MUESTRAS
Cuando se intenta rastrear el origen de La vida espuma –la muestra conjunta de la escritora Manuela Fingueret y la artista visual Mirta Kupfermic–, lo que se encuentra es una crisis para nada existencial, sino concretísima: la enfermedad en su etapa más pesada y la destrucción del trabajo de toda una vida.
› Por Dolores Curia
“La idea surgió en una de nuestras tantas charlas de café cuando ambas estábamos pasando por una situación angustiante que, después entendimos, era la conclusión de un ciclo. Nos preguntábamos cómo salir adelante: yo atravesaba un cáncer desde 2010 y Mirta había perdido, a raíz de una inundación en la ciudad de Buenos Aires, gran parte de la obra que había hecho a lo largo de su carrera”, recuerda Manuela que, además de escritora (con más de veinte títulos publicados entre novelas, antologías poéticas y ensayos), es también periodista, creadora de la Noche de las Librerías, columnista de Caras y Caretas y conductora de Confieso que he leído, en FM Nacional.
Si bien asociar la crisis con un disparador de creatividad es un lugar común, el arte acá no dio ninguna respuesta, pero sí facilitó la catarsis: se volvió herramienta para ayudar a convertir la dolencia o el terror en alguna otra cosa. “No dejé de trabajar en ningún momento y sabía que sólo podíamos salir de esto a través de lo que sabemos hacer. Entonces, se nos ocurrió armar una muestra conjunta —con la curaduría de Pelusa Borthwick— en la que lo que se mostrara, tanto en la imagen como en la palabra escrita, tuviera que ver con la vida. Fueron dos años intensos de trabajo, de intercambio. Tuvimos que dejar la condescendencia de lado y aprender a decirle a la otra qué de lo que hacía no nos cerraba y qué sí.”
Mientras da este testimonio, algo hace que Manuela necesite hacer una aclaración sobre el protocolo a seguir frente a la palabra “cáncer” y que remarque a modo de paréntesis en la charla: “Como el cáncer asusta a la gente, entiendo que en la nota se puede poner o no”. Y continúa con una sugerencia: “Yo prefiero leer en los medios que se diga directamente ‘tiene un cáncer’ y no cosas como ‘padece una larga y penosa enfermedad’. Soy de las que creen que hay que empezar a nombrar la enfermedad por su nombre. Porque, ¿cómo voy a transmitir algo positivo desde el lugar de la negación? ¿Cómo voy a terminar de asumirlo si no puedo nombrarlo?”. Es esa definición implícita del cáncer como Cuco con mayúscula la que Manuela quiere cuestionar. Para demoler esa sensación generalizada de que nombrarlo de más —a la manera de Candyman— es invocarlo. Y sobre el muro de silencio que lo rodea amplía: “El cáncer todavía tiene una asociación directa con la sentencia de muerte y hasta con el contagio. Susan Sontag planteaba que el cáncer es, para finales del siglo XX, lo que para el siglo XIX fue la tuberculosis. Con la diferencia de que el cáncer no se contagia de ningún modo”. Parte de ese esfuerzo y de esas definiciones se ven tanto en las obras como en los poemas.
En una vitrina se exponen las hojas sueltas de un cuaderno Rivadavia. Con ellas una porción del voyeurismo de cada visitante se satisface, ya que dan la sensación de entrometernos en aquello tan íntimo como el proceso creativo de una escritora. Todas las tachaduras, aclaraciones, garabatos y comentarios al margen están ahí. Lo impublicable —que durante la depuración del texto termina desapareciendo— está a la vista. El interior del tintero, afuera.
El árbol es un icono que en La vida espuma está presente como símbolo de vitalismo y de edad: “Después de la inundación vi cómo se me deshacía entre las manos obra la que creí que estaba hecha para sobrevivirme. Por eso, decidimos trabajar a partir de este concepto de la transformación de la materia y de la relación entre el cuerpo humano y el cuerpo de la obra. Manuela con la palabra y yo con la imagen. Una de las piezas principales que se exhiben es un tronco que encontré pudriéndose por las lluvias. El título de la instalación —La marca de muchos inviernos— no es caprichoso, porque se trata de un tronco muy particular. Tiene una serie de canaletas que, según varios botánicos, fueron hechas por un insecto que se comió solamente los crecimientos de verano, por algún motivo que desconocemos. Y quedaron solamente marcados los inviernos”, relata Mirta Kupfermic, que cuenta en su currículum con más de cincuenta exposiciones, realizadas desde 1977 hasta ahora en distintos puntos del globo que van desde Alemania hasta Taiwan. También, “El edén en la esquina”, una serie de objetos escultóricos en los que la madera aparece en distintos estados junto a todo lo que puede salir de un árbol (papeles, lápices), para luego volver a la tierra en forma de ceniza. “Testimonio” es un rollo de papel que dialoga —por su forma, por su materialidad— con el tronco de los inviernos. Está hecho con los desechos de toda la obra que se estropeó con la inundación a modo de reflexión sobre el tiempo y la posibilidad de leerlo cíclicamente.
Con el objetivo de volver colectivas las circunstancias personales, a partir de lo más genuino del tránsito de cada una y con la atención puesta en que ninguno de los dos registros funcionara como ilustración del otro nacieron la mayoría de estas obras: Para huir las tres y Paso a paso. Puntada a puntada, por ejemplo, son dos gigantografías de manos sobre las que los poemas fueron impresos siguiendo las arrugas y los pliegues. Hay una contigüidad que se dibuja entre las líneas de la vida de las manos, las nervaduras vegetales, las marcas del tiempo en el tronco y la irrepetibilidad de las huellas digitales. Sobre la piel curtida se lee un bordado que dice: “La lluvia es engañosa / como la sangre / Huele a sosiego / pero brota sin permiso”, y entre metáforas —aunque no del estilo de las que Susan Sontag detestaba— se lee la enfermedad y la inundación como fuerzas que irrumpen en el cuerpo y en la casa. Esas palmas agrietadas y manchadas tienen un plus de significado porque son las de Manuela, que en ese momento atravesaba la quimioterapia. La poeta escribía sobre ellas: “Dualidad solitaria / de palmas con surcos / Tengo respuesta para / todo: / para el asombro / para la pregunta / para el dolor / Excepto para las manos / ¿Alguien las mira?”.
La vida espuma se puede visitar de lunes a viernes, de 12 a 18, en Fundación Alon para las Artes (Viamonte 1465, piso 10º).
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