Viernes, 22 de junio de 2012 | Hoy
RESISTENCIAS
A Lita Boitano, presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, la dictadura le arrancó dos hijos. Desde entonces dedicó su vida a la búsqueda de Memoria, Justicia y Verdad aquí y en Italia. El dolor nunca le impidió el optimismo y la esperanza y bajo su pañuelo blanco abrigó a muchos familiares. Hoy reclama la visibilización de la “generación intermedia” para continuar la lucha.
Por Noemi Ciollaro
El salón grande de la vieja casa de Riobamba 34 está en penumbras, Lita abre la ventana y señalando sus mejillas dice coqueta: “¡Ves que todavía está morado donde se me clavaron los anteojos!, ¿cómo íbamos a hacer fotos la semana pasada?”, refiriéndose a una caída que sufrió días antes en la calle.
En una de las paredes las fotos de las madres y padres que ya no están, los que gran parte de su vida se dedicaron a buscar a sus hijos desaparecidos. En ese espacio diseñaron las estrategias de lucha que enarbolaron desde 1976, cuando en una primera reunión en la sede de la Liga por los Derechos del Hombre, en la calle Callao, nació Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Clara Israel, Cata Guagnini, Polda Segalli, Mabel Gutiérrez, Lucas Orfanó, Mauricio Eisenshlas, Susana Miguez, Emma Pecach, Zulema Riccardi, ya no están. En las otras paredes los retratos de los desaparecidos, los afiches que son el registro de múltiples momentos históricos en los que no hubo fatiga, ni tedio, ni claudicaciones.
“Miramos todo esto y pensamos que pasamos años sin poder llegar a los juicios, pero también vemos que, entre tanto, hacíamos de todo nosotras, `las viejas’... Yo en julio cumplo 81; ¿y las madres de Hebe?... Juanita tiene 96 y camina. Ver cómo entramos en decadencia nos duele, sí, nanas y cosas... Y el traumatólogo dice que camine mucho, que no tome remedios ni me deje tocar un hueso. Ando siempre a mil, ya me caí varias veces, pero no es nada, los golpes del alma son peores...”, cuenta imparable, con su tonalidad levemente italiana.
Engendrada en Italia y nacida en la Argentina, Lita se casó muy joven y tuvo dos hijos; enviudó a los 37 años. En 1976 y 1977 la dictadura militar secuestró y desapareció a Miguel Angel (20) y a Adriana (24). Para esa época se incorporó a Familiares; y en 1979 viajó a Puebla, México, a realizar un reclamo ante el Papa junto a otros organismos de derechos humanos. Finalmente se exilió en Italia tras el secuestro de Thelma Jara que había retornado a la Argentina. Permaneció en Roma hasta 1983 y fue la impulsora del juicio que en ese país dictó la condena de Guillermo Suárez Mason por los desaparecidos de origen italiano, a raíz de lo cual ese gobierno la condecoró con la Orden de Commendatore.
La noche anterior a la entrevista Lita había estado en el festejo por los 25 años de Páginal12, en el Centro Cultural Haroldo Conti, en la ex ESMA y contó que habían bailado todas con Gieco: “León cantó toda la noche y no se iba más, es tan lindo bailar... yo de joven milongueaba de lo lindo”.
Lita tiene la alegría de la tarantela, cierta melancolía de tango de inmigrantes y una picaresca absolutamente porteña. “Sí, claro que vivo sola, y sabés qué bien lo paso, aunque a veces tiene contras. Pero bueno, tengo un amigo-novio... un poquito mayor que yo –dice misteriosa–. Sí, no me fue fácil, pero siempre sola... Quedé viuda tan joven... Sí, él es un poco picaflor... pero no importa”, ríe a carcajadas.
“Mi marido se llamaba Miguel Angel, como mi hijo, tenía 30 y yo 19. Estuvimos un año de novios, a los veinte días vino a mi casa a pedir mi mano, y nos casamos en octubre de 1951. Adriana nació el 19 de diciembre del ’52, yo pensaba que no quería que tuviera un papá grande, será porque yo no conocí a mi papá. Mi marido me amaba un montonazo, yo también, fuimos felices realmente; los dos chicos sanos, inteligentes. Miguel Angel hijo nació el 1º de enero del ’56. Pero mi marido se enfermó, tenía endocarditis bacteriana, lo internaron y en una semana tuvo una infección y murió en noviembre del ’68. Los chicos tenían 15 y 12 años. Tuve 17 años de matrimonio. No me volví a casar, después viví y crecí con mis hijos... La casa sin un hombre cambia”, dice.
Anochece y Lita enciende las estufas, sirve té y nos muestra el libro editado hace poco con los afiches que desde 1976 a 2011 hicieron los organismos de derechos humanos. Desde la incertidumbre de las primeras marchas, hasta las denuncias contundentes de los años posteriores a 1976. Los emblemáticos pañuelos blancos en ronda, y un banquito con una gorra militar en el centro. Las largas solicitadas con los nombres de los desaparecidos. La denuncia de los niños desaparecidos. La recordada margarita deshojada de las Abuelas. Siluetas blancas, contornos. Las consignas históricas.
“Mi casa siempre estaba llena de chicos compañeros de mis hijos, y eso a mí también me hacía muy bien. Iban a la Escuela Cristoforo Colombo, por esto de que yo soy de familia tana. Ganaron becas y viajaron a Italia, fueron muy buenos alumnos. Crecí con ellos, inclusive intelectualmente. Adriana estudiaba Letras, era tímida. Y Miguel Angel estudiaba Arquitectura, estaba enamorado de María Rosa, su novia. Los dos militaban en la JUP (Juventud Universitaria Peronista). Tuvimos tan poco tiempo para hablar de todo eso, para compartir las experiencias que ellos iban teniendo, sus amores... Vivieron esa época maravillosa de la Primavera de los ’70, jamás imaginé algo tan terrorífico como lo que pasó, se los veía tan felices, con tanto empuje”, resume.
Miguel Angel fue secuestrado en la calle en mayo del ’76 y lo último que se supo fue que había subido a un micro con un compañero de facultad. A Adriana la secuestraron también en la calle, ante los ojos de Lita, de regreso de una cita fallida con un militante, en abril del ’77.
“Le dije que la acompañaba, dijo que fuéramos separadas, caminando una por cada vereda. Vi a Adriana viniendo de la vereda de enfrente, hermosa, toda de turquesa y aparecen dos tipos, la agarran y la meten adentro de un auto, se suben a otro auto y salen a toda velocidad. Me paro, me persigno, no se sintió un grito, nada, y en la otra esquina veo un auto con luces encendidas y pensé que me llevaban a mí, pero no, dio la vuelta y siguió a los otros.”
Para esa época Lita ya había cubierto su cabeza con el pañuelo blanco por Miguel; estaba en Familiares e iba a las marchas de Plaza de Mayo junto a los otros organismos. Entonces en su pañuelo escribió un nombre más.
A partir de ahí su vida fue el reclamo constante, la búsqueda infructuosa de sus hijos. Por algunos datos presume que ambos pueden haber estado en la ESMA. Junto a otros familiares viajó a México a tratar de entrevistarse con el Papa, que nunca los recibió, de ahí hicieron denuncias en París, y finalmente en Italia donde ella vivió varios años impulsando los juicios contra los militares argentinos por los desaparecidos de origen italiano. El 30 de octubre de 1982 el Corriere della Sera publicó en su portada una lista con más de 250 desaparecidos con doble ciudadanía y otros 45 nacidos en Italia. Eso dio origen al juicio realizado en ese país contra Suárez Mason y varios militares más que resultaron condenados a prisión perpetua en diciembre de 2000.
Mientras vivió en Italia, Lita trabajó de cocinera en una parroquia en Roma, donde sacerdotes de izquierda accedieron a darle alojamiento, e invirtió su tiempo militando por la causa de los desaparecidos.
“Este es un momento en el que, a pesar de algunas nanas que tengo y mis casi 81 años, le pido a Dios que me dé vida porque... la palabra no es goce... pero es un momento importante que querría vivirlo porque siempre estoy pendiente de la posibilidad de encontrar los restos de mis hijos... Cuando lo veo a Maco (Somigliana, de Antropólogos) le digo ‘¿Maco, cuándo me vas a llamar para decirme que encontraste a mis hijos?’, y él me abraza. Eso a futuro, porque yo soy muy optimista y siempre estuve cerca de jóvenes; te dije que de piba me gustaban los hombres grandes, pero después una quiere tener gente joven alrededor, porque si pienso en Familiares... quedamos pocos de los mayores, desgraciadamente Lilia Orfanó, que fue una de las fundadoras, tiene dificultad para caminar y viene menos, Hilda Velazco... Las que realmente siguen estando en Familiares y consustanciadas porque están desde el principio son las mujeres de desaparecidos, como Graciela Lois, que entró cuando su hija tenía tres meses y ahora ya tiene de ella un nieto de seis meses; Cristina Muro, que tenía dos hijos, el segundo de cinco días cuando se llevaron al esposo; María del Socorro Alonso, la mujer de Guillermo Segalli. Están los Morresi, Julio e Irma y el sobrino Tito, primo de Norberto; Teobaldo y Orestes Altamiranda; Sara Steimberg y Marta Alanis, Hugo Argente con su hermano desaparecido; y está viniendo Chela, la ex mujer de Dante Gullo, y seguro me estoy olvidando de algunos, la edad me juega en contra... “, recuenta.
Lita menuda, con sus rulitos plateados, sus anteojos, su sonrisa siempre a flor de labios aun cuando entristece. Su calidez para quienes desde hace treinta y cinco años golpean la puerta de esa casa de Riobamba, su voz que infunde ánimo compartida con tantas madres, padres, esposas, hermanos, hijos. Bajo su ala generosa siempre hay espacio para uno más.
“Lo que nos dio una alegría enorme es el grupo de HIJOS que se reúne acá los viernes y que realmente nos renovaron la vida a los viejos. Aunque a veces les renegamos porque dejan desordenado, los amamos. Lo que nosotros nos pusimos a pensar la vez pasada es que se habla de Hijos, Madres y Abuelas, y el día que no estemos las mamás, decimos que los Hijos van a ser nuestra posta... ¿Pero qué pasa con las esposas, esposos, hermanos, primos que son de la generación de nuestros hijos, que vivieron toda la historia de lucha, que por ahí no pudieron tener presencia continua porque todavía trabajan, muchos no están jubilados, tienen obligaciones? ¿ Por qué están como invisibilizados? Además los familiares, esposas, maridos... también son sobrevivientes, les pasó de todo; nosotros los consideramos así porque pasaron etapas de no poder ser visibilizados porque eran muy jóvenes, tenían hijos sin padres o madres porque se los habían llevado y era peligroso que vinieran a los organismos o a las marchas en esos años de la dictadura. Yo creo que somos responsables de esa invisibilización de lo que yo llamo la “generación intermedia” y tenemos que resolverlo antes de dejar de estar nosotros. Si alguna vez llegaran a encontrar los restos de mis hijos, yo tengo mucha más confianza en que Graciela Lois vaya a buscarlos, a que los busquen mis sobrinos que son hijos de mis primos, muy queridos, pero casi no conocieron a mis hijos...O sea los que estamos mayores, ya casi no tenemos familia”, reflexiona Lita.
Familiares, como los demás organismos de derechos humanos, ha recibido recientemente un edificio en el predio de la ex ESMA. Lita cuenta que “el 29 de mayo pasado cuando se cumplieron 36 años del secuestro de Miguel Angel, hicimos en el edificio una mateada con la gente de la Cooperativa del Plan Trabajar que lo está restaurando, y se formó un grupo como de treinta. Ver a las mujeres con sus cascos y sus arneses arriba de los andamios, y a los arquitectos de la UBA que nos ayudan para hacer eso habitable, fue muy impresionante. Y ahí estaba presente mi hijo. Cuando recorrí por primera vez la ESMA, hace tiempo, fui con los sobrevivientes, con Lila Pastoriza, Basterra... fue conmovedor. Por eso digo que hay tanto que hacer”.
Lita insiste en el tema de los relevos: es algo, dice, que los mayores empezaron a plantearse a raíz de la muerte de algunos de sus compañeras y compañeros de lucha de toda la vida, “lo tenemos que hacer nosotros como Familiares, porque Madres ya tiene gente que las va relevando, Abuelas ya es una estructura más armada, entonces: ¿por qué no nosotros? Ahora soy yo la que encabeza porque somos los que quedamos, soy presidenta, pero realmente nunca sentimos en este organismo esas diferencias, siempre es todo de todos. Pero en estos años necesitamos muchas cosas, están los juicios, hay que estar cerca de los sobrevivientes. Nosotras ya no trabajamos, le dedicamos las 24 horas a esto, pero estamos viejas, vivimos de lo que nos corresponde por las leyes reparatorias, de las pensiones. Yo vivo de eso, no me siento mal, es como que los hijos nos siguen ayudando el resto de nuestra vida. Nosotros como Familiares aceptamos esas leyes, nos parecieron justas. Lo que nos falta ahora es tener verdad y hay que seguir trabajando por esto. Necesitamos la ayuda de la ‘generación intermedia’, que ocupen el lugar que les pertenece en esta historia”, concluye.
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