Viernes, 15 de junio de 2012 | Hoy
PANTALLA PLANA
Primeros planos de buenos actores que le sacan punta al gran lápiz del psicoanálisis mientras la vida pasa... y los enreda.
Por Marina Yuszczuk
Marina llega tarde a su sesión de terapia, se sienta en el sofá colorado en un estado todavía caótico y después de reponerse asegura triunfal: “Tengo la excusa perfecta”. Entonces cuenta la historia de un cachorrito abandonado en el medio de la calle al que atropellaron varios autos. La cámara la toma de frente, a ella sola (y por ella sola vale la pena todo el programa, porque se trata de Julieta Cardinali), absorta en la historia del perrito, y cualquiera de nosotros, espectadores, se da cuenta de que habla de eso por no hablar de otra cosa. Guillermo (Diego Peretti), el psicoanalista, también se da cuenta. Sobre todo porque hace un par de sesiones Marina le viene diciendo que lo ama, que lo desea. Y él le dijo que no. Ahora la tensión entre los dos se corta con cuchillo.
Cuando Marina llega al consultorio de Guillermo, En terapia es una telenovela de pasiones terribles que hasta ahora consiste –al menos entre ellos– en dos personas hablando, durante media hora. Todo lo que en la mayoría de las tiras diarias es dispersión, suspensos torpes, demoras, bifurcaciones absurdas de la trama para estirar el tiempo como un chicle con fines ostentosamente comerciales, en En terapia es tiempo comprimido, suspenso real, segundos cargados de dramatismo mientras un cuerpo lucha por hablar o no hablar, vacilaciones llenas de sentido. Gracias al formato de la serie israelí Be tipul, que tiene su versión norteamericana en In Treatment de HBO y que acá coproducen Dori Media Contenidos y la Televisión Pública, Peretti se convierte cada noche en Guillermo Montes, un psicoanalista al que le presta ese cuerpo ganchudo, sufriente, iluminado de vez en cuando por una ternura infantil que le resta décadas a los cincuenta años que tiene en la serie.
El corazón del programa es por supuesto la sesión psicoanalítica, el enfrentamiento cara a cara de dos personas en esa intimidad extraña y artificial del consultorio: esos segmentos de En terapia son una especie de investigación cinematográfica de uno de los campos más fértiles, elusivos y fascinantes de todos los tiempos, el de las caras de la gente. Lo que pasa en rostro puede ser una historia en sí mismo, y en este caso es difícil no prenderse de los ojos inteligentes de Marina (Julieta Cardinali), la mirada levemente psicótica de Gastón (Germán Palacios), el odio gélido en los ojos verdes de Ana (Dolores Fonzi). Todo ese repertorio de gestos y posturas tiene su contraparte en la serenidad impostada de Guillermo, que lucha por no reaccionar mientras Ana le cuenta que quiere hacerse un aborto para seguir siendo flaca y disfrutar de su carrera, o Marina relata cómo le chupó la pija a otro paciente en su última aventura sexual.
Ahí, en el consultorio pulcro y moderno de Guillermo, se desarrollan películas de suspenso cuya intriga mayor es en qué momento alguien dirá algo. Pero hay más: sucede que Guillermo, que en un principio parecía un dios impasible, imparcial, inmutable en su lugar de distancia y autoridad, también es una persona, y En terapia tiene su continuación en ese backstage de las sesiones (¿o al revés?) que es nada menos que la vida. Ahí, Guillermo se agarra la cabeza entre las manos después de despedir a un paciente, o se pelea con su mujer (que además tiene un amante y él lo sabe). Y sobre todo, como para quebrar un esquema donde la autoridad última sería la de un hombre, el mundo de En terapia deviene matriarcado cuando todos los viernes Guillermo se entrevista con Lucía (Norma Aleandro), esa abeja reina que tiene un consultorio más grande que él. Frente a Lucía se desmonta la figura de sabelotodo de Guillermo, que con ella deja de ser el dueño de la verdad para ser un chico resentido, un tipo que se cuestiona su vida y su carrera, o simplemente un hombre enamorado de su paciente más linda. l
En terapia se emite de lunes a viernes a las 22.30 en la TV Pública.
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