Vie 06.07.2012
las12

ESCENAS

El color de la envidia

Se estrena Las criadas, la monumental pieza de Jean Genet, con Marilú Marini como La Señora. La poesía de un texto que indaga en las zonas más oscuras de lo humano es explorada en esta nota por las tres mujeres que la interpretan.

› Por Laura Rosso

Poco tiempo atrás, Marilú Marini estaba en París y cada noche se calzaba el traje de Madame para la función de Las criadas, dirigida por Jacques Vincey en el Teatro Ateneo Louis Jouvet, en pleno corazón parisino. Durante más de diez meses estuvo metida en la piel de ese personaje de la emblemática obra de Jean Genet. La última función fue el 28 de abril, apenas algunos días antes de su arribo a Buenos Aires. Y apenas algunos días después de su llegada comenzó a transitar el proceso de dejar a la Madame para empezar a ser La Señora de esa misma pieza, dirigida por Ciro Zorzoli, y compartiendo escenario con Paola Barrientos y Victoria Almeida. Un cambio de piel, de idioma, de director y de compañeras de escena. “Todavía siento cuán metida está la Madame, tengo que cambiar de esa señora a esta Señora de acá. Lo fantástico e interesante es que son visiones completamente distintas. Esta es otra versión. Queda la columna, queda lo esencial de una obra de arte como ésta, escrita por un hombre de una profundidad de visión del mundo como es Genet, un poeta.”

Las criadas es una obra de 1947 y, como casi toda su obra, Genet la escribió desde la cárcel. El autor fue perseguido por robo y falsificaciones, y llegó a tener diez condenas consecutivas. Entró y salió de la cárcel varias veces y gracias a Jean-Paul Sartre, Pablo Picasso y Jean Cocteau obtuvo su libertad a través de un pedido de indulto que varios artistas e intelectuales le hicieron al presidente de Francia. Gran parte de sus novelas, poemas y obras de teatro expresan la glorificación y la celebración de lo marginal, del asesino como héroe, de quienes osan transgredir para poder llegar a ser.

Para Las criadas, Genet se inspiró en un hecho real de los años ’30 que conmocionó a Francia: dos hermanas asesinaron a la señora Lancelin y a su hija, para quienes trabajaban como empleadas domésticas. En esta pieza, el procedimiento teatral del autor se asemeja a un juego enloquecido para el cual utiliza el cambio de roles. Los personajes invierten sus papeles y cada una puede ser también la otra. La señora no es La Señora, Solange no es Solange y Clara no es Clara, porque cada una además actúa a la otra.

Las criadas se aman y se odian, son una especie de almas gemelas unidas por un juego de espejos.

M. M.: Las criadas deliran, las dos están en un vértigo de locura fuerte.

V. A.: Son personajes que hacen y dicen las cosas desde un lugar muy poco racional. Viven la vida de la otra, viven a través de la vida de la otra. Una cosa de pobreza espiritual y de pobreza de individualidad muy fuerte.

P. B.: Una de las criadas hace de La Señora, hay como un enroque, algo de estar actuándole a la otra. Inclusive cuando entra La Señora y cada una está con el personaje que le corresponde igual sigue la situación de estar actuándole algo a la otra. Desde un lugar diferente, para conseguir otra cosa, pero la situación de estar actuando, de llevar a cabo otros roles sucede durante toda la pieza.

¿Qué les pasó con la obra cuando empezaron a ensayar?

P. B.: A mí me pareció imposible, indecible, indescifrable... Me resultó de mucho interés pero decía “esto lo tengo que leer, no lo puedo hacer”. A medida que fue pasando el trabajo, comenzó a ser más posible de ser dicho. Esto tiene que ver con el lenguaje, con la utilización de las palabras y las construcciones que elige Genet, que yo siento que me quedan muy lejos. Que esas bellas palabras bajen y sean algo posible de decir es lo que nos está llevando más trabajo.

V. A.: A partir de ponerle el cuerpo y entrarle por un lugar más sensorial es donde empieza a cobrar sentido.

¿Cómo fue la iniciativa de hacerla en Buenos Aires?

M. M.: Yo tenía ganas de hacerla acá. Vi el trabajo de Ciro y Paola en Estado de ira, y me fascinó. Empezamos a soñar con hacer algo con Ciro, y me pareció que una obra como ésta era interesante de hacer en Buenos Aires. Porque la obra habla de la locura, de un delirio en el cual estas dos hermanas, estas dos criadas, están envueltas, como si no tuvieran individualidad, como si una estuviera mezclada con la otra. Entonces hay que inventar a una tercera que es La Señora, que existe, por supuesto. Pero esa Señora que vemos, yo pienso que es una Señora que ellas imaginan. Pienso también que la obra habla del poder, de cómo el poder enloquece. Y habla de lo difícil y de lo cruel que es llegar a una individualidad, a una identidad. De todo lo que hay que pasar a partir de estar en una situación de sumisión al poder.

La obra toma los aspectos más íntimos de la existencia humana, como podría ser la identidad, y expresa una profunda rebelión contra algunas convenciones de la sociedad.

M. M.: Es una propuesta de teatro donde hay una lógica no solamente de lo psicológico sino de lo real, de lo vivido. Este es un texto poético. Genet dice en el prólogo “éste es un cuento, no es una alegoría sobre el problema del personal doméstico, o de la masa obrera, es una fábula que hay que inventar”. Hay una cosa muy oscura, muy densa, pero dentro de esa oscuridad él ilumina con el verbo, con la poesía.

¿Cómo ven esta crueldad, esta desesperación que tiñe especialmente a los personajes de las criadas?

V. A.: La obra propone entrar a un mundillo subterráneo del cual muchas veces en la vida estamos tratando de escapar, de no tocar. Plantea colores como la envidia, o cosas a las que una le tiene mucho rechazo. Lo que pasa es que es un registro tan poco naturalista el que propone el texto, es tan lúdico todo el tiempo que la obra te va llevando por esos lugares como una danza. Yo pensé que me iba a ser más conflictivo chocarme con un material tan denso, pero se la está pudiendo disfrutar.

P. B.: Estamos todavía en un proceso de acercar esta pieza a nosotras y empezar a ver si podemos acompañar el vértigo que propone. Entrar a descular, que no tiene que ver con una compresión lógica del material, sino empezar a comprenderlo desde un lugar sensible. Transitarlo y empezar a dejarnos ir con eso que va proponiendo la pieza.

M. M.: Habla del vértigo de la locura, por eso es que no hay una lógica. Pero ellas encuentran una solución para llegar a una individualidad, que es una solución terrible. Clara toma una decisión para que ellas puedan llegar a individualizarse, para salir de esa masa informe que son. La decisión es fuerte pero llegan a ella.

¿Qué les llamó la atención de sus personajes, lo primero que las cautivó, que les quedó picando en la cabeza sobre Clara y Solange?

P. B.: Cuando leímos la obra, no teníamos los personajes definidos. Nosotras éramos las criadas, pero no sabíamos quién iba ser quién. Empezamos a trabajar y los roles se fueron definiendo en función de qué lugar ocupaba una en relación a la otra. Hay algo de los roles que se termina de diferenciar hacia el final de pieza, en función de la decisión que toma una y no la otra. Pero hasta ese momento, cuando improvisábamos no diferenciábamos qué personaje hacia qué cosa porque una ocupaba un rol que luego ocupaba la otra. A medida que se definió eso e incorporamos la letra, nos dimos cuenta de que sí hay un montón de particularidades, detalles y cuestiones de un personaje y no del otro.

¿Qué las diferencia?

V. A.: Quién hace las cosas y quién no. El autor no delinea demasiado qué las diferencia, pero investigando en la pieza vimos que hay una que hace tal cosa que la otra no se animó. O que una quiere tal cosa, y la otra no. Pero están muy mimetizadas.

P. B.: Entre ellas hay también una puja de poder. Yo creo en general que hay ciertas cuestiones en relación a los personajes que se empiezan a descubrir, y donde juega mucho quién lo dirige o quién lo interpreta, y del encuentro con otra actriz. Mi Solange no sería la que es si el personaje de Clara lo hiciera otra actriz que no fuera Victoria. Hay ciertas cosas que no son autónomas del trabajo y del encuentro que sucede entre las personas que lo hacen. Hay ideas que yo puedo tener, pero la verdad, la única posible, me parece que es lo que se da en el encuentro de nosotras dos con esos textos, con esa circunstancia, con eso que se dice, con eso que ellas hacen o no hacen. Siento que hay algo de los personajes escritos que terminan de ser cuando están en escena con el otro actor.

M. M.: Genet plantea esta indiferenciación entre ellas, esa locura de no poder verse como una persona separada de la otra. Primero están mezcladas las dos y después se ve que Solange hace ciertas cosas y que Clara tiene ciertas direcciones.

P. B.: Son esas cosas de la pieza que empezás a comprender cuando empezás a trabajar. Yo en un principio decía “no me doy cuenta cuál es Clara y cuál es Solange”, como un problema... Pensaba que tenía que prestar más atención. Y en realidad eso es la obra. Esa es la idea. Ahí te das cuenta cómo la pieza, además de la belleza que tiene, está escrita con esa perfección.

V. A.: Y empieza a ser disfrutable. Nadamos juntas en una misma dirección. Los primeros encuentros eran darse la cabeza contra la pared a ver dónde estaba la grieta para poder entrarle. A medida que fuimos conociendo y amasando el material, hubo algo de lo sensorial que empezó a suceder.

M. M.: Me parece que no somos actrices stanislavskianas. Nos podemos pirar, podemos ir a la locura. Esta es una pieza que pide eso también. Genet era un poeta, un hombre que escribía piezas para celebrar algo, ese ritual que se hace todas las noches, él lo ponía en un estado de exaltación. Todo lo que él detesta de la burguesía está puesto en La Señora, que es una porquería, es una bestia, pero es también lo que ellas se imaginan. No es la belleza convencional, es la belleza de la miseria, del mal, de lo que el poder corrompe. Ese es el mundo que Genet evoca.

Las criadas se estrena el 21 de julio en el Teatro Presidente Alvear, Corrientes 1659. www.complejoteatral.gob.ar

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