Vie 08.06.2012
las12

SALUD

Libertad de vientres

Ser gorda pareciera ser una condena que sólo se suspende durante el embarazo. Pero cuidado, cumplida la gestación hay que adelgazar rápido, so pena de ser diagnosticada con depresión, dejadez o muerte súbita para el deseo de los otros. Los tiempos del puerperio, sin embargo, poco tienen que ver con el mandato de la delgadez ni con la presión de ser feliz y estar radiante, ¿según quién?

› Por Luciana Peker

Pampita desfila en su quinto mes de embarazo y en el octavo dice que no engordó más de lo necesario cuando vuelve a posar en bikini. “Estoy obesa, pero soy yo”, dice, entre risas, Griselda Siciliani mientras le entregan un premio. La risa no quita el peso de encima. Al otro día escribe en Twitter: “En las fotos del Martín Fierro estoy gordísima! Y me veo HERMOSA. Nunca pensé que podría sentir eso. O estoy loca o en las fotos sólo veo a mi hija”. La idea de que su hija le importe más que la delgadez la hace sentir loca. No porque esté loca, sino porque la obsesión por la delgadez es una locura. “Si bien todas las mujeres que hemos sido madres nos vemos obligadas a volver a la normalidad preembarazo, para las que trabajan en los medios la presión es sumamente mayor. El último ejemplo es el de Natalia Oreiro, quien a un mes de haber sido madre fue tapa de una revista, argumentando que no se encontraba deprimida por no salir de su casa con frecuencia, no estar dispuesta a mostrar a los medios a su bebé, estar menos pendiente de su cuidado personal y rechazar la realización de campañas publicitarias. Todas cuestiones definitivamente normales para cualquier madre primeriza en sus cabales”, describe la periodista e integrante de Las Casildas Mariela Franzosi.

Nancy Dupláa estuvo más tiempo guardada, pero también aclaró que tuvo que hacer dieta y gimnasia después de tener su tercer hijo. Mientras que una publicidad con Natalia Prandi la muestra embarazada y recibiendo ropita de bebé. Pero ella confiesa que lo único que le preocupaba era que en su panza no quedaran rastros (comparada con un globo a punto de estallar) de las estrías. Si el embarazo no es una enfermedad, la obsesión por la estética sí.

“En el caso de las mujeres famosas no se les perdona el desaliño ni el exceso de peso, y muchas de ellas realizan producciones fotográficas mostrando lo espléndidas que lucen durante el embarazo, avalando así, de algún modo, ese modelo irreal que impacta mucho en el resto de las mujeres que también están atravesando su maternidad”, señala Valeria Wasinger, doula y puericultora. El efecto Dolores Barreiro –ser bella antes de la maternidad y seguir bella y flaca después de la maternidad– tiene un efecto boomerang.

En Estados Unidos, la cantante Jessica Simson dio a luz a su hija hace un mes “y las secuelas están a la vista”, anuncia la prensa del corazón como si describiera los efectos de un tsunami. Y, encima, ella dice que ya no quiere hacer dietas yo-yo (bajar mucho y subir mucho) y que sólo va a comer natural. “No se preocupa porque perdió su cuerpo sexy por la maternidad”, señalan las revistas como si se tratara de un funeral. “Tenía un cuerpo espectacular, que dejó a muchos hombres con la boca abierta, pero el embarazo de su hija le sumó 18 kilos”, dan el réquiem a Jessica.

“Yo acababa de tener a mi hija y debía volver a trabajar. Tenía miedo de no pasar por las puertas. Los mandatos son tan fuertes que te terminan comiendo la cabeza. Pero el proceso de puerperio tiene otros tiempos que la sociedad no comprende”, dice Carla Conte, conductora y ahora también activista por el parto respetado.

La psicóloga social y coordinadora de la red de mujeres Las Casildas Julieta Saulo enmarca: “Los medios han perpetuado el estereotipo de una maternidad inexistente, cuando cualquier mujer que haya atravesado la maternidad sabe que nada más lejano de la realidad. Ni corporal ni psíquicamente seguimos siendo las mismas luego de una gestación y un parto”. La presión existe. Pero también da ganancias. “La oferta del mercado para que las mujeres no sintamos el impacto del embarazo en el cuerpo es impresionante: gimnasia, cremas, pilates, etc.”, enumera Saulo.

La obstetra Claudia Alonso plantea: “Cuando la decisión de pasar por una cesárea o de no amamantar se basa en fines puramente estéticos, ¿se puede decir que la mujer elige? ¿Por qué se habla de que el embarazo, el parto y la lactancia “deforman el cuerpo”? ¿Con respecto a qué patrón? Es importante que tomemos conciencia de que las mujeres somos presas de un estereotipo de belleza reforzado por la cultura dominante”. Y apunta: “Esta idea es un mal intento por derribar la dicotomía ‘Mujer madre versus Mujer puta’, ya que puede ser que haya en las mujeres una fantasía de conservar a sus maridos y amantes borrando las huellas que en el cuerpo deja la maternidad. Se elige sacrificar la salud para modelar el cuerpo a un paradigma estético absolutamente androcéntrico y occidental”.

María Pichot, profesora de expresión corporal y presidenta de Dando a Luz, diferencia: “El embarazo requiere de entrega y aceptación del proceso de cambio y transformación, permitiendo el despliegue físico y emocional del cuerpo como un enriquecimiento de sensaciones, registros corporales, creatividad, crecimiento y aumento de peso. La delgadez, como bastión, está más relacionada con el poder, la dominación y el control –opuestos al despliegue del embarazo–, como aspectos masculinos que se encuentran en las mismas embarazadas, y/o en los hombres que tienen cerca: la pareja masculina que la quiere flaca ‘para él’, el médico que la quiere flaca ‘para el parto’, la sociedad que la quiere flaca y activa ‘para el trabajo’ y la halaga cuando vista de atrás ‘ni parece embarazada’. Habrá que ver qué quiere la embarazada para ella, porque ninguno de estos criterios la tiene en cuenta”.

La escritora y cronista peruana Gabriela Wiener, residente en Madrid, autora del libro Nueve Lunas (viaje alucinado por la maternidad), recientemente editado por Marea en la Argentina, hace honor a su estilo y relata: “Nunca me sentí más flaca que cuando estaba gorda. Yo soy una mujer con una barriguita natural de unos 4 meses de (falso) embarazo. Me he pasado la vida paseando una tripa sin fundamento, sin contenido. Con algo de dolor, para qué negarlo. Hoy nadie ejerce tanta esclavitud sobre el cuerpo femenino como una mujer (aún más si la mujer es dueña de ese cuerpo). Así que con un bebé en el vientre fui absolutamente feliz. Durante 9 meses dejé de ser una panzona para volverme una embarazada. Me encantó dejar de esconder mi panza, descubrir ese poder macabro que tiene la maternidad para hacer de la obesidad un must. Fue la primera vez en mi vida que usé tops y pantalones bajos que dejaban mi tremenda barriga con su ombligo al aire. ¡Y todos me llamaban preciosa! Fui puro orgullo barriguil. Pero después de parir volví a la normalidad (cuando digo normal no me refiero a Katy Holmes o Victoria Beckham), es decir, volví a la eterna práctica de asumir la estoica panza, eso sí, cada vez con menor rigor, y a las miradas que sé que me esquivan, que evitan posarse en ese mondongo que, sin bebé, ha perdido todo su glamour”.

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