› Por Ingrid Beck *
Te dicen que durante el embarazo podés comer como un cerdo porque después con el parto y la teta bajás todo. Igual, es sospechoso que el obstetra te pese obsesivamente y te rete cada vez que subís más de lo previsto. Pero si hacés oídos sordos a los consejos médicos y atendés a tu necesidad de harinas, helados y demases, te sorprenderás. Por lo menos, eso me pasó a mí. Durante el primer embarazo engordé unos 15 kilos. En el parto bajé... sólo 4. ¿Y el resto? “No te preocupes, el resto, con la teta.” Por suerte para él y por desgracia para mis noches, el bebé tomó la teta cada hora y media durante los 13 meses de su lactancia. ¿Adelgacé? No. ¿Engordé? No, en ese momento no. Imaginen lo que debía comer para no adelgazar... No importa, porque cuando dejara de dar la teta iba a bajar de peso, porque ya no tendría tanta hambre. Pero... seguí comiendo al ritmo alocado de la lactancia. O sea que ahí sí engordé, más que durante el embarazo. Y lo bajé cinco años después con un estrictísimo tratamiento para adelgazar. En mi segundo embarazo, ya estaba avisada. En conclusión: si tenés problemitas con el peso, el embarazo, la lactancia, el puerperio..., o sea la maternidad, no te lo resuelven. Y si sos flaca, flaca serás antes, durante y después. La sociedad construye estereotipos, siempre, y el embarazo y la maternidad no los cambian en absoluto. Sólo que, si estás embarazada, te jode un poco menos que te digan “gordita”.
* Coautora de las Guía inútil para madres primerizas 1 y 2, junto con Paula Rodríguez, y acaba de publicar ¡Auxilio, somos padres! Manual para no enloquecer (al pediatra).
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