PERFILES > MARINE LE PEN
› Por Roxana Sandá
Digna hija de su padre, el ultraderechista ex teniente de las guerras de Indochina y Argelia que dio la sorpresa en los comicios presidenciales franceses del 2002, cuando accedió a la segunda vuelta con un 16,86 por ciento de los sufragios, Marion Anne Perrine Le Pen, “Marine”, como la llaman sus seguidores, se dedicó a corregir y amplificar la misma dinámica electoral con un resultado histórico para el Frente Nacional (FN) que lidera. Rápida de reflejos, tras ubicarse tercera en la primera vuelta, con cerca del 18 por ciento de los votos, es decir, la caricia de 6,4 millones de franceses, anunció que este domingo votará en blanco. “No otorgaré mi confianza ni mandato a esos dos”, en referencia a la “nueva decepción” hecha carne en Nicolas Sarkozy y a “una falsa esperanza” que, supone ella, depararía el socialista François Hollande. El 1º de Mayo, durante la tradicional manifestación del Frente Nacional en honor a Juana de Arco, la mujer más popular de Francia advirtió que “cada cual hará su elección. Yo haré la mía. Son ciudadanos libres y votarán según vuestra conciencia, libremente”. Una verdad a medias, porque aunque no lo reconoce en público, Le Pen pone las fichas en la victoria de Hollande para instalar definitivamente, a los 44 años, su rol de principal opositora a la izquierda. Lo sostiene en los debates televisivos, donde se muestra temible: “Soy la única oposición”. Lo refleja en los rostros de sus tres hijos, que la idolatran con un rictus de miedo inconfesable. Sólo la consume como una pasa la sombra de su madre, Pierrette Lalanne, quien tuvo siempre en muy baja estima a “la benjamina. Es el clon de su padre, es Jean-Marie Le Pen físicamente, moralmente, pero con más pelo”. El agujero en las medias de los Le Pen, los Sarkozy o los Berlusconi siempre fueron los escándalos conyugales. De Pierrette se recuerda cómo cargó gustosa sobre sus hombros el placer de arruinarle la vida a esa familia tallada en la ranciedad más conservadora en 1987, cuando harta de la negación de su ex a otorgarle la pensión del divorcio y de que a cambio la mandara a limpiar casas, decidió posar desnuda con una cofia, guantes de goma y un plumero para la edición francesa de Playboy. Durante años, ese mojón y la herencia de una extrema derecha esclerosada dificultaron las aspiraciones de Marine. “Nadie quería trabajar con Marine Le Pen, era un suicidio profesional”, escribió en 2006 en su autobiografía Contra la corriente. “Las cosas nunca fueron fáciles. Eramos las hijas de Le Pen y la gente siempre nos hacía sentir culpables.” Hoy, la socióloga francesa Nonna Mayer, directora de Investigación del Centro de Estudios Europeos de Ciencias Políticas, especializada en sociología electoral y en el voto de extrema derecha, expone otros giros del destino. “Ella ha sabido jugar muy bien con la situación. Es vista como una candidata valiente que quiere cambiar las cosas. Su forma de criticar a la elite, de decir ‘yo los represento, a los pequeños, a los olvidados’ funciona.” En una entrevista concedida al diario El País, de España, Mayer explica “la idea de que la elite está vendida a Europa y no protege a la gente como lo hace ella. También funciona. También tiene un discurso muy social. Más que su padre: quiere un Estado fuerte, el regreso de los servicios públicos, de la jubilación a los 60 años. Tiene un discurso de izquierda en cuestiones sociales”. Marine capitalizó buena parte del voto joven y de las franjas socioeconómicas más postergadas en medio de la crisis europea. “Cuanto más bajo es el nivel de estudios, más elevada es la probabilidad de votar al FN”, advierte Mayer, esta vez en el periódico Liberation. “El punto de inflexión es el examen de ingreso a la universidad”: un 30 por ciento de quienes no superaron ese nivel vota a la ultraderecha. Según los sondeos de opinión, Le Pen sedujo a entre un 23 y un 29 por ciento de obreros franceses, por delante de Hollande, que convenció del 27 al 30 por ciento de ese sector. La astucia inmensa de esta mujer es haberles hecho creer al pequeño comercio, al universo obrero masculino y a las mujeres trabajadoras, en gran número del sector servicios –“el prototipo es la cajera del supermercado”, asegura Mayer–, que son su motivo más visceral en los debates. Que “la campaña electoral se estructura alrededor de nuestras propuestas” es, entonces, el tiro de gracia de la lideresa de un partido xenófobo por declaración de principios, con plataforma opositora al Islam, la inmigración, la globalización que abre fronteras y cualquier ventaja que beneficie a la ciudadanía de “los países lejanos”. Es la sugestión del patriotismo extremista golpeando los bolsillos. Su tercer marido, Louis Aliot, futuro vicepresidente del Frente Nacional, es el artífice intelectual de las vueltas de tuerca en cada campaña de Marine. Organizó la victoriosa primera vuelta y ríe a carcajadas anhelando los resultados del domingo, la salida de Sarkozy reducido a un viejo eslogan que ya nadie recuerde. Su mujer celebra. “La elección no es para esta vez, pero hemos sentado las bases para nuestra llegada al poder. Nuestra victoria es ineluctable.” Queda agendada la próxima cita con sus partidarios en las elecciones legislativas de junio, o lo que la dama ya rebautizó como “la tercera vuelta”.
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