarrolla sus actividades –tal como indican las inscripciones de la entrada– en una ex fábrica de gomas, amiantos y afines. Ahí, en uno de los inmensos galpones, se reúnen dos veces por semana chicos y chicas de distintos barrios que se agrupan según edades y niveles. Rocío resume así esos comienzos: “Pensé que estaba bueno ir a aprender cosas para traerlas a mi barrio. Al principio no hacía nada, me quedaba tirada sobre las colchonetas y muchos no me bancaban. Por vaga y por tímida. Cuando empecé no me salía nada, no podía hacer ni veinte abdominales. Pero de a poco empecé y fui queriendo saber más, investigar más. Necesitaba más herramientas, más disciplinas, quería aprender a bailar, hacer malabares... y aquí estoy, gracias a los profesores que son puro amor” –dice– y de inmediato cuenta que se cortó la mano lavando los platos, por eso tiene que tener cuidado en el trapecio. Rocío forma parte de Salto, el espectáculo que resultó del trabajo de los tres últimos años del grupo de avanzados y aglutina los lenguajes de cada uno de los participantes. Rocío hace un número con las telas y música andina de fondo. Se entusiasma aún más y destaca que recorrieron varias ciudades de nuestro país, que estuvieron presentes en Tecnópolis y que participaron de un encuentro en Italia y de un festival en Río de Janeiro.
Leonela tiene veintidós años. Empezó a fines del 2007 en Circo Social e hizo la profesionalización después de los talleres de iniciación. “En un principio me costó la integración. Yo venía de Mataderos donde hacíamos circo más callejero. Quise hacer la formación. Había un entrenamiento, teníamos que cumplir con horarios, y eso te cambia un montón. Yo me metí en circo para poder subirme a la tela y al trapecio, aprendí a hacer un número en cuatro meses. Hoy lo pienso y todavía no entiendo cómo aprendí a girar”, confiesa Leonela y admite no estar tan preocupada como antes: “Subo a la tela y me libero”. El año terminó para ella y otros compañeros, en Italia en el primer Festival de Circo Social, que tuvo lugar en Siena. Participaron chicos y chicas de Palestina, Brasil e Italia. “Pasamos Año Nuevo todos juntos e hicimos una fiesta en la carpa del circo. Al día siguiente comenzamos los ensayos. Conocí gente de otros lugares, que siente otras cosas, y que hace lo mismo que nosotros. Los chicos de Palestina nos contaban que viven rodeados por un muro y huyen todo el tiempo de los ataques. Fue una experiencia increíble y muy loca. Aprendimos mucho de cada región porque pasábamos todo el día juntos.” Así con traducciones del italiano al portugués y luego al inglés se entendían y, por supuesto, a eso sumaban grandes cuotas de paciencia y cariño.
Mariana se dedicó no sólo a dar clases y a dirigir los espectáculos con los que concluían los talleres cada año. De un tiempo a esta parte, y a medida que fueron creciendo como asociación, se ocupa además de la gestión y de la comunicación. “Organizamos festivales que se resumen en momentos de intercambio con chicas y chicos de otros países y que apuestan también a transformar sus realidades desde la cultura y el arte.” Desde esos primeros momentos en los comedores, Mariana percibió el poder que tiene el arte como herramienta de transformación personal y social. Cuenta: “Nosotros llegamos con un taller de zancos al comedor de Barracas. Durante cuatro meses les enseñamos a caminar, luego nos fuimos de temporada artística y cuando volvimos en marzo, nos estaban esperando quince jóvenes en sus zancos. Uno de ellos, que sabía carpintería, había construido varios pares y los había vendido por un peso, con clase incluida. Vimos eso y dijimos: ‘Tremenda herramienta tenemos entre las manos, vamos por más’”.
Las miradas que se conjugan en este proyecto vienen de diversas profesiones. Al arte circense y teatral le suman lo pedagógico y la asistencia social. “Trabajamos con la autoestima, con el proponerse objetivos y no frustrarse si no sale. Valores sociales como la integración funcionan muy bien en la práctica del circo. No es sólo un discurso, hay que llevarlos a la práctica. Por ejemplo, para hacer una pirámide hay que poner el cuerpo entre todos, sin que nadie se lastime. Ahí hay un contenido de lo que es el trabajo en equipo. Hay una responsabilidad que el otro siente. Eso promueve transformación, aunque luego se dediquen a otra cosa. Eso es para todos. Y nuestro trabajo es acompañarlos para que sigan si quieren o para que resuelvan los problemas más urgentes. El objetivo no es solamente formar artistas. El arte crea vínculos de manera diferente, propone encuentros distintos y son ellos y ellas los que toman las riendas de ese compromiso.”
Circo Social del Sur ya tiene carpa propia. Ahora falta un espacio donde armarla, un terreno para desplegarla así como Nadia, Leonela y Rocío pudieron desplegar sus propias capacidades y encontraron en esos espacios de integración la diversidad. Eso siempre suma.
“A veces me sorprendo porque algunos chicos del barrio me ven comprando en el almacén y me preguntan: ‘Che, profe, ¿qué hacés por acá?’ ‘Yo vivo acá’, les digo. Y se me quedan mirando. ‘¿Vos sos profe de acá y vivís acá?’, me preguntan. ‘Sí. Yo empecé igual que ustedes. Y se puede. Nada es fácil. Cualquier cosa que elijan no es fácil. No es fácil la vida’, les digo. Y menos dentro de los barrios. Pero hay mucha gente buena, muchas luces, como digo yo. Y el circo tiene esa dimensión lúdica. Hay millones de opciones y en alguna encajás. Mis dificultades fueron parecidas a las de todos los adolescentes: el paso por la escuela, el trato con los padres, después la vida adulta para ser responsables, para cuidarse, para quererse. En los talleres hay una relación como de familia. Yo les hablo mucho a los chicos, qué problema tenés, qué te pasó, esto lo podés resolver así... que es lo que a mí me pasó y es lo que a mí me dijeron. El circo me ayudó mucho a ser la persona que soy hoy.”
“En este último tiempo se me aclararon un montón de cosas. Con el espectáculo hicimos más de setenta funciones. Ahí siento adrenalina y estoy muy concentrada. Veo que cada uno de mis compañeros tiene su estilo, su personalidad, su esencia. Y cuando terminamos me pasa que encuentro el significado de las cosas. Me gusta que el público flashee y yo siempre siento que necesito mejorar. Busco la expresión en todo lo que hago. Me gusta transformar la energía. Cuando estoy triste o enojada o muy alegre, lo largo en escena. Me pasó que diez minutos antes de salir a escena estaba llorando y después de actuar era como que liberaba la mala onda. Con el circo me pasa que digo: ‘Quiero vivir de esto’. Ahora abrí los ojos, dejé un poco la adolescencia. Sé que me falta un montón, pero si tengo 30 o 40 años y no llegué a ser profesional voy a seguir. Para mí en eso consiste la vida.”
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