CINE
La plegaria del vidente intenta contar quién o qué había detrás de los asesinatos de El loco de la ruta. Lástima que al final vuelve la mirada sobre la justificación pasional.
› Por Marina Yuszczuk
El 20 de octubre de 1997, Silvana Caraballo le estaba preparando la cena a la hija de seis años en su departamento de Mar del Plata, cuando de pronto sonó el timbre. Silvana bajó a atender y nunca más volvió. En los meses siguientes desaparecieron también Ana María Nores, embarazada de dos meses y mamá de cuatro chicos, y Verónica Chávez; todas ellas estaban en situación de prostitución. Así es el curioso caso del asesino que nunca existió, y sin embargo hizo estragos en Mar del Plata a fines de los ’90. Porque alguien –quizá la propia policía– bautizó al supuesto asesino serial causante de esas desapariciones como El loco de la ruta. Ellas no fueron las únicas: antes habían aparecido muertas cinco mujeres y hay otras cinco desaparecidas. Todos los casos se vincularon con ese asesino ficcional, pero después se descubrió que al menos algunas de las muertes y desapariciones tenían que ver con una organización compuesta por policías y funcionarios públicos que nunca llegó a dilucidarse del todo. Aunque la mayoría de los casos no fueron resueltos, hubo doce policías imputados por estos hechos, presuntos responsables de una red de prostitución, donde además se extorsionaba a las mujeres a cambio de protección.
Más de diez años después, el caso vuelve a convertirse en la película que alguna vez fue con el estreno de La plegaria del vidente, de Gonzalo Calzada, basada en la novela homónima de Carlos Balmaceda. Como cualquier ficción, la película se toma sus libertades con esa materia prima tan elusiva –sobre todo en este caso– que es la realidad, y pone en el papel protagónico a un policía honesto, el Vasco, que tiene la gravedad y la cara apergaminada de Gustavo Garzón. El Vasco es uno de los pocos interesados en dilucidar los crímenes, además del periodista que encarna Vando Villamil y que, como él, es un solitario, desencantado del mundo y aislado por un sentido de la verdad que lo deja totalmente solo. El elenco se completa con la forense que interpreta Valentina Bassi y un misterioso vidente (Juan Minujín), que anticipa cada muerte. Todos ellos se mueven en una Mar del Plata fría, sórdida, a la que el tratamiento de posproducción de la imagen y el montaje rápido alejan de la típica postal turística.
Las mujeres, todas víctimas potenciales que sólo al Vasco parecen importarle, aparecen un poco en el fondo de la escena, pero eso produce un efecto interesante: a fuerza de apegarse a las convenciones del género policial, La plegaria del vidente construye un universo predominantemente masculino, cínico, donde los personajes tienen poco margen de movimiento con respecto a un poder en buena medida anónimo del que apenas pueden atisbar algunas puntas. Ahí, la artificialidad extrema del género parece generar destellos de verdad. También porque la voluntad realista de la película hace que los casos atribuidos al “loco de la ruta” no se recorten del contexto de relaciones de poder que los produjeron sino al contrario: la institución policial, los medios y la Justicia tienen la parte que les toca, al menos hasta el final. Y es que extrañamente, con algunas (demasiadas) inesperadas vueltas de tuerca de por medio, La plegaria del vidente se desdice por completo del modo en que se habían planteado los crímenes para sacar una explicación fundamentalmente individual de la galera que se sanciona con esta frase: “Lo que era un caso policial terminó transformándose en una historia de amor” (con lo que, una vez más, una serie de crímenes vinculados con la violencia de género se explican a partir de pasiones). Nada más alejado del amor era el mensaje que el o los asesinos dejaron en el cuerpo de las chicas, hasta literalmente: una de ellas tenía escrita en la espalda con un cuchillo la palabra “puta”.
La plegaria del vidente se está proyectando actualmente en cines comerciales.
Más info: www.laplegariadelvidente.com
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