MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
“¿Qué motivo hay para que alguien como yo muestre algo del ámbito privado? Demasiado bocón para el circuito de galerías, demasiado careta para street artist, demasiado snob para la prensa que hyppea, demasiado viejo para ser novedad. De a poco fui cubriendo todo con mis marcadores, marcadores en mi tinta”, son algunos de los enunciados a través de los cuales el diseñador gráfico y artista visual Diego Grinbaum proclamó en voz alta su método desde un corto y además invitó –como si estuviera a bordo de un furgón con obras en proceso de montaje y un altoparlante que se desplazaba por las redes virtuales– a asistir el viernes 27 a la tienda Montana, una boutique especializada en exquisitos sprays y crayons, situada en Blanco Encalada 2500, en ocasión de la apertura de su nueva muestra.
Una vez allí, el paneo por las cuarenta piezas en formatos originales y pequeños –a excepción de algunas gigantografías– remite a cierta profusión de lencería y corpiños balcón en escenas de boudoir; los ojos de las modelos llevan antifaces que fueron cosidos a mano con la tinta de los fibrones, mientras que torsos, abdómenes, brazos y piernas lucen estilizadas tipografías que rezan: “La identidad de la modernidad líquida”. Otras indican, justo en la hendidura de un bustier y el elástico de una media de nylon que acompaña a un liguero ficticio, “Lacto Power Trío”.
En la profusión de obras colgadas con clips –cual pizarra que documenta un proceso de diseño de alguna colección–, es posible que un antifaz rojo carmín trazado en el modelo que publicita el nuevo perfume Gucci indague sobra la figura del curador del arte y exalte al mítico galerista Leo Castelli. Salto a otra secuencia: allí el usuario modelo de un cardigan Lacoste (que podría emular a un dj de la innovadora escena francesa), lleva el rostro velado como si se tratara de un piquetero infiltrado en un desfile de los holandeses Viktor and Rolf. Mientras, una figura cercana al comic y al imaginario infantil, un pato, es el de la usuaria de un vestido de alta costura en rojo Valentino, que posa en un sillón de terciopelo al tono. Unas y otras fueron realizadas ya sea con piezas de revistas, folletos, postales y backlights extraídos de la escena de la comunicación de moda, y si bien esgrimen una crítica a sus modos, todo indica que estamos ante un “seguidor de la moda” al que cantaron The Kinks. Doy fe de que el artista en cuestión colecciona con avidez revistas de moda de procedencia diversa, analiza últimos gritos y modismos en clave paródica y a veces luce un foulard Hermès que perteneció a su padre pintor.
Sentenció Grinbaum sobre las señas particulares de su proyecto Brandingfobia http://www.brandingfobia.com: “Básicamente son subversiones gráficas, operaciones retóricas y lingüísticas frente al discurso hegemónico de la imagen. Pero además es el nombre que uso como estudio de diseño de marcas y también como plataforma de experimentación artística y operación académica. Considero que contrapone un confuso lado a y lado b en constante purga y complemento”.
Esto fue señalado desde una pieza visual y a modo de lúcidos críticos invitados por los artistas Juan Miceli y Lucas Varela. El primero fundamentó el método casi disparatado: “Lo imagino en las noches atacando compulsivamente gráficas de moda, perpetrando capuchas, tatuajes, acabadas y antifaces con su arsenal de aerosoles, liquid paper y fibrones que, de sólo tocarlos, manchan. El mercado actúa muchas veces como terror. Claro que gracias a sus aliados fatales (el branding, el diseño gráfico, la fotografía y la producción de moda) destila toda su parte negra, y a la vidriera que es la revista –o cualquiera sea el soporte de difusión– sólo llega el brillo ciego de la marca, del deseo incubado. Pero ahí aparece Diego Grinbaum y hay algo en su aparición que rasga el papel a fuerza de tinta, que lo lastima para que al hacerlo aparezca algo de lo verdadero que está detrás de esa superficie estafadora”. Mientras que el segundo remitió a los atuendos tipográficos implícitos en la obra y a la sexualidad: “En la comunicación de las marcas de moda, la gráfica y la fotografía transitan caminos de instintos sexualmente gastados; las campañas repiten el objeto ‘putita’ una y otra vez, en esta pose o en la otra. El ojo pícaro supo ver el lienzo desnudo oculto entre capas de marketing gráfico y promoción de producto. Su intervención no ultraja la imagen de la ‘putita’, asociada a lo sensual y ofensivamente sexista, sino que la potencia hasta hacerla sensitivamente misteriosa. Las putitas se revelan cual Irma Veps, de felinas provocaciones enmascaradas y ajustados trajes de palabras”.
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