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Viernes, 15 de junio de 2012

DEBATES

Tacones Lejanos

La comunicadora Valeria Groisman cree que la serie Sex And The City renovó los estereotipos sobre las mujeres y banalizó los derechos femeninos. A pesar de animarse a hablar de sexo (y practicarlo) sin prejuicios, marcó un viraje hacia el conservadurismo a partir del 2001 y la era Bush en Estados Unidos, que también se puede leer en clave argentina.

 Por Luciana Peker

La pelirroja era abogada, aborrecía su luna de miel y tenía un hijo. La morocha quería tener hijos pero no podía hasta que pudo. La rubia de pelo corto gozaba, gozaba y gozaba, aunque su gozo sólo retumbara en gemidos. La rubia enrulada escribía de todas ellas, tenía adoración por los zapatos, era dejada en el altar y, finalmente, se casaba y decidía amigarse con el matrimonio. Ellas son las chicas de Sex And The City, un icono de los neoestereotipos de género que marcaron una etapa pero que también se fueron transformando según los cambios y reacciones sociales y políticas. “Lo novedoso fue reemplazar la búsqueda del amor como motor de una historia por la búsqueda de sexo en un producto para un público femenino”, rescata Valeria Sol Groisman, periodista, licenciada en Comunicación y docente universitaria.

Ella es autora de Mujeres liberadas (mucho, poquito, nada). Analiza la evolución de los personajes de Sex And The City desde una perspectiva de género y hace un mapa de los personajes: la puritana (Charlotte), la sexópata (Samantha), la culta independiente (Carrie) y la feminista (Miranda). La osadía de las enredaderas amorosas de cada una de ellas en la serie —que se sigue trasmitiendo en las trasnoches argentinas— ya no iba sólo por el corazón, sin embargo, no derrumbaban el nervio del machismo sino que lo renovaban y, con los años, aleccionaron que las protagonistas debían sentar cabeza o volver a la fórmula más tradicionalmente femenina (como si el deseo hubiera sido sólo un recreo que termina con el timbre de la vuelta a casa). “En la serie es posible observar un desplazamiento de los personajes desde el ámbito público hacia el privado o doméstico”, describe Groisman.

¿Cómo se te ocurrió escribir una tesis sobre Sex And The City?

—En el momento de decidir el tema de mi tesis yo estaba muy preocupada por cómo los medios creaban imágenes empobrecedoras de las mujeres que contribuían a la instauración de modelos femeninos estereotipados. Por otra parte, yo era espectadora de la serie, pero me cuestionaba sobre las ideas que proponía, sobre todo, en la última temporada. Recuerdo un capítulo cuyo título era “Los derechos de las mujeres” y la historia rondaba acerca de los derechos de las mujeres a comprar zapatos, acumularlos y no sentirse mal por hacerlo. Entonces, decidí desgrabar la primera y la última temporada y analizar las diferencias discursivas. Y descubrí que podía haber un nexo entre los cambios que se producían y el contexto sociopolítico.

¿Qué fue lo más revolucionario de la serie?

—La introducción del sexo en una serie de televisión pensada para mujeres. Hubo películas, como El diario de Bridget Jones, que fueron precursoras en hablar de sexualidad, pero Sex And The City fue por más. Para las protagonistas ya no se trataba de hacer el amor con el príncipe azul sino de tener sexo con todo hombre apetecible que apareciera. Lo novedoso fue reemplazar la búsqueda del amor como motor de una historia por la búsqueda de sexo en un producto para un público femenino. Pero no fue sólo eso. Es decir, la serie no sólo abrió la puerta para ir a “jugar” sin culpa, sino que también avaló la idea de que las mujeres podían hablar libremente de sexo, de la misma manera que lo habían hecho los hombres en la pantalla durante mucho tiempo.

¿Cuáles fueron los lugares comunes o falsos estereotipos que creó y generalizó?

—En principio, que las mujeres exitosas e independientes tenían, como contrapartida, la dificultad de conseguir un hombre con quien compartir su vida. Ergo: no queda otra salida que dejar la independencia y volver al nido. Por ejemplo, el personaje de Charlotte dice: “A los hombres les asusta la mujer de éxito. Si quieres pescar a un sujeto, debes cerrar la boca y aceptar las reglas”. Al estilo de una revista femenina, de esas en las que se abusa del imperativo, Sex And The City recurre a este tipo de máximas que reproducen una ideología machista. Ya en la sexta temporada, la idea se radicaliza: para ser felices, las mujeres deben sentar cabeza, es decir, casarse, tener hijos, etc.

Otro latiguillo es que para las mujeres consumir es una perfecta solución a todo tipo de problemas. O dicho de otro modo: no hay nada que no se pueda arreglar con un buen par de zapatos. Se reproduce constantemente la idea de que las mujeres somos superficiales. Esta creación de falsos estereotipos de la mujer es una de las formas en las que se ejerce la violencia simbólica de la que habla el sociólogo Pierre Bourdieu. Y lo más grave es que el hecho de repetir esa imagen de la mujer contribuye a que en la opinión pública se consolide una percepción negativa.

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—Michelle Mattelart dice que la ficción es el espacio privilegiado en el cual se hace política sin hablar de política. Y yo creo que en la serie se hizo política. Es decir, se mostraron modelos y se trató de convencer a la audiencia de que unos estaban bien y otros no. Los cambios discursivos de la serie parecieran responder a las transformaciones en el contexto sociopolítico de su producción. Es que, paralelamente, en los Estados Unidos, la mujer protagonizó un viraje hacia el conservadurismo que se acentuó con los atentados de septiembre de 2001 y que se tradujo en el abandono de la lucha por mayores derechos, para aceptar el rol tradicional (de ama de casa y madre) del que había intentado escapar en las últimas décadas con bastante éxito.

Por ejemplo, en 1998, el paradigma de feminidad estaba representado en las series de TV por Sex And The City y, en 2004, llegó Desperate Housewifes. De solteras desesperadas a amas de casa desesperadas. En la serie es posible observar un desplazamiento de los personajes desde el ámbito público hacia el privado o doméstico.

Pero, más allá de su final, siempre tuvo un eficaz doble discurso: el de los personajes principales, que intentaba ser no sexista (aunque no siempre lo logró) y la voz oficial (casi falocéntrica) que realmente imprimía la ideología mostrando a las mujeres bajo formas estereotipadas: la liberal alocada, la puritana, la culta independiente, la feminista, todas se muestran, hablan, visten y sufren desde sus inamovibles roles, sin las ambigüedades reales de la vida cotidiana. También posicionándose implícitamente a favor de la idea de que para alcanzar la felicidad la mujer debe casarse y que, como el trabajo y la familia no son compatibles, no queda otra que recluirse en el hogar. El casamiento aparece, a lo largo de la serie, como una fácil solución a los diversos problemas que aquejan a la mujer, soltera, claro.

¿Cómo se produce esta incidencia conservadora?

—Todos los indicios de conservadurismo que van apareciendo (dispersos y disimulados) se vuelven explícitos en la última temporada. Y, en este sentido, es interesante lo que dice Susan Faludi en su libro Reacción: “En los programas televisivos de más audiencia las mujeres solteras, profesionales y feministas son humilladas, resultan ser unas arpías o sufren colapsos nerviosos; las que parecen más sensatas renuncian a su independencia cuando llega la secuencia final”. Mattelart lo explica de otra manera: dice que cada vez que un movimiento que se opone al orden instituido alcanza cierto poderío, la televisión introduce personajes que a simple vista representan a los integrantes del grupo, pero que, en realidad, no hacen otra cosa que reproducir aquel sistema contra el que luchan. Y esto ocurre en la serie. Carrie deja su mítica columna periodística para seguir a un hombre, Samantha abandona su característico estilo de vida cuando se enamora, Miranda decide trabajar part-time y a Charlotte se la muestra como una desquiciada tratando de quedar embarazada. Este es el espectáculo al que asistimos cuando termina la serie: las cuatro amigas han resuelto bien los deberes y ahora, en sintonía con la sociedad en la que viven, buscan la felicidad ya no en el sexo y la libertad, sino en las instituciones tradicionalmente aceptadas por la cultura patriarcal. La jaula está abierta, pero ellas no pueden abandonarla.

¿Qué opinás de la metáfora que se plasmó en la película, realizada después de la serie, en donde después de tanto soñar con casarse la protagonista se cansa de un marido viendo televisión?

—La serie evolucionó de un modo que estuvo muy ligado al contexto sociopolítico. Pero esa evolución lo que hizo fue borrar la identidad de los personajes. Carrie quería enamorarse y vivir la vida con Big (su esposo), pero ¿era imaginable Carrie cocinando y preparándole el desayuno a su esposo? No, no estaba en su esencia. Por eso, en la película se muestra hastiada en su lugar de mujer casada y se la encasilla como una “gataflora” que ni sabe lo que quiere. Un ejemplo, es que se casa con Big, “el amor de su vida”, pero casi lo engaña con su antiguo novio. Y le molesta que su marido le regale un televisor y prefiera quedarse en casa antes que ir a una fiesta. Lo que quiere Carrie es seguir siendo ella misma, pero al lado de un hombre.

¿Qué pasa cuando algunas de las protagonistas tienen hijos?

—El caso de Charlotte es simple: ella siempre fue una Susanita. Pero es a la que más difícil se le hace cumplir su sueño. Cuando lo consigue, se convierte en “la madre perfecta” y decide hacer de la maternidad un trabajo. Miranda, en cambio, es la que más alejada está de esa idea. Originalmente, estaba en contra de ser madre. Si hasta llega a decir: “Un marido más un bebé dan como resultado la muerte”. Cuando se entera de que está embarazada quiere abortar, pero, finalmente, no puede o no quiere. No queda muy claro por qué toma esa decisión. Aunque sí se la muestra como una mamá culposa por trabajar y no poder ocuparse full-life de su hijo. De hecho, en la última temporada, su hijo llama “mamá” a la señora que lo cuida y ella confecciona un collage para que su hijo la recuerde mientras está en la oficina. Luego, en la película, decide renunciar a su trabajo para hacerlo media jornada. En este sentido, Faludi dice que una de las estrategias de la “reacción” en contra de los avances en los derechos de las mujeres es crear la sensación de que las mujeres que trabajan y además tienen una familia sufren todo tipo de padecimientos psicológicos debido a las múltiples presiones que reciben de uno y otro lado.

Si bien parece un lugar común la preocupación por el reloj biológico y los hombres, las relaciones amorosas y la maternidad les preocupan a muchas mujeres: ¿en qué zonas la serie acierta con los latidos de una parte del público?

—Claramente el gancho de esta serie es que toca temas que preocupan a las mujeres: las relaciones amorosas, el sexo, la amistad, la maternidad. Las mujeres encuentran en los cuatro personajes principales de la serie aspectos de su propia vida. Sumergirnos en Sex And The City es como ver nuestros propios miedos, inseguridades y problemas en un espejo. Y esa gratificación psíquica juega un rol importante en la elaboración de nuestros conflictos internos. El problema es cómo se habla de esas temáticas y de qué manera se muestra a estas mujeres en relación con esas problemáticas. No se trata sólo de lo que dicen, sino de lo que hacen con lo que dicen.

¿Cuáles son las mayores diferencias entre la realidad norteamericana y la argentina (por ejemplo el nivel de consumo)?

—Lo que surge de la serie como característica de las mujeres es el consumo. De hecho, en Sex And The City se podría decir que las marcas (y los amigos) reemplazan a la familia. Nunca aparecen familiares de las protagonistas. “El derecho de una mujer a sus zapatos” es el título de un capítulo. Cuando hablamos de derechos en relación con las mujeres es raro que pensemos en zapatos. Como dice Gilles Lipovetsky: “La prisión estética permitiría reproducir la subordinación tradicional de las mujeres”.

¿Los personajes de Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda ya están perimidos?

—Claramente hubo un viraje en el discurso y en los personajes. Esto se vio reflejado en las historias y se terminó de dilucidar en la última temporada, sobre todo, si se la compara con la primera. Dos gobiernos muy distintos entre sí marcaron el inicio y el final de la serie. Y esto, sin duda, se trasladó a la pantalla. En la última temporada, las mujeres de Sex And The City están más cerca del delantal de broderie que de los tacones JimmieChoo. Y eso no es casual: (George) Bush impulsó una ideología conservadora a ultranza: promovió “matrimonios saludables” entre sectores de bajos recursos y la abstinencia en lugar del uso del preservativo. En esa época, también surgieron voces de protesta contra el feminismo. Un libro clave fue el de Kate O’Beirne en donde defiende la idea de que las mujeres deben abandonar su independencia y cumplir su rol de madres y amas de casa. Para ella, la liberación femenina acarrea problemas en las familias y las escuelas. Un dato curioso es que, en la página de la Casa Blanca, el link dedicado a Laura Bush tenía como atractivo las especialidades culinarias de la primera dama. Muy al estilo Utilísima.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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