La música es mi principal influencia”, dice el fotógrafo Martín Bonetto, y al intentar definir los estilos y los relatos fotográficos imperantes entre las 140 imágenes que integran su flamante libro Fotorragia, las musicaliza con la canción de The Velvet Underground “Candy Says” y pone énfasis en las líricas que cantan “Odio los sitios tranquilos, ¿qué crees que podría ver si pudiera salir de mí?”.

La coartada musical es coherente con el desfile de imágenes al corte, en formato 15 x 21 –enmarcadas en una edición independiente y contundente con portada de una fogata– y las locaciones que pregonan un modo de abordar la fotografía vinculada con la escena de la música local, la luz noche y trasnoche y las estéticas que proliferan a su alrededor.

Un paneo por la fotorragia denota retratos del músico Adrián Dárgelos con un smoking blanco, zapatillas converse rojas y foulard al tono en un baño de mármoles raídos y oxidados por el paso del tiempo y el uso en algún club de San Pedro, y ahondará en los ojos de lechuza de un top que el cantante de Babasónicos luciera en un camerino europeo. Su modelo será quien sentenciará desde el prólogo acerca del método Bonetto: “Cuando todo parece nostalgia, él vive en su época. Ver perlas en los charcos del under no es común y estar en tres lados a la vez tampoco. Desde hace mucho que Martín está ahí y nos observa”.

Las imágenes admiten una toma de Pappo cual fisicoculturista en calzones y rodeado de los músicos de Riff circa 2000 y en Cosquín Rock, otra de Julio Moura junto a los secadores de una peluquería (el salón Berlín, que parece continuar la devoción por los peinados que impuso su banda Virus) cuando en los programas de los shows y en las portadas de los discos señalaban “Pelos x Cyril Blaisse” en referencia al peluquero francés afincado en Buenos Aires, que dejó un salón de Barrio Norte para sumarse a la banda de músicos liderada por Federico Moura y que innovó en estética en cada gesto. Entre los retratos de Charly García, Luis Alberto Spinetta, Juanse y Gustavo Cerati, emergen nuevas bandas ahora en boga, Norma, Noe Mourier, El mató a un policía motorizado y Valle de Muñecas, pero durante shows o reportajes de sus inicios. Así se puede ver también a Juliana Gattas, la cantante de Miranda! ataviada con un top see through pero que en lugar de organza admite folios para resguardar alimentos. Es vox populi que los artificios con materiales efímeros y la escasez de recursos cimentaron la estética del rock argentino. O a Andrés Calamaro con saco azulino junto un cartel luminoso de un camarín que indica “salida de emergencia”, y a Joaquín Levington cual dandy. Irrumpen primeros planos de bocas a sexos y escenas de sexo, abundan los desnudos femeninos y algunos masculinos (en un gesto rocker y elegante el autor ensayó su autorretrato y junto a su mujer, ambos rodeados de un cúmulo de prendas en el piso de la habitación de un hotel). Pero el fotógrafo rocker y romántico también documenta la primera cena con su mujer, a ella extenuada luego de parir a su hijo Joaquín, quien en alguna otra toma posará con remera de Kiss y también junto a su mamá y su hermana Josefina frente a un poster de Mick Jagger. Se puede vislumbrar también a otros personajes afines a su mundo afectivo: Sergio de Loof caminando con un paraguas en un gesto surrealista y a Sergio Pángaro con alguno de los trajes retro de su colección.

Con el oficio que le dio trabajar en el Departamento de Fotografía del diario Clarín desde 1999, la colaboración en portadas y en giras con Babasónicos, Guasones, Fernando Samalea, Norma, Turf, editoriales para Rolling Stone, Inrockuptibles, La Mano, Zona de Obras o Página/12 (además de diversas muestras en las galerías Artefacto y la mítica La Casa Curuchet de La Plata, el Centro Cultural San Martín y el Centro Cultural Borges), fundamenta Bonetto sobre su método fotorrágico:

“Comenzó alrededor de 1994 mientras estudiaba diseño gráfico y buscaba una herramienta para complementar el diseño, aunque ya pintaba, dibujaba y hacía collages con una cámara de mi papá que tenía en casa y con algunas enseñanzas de mi hermana Titi. Creo que se puso en juego cuando luego de hacer cursos empecé a trabajar como fotógrafo y diseñador y cuando me dediqué completamente a las fotos”.

¿Cuáles son tus destacados del detrás de escena de algunas tomas del libro?

–Todas tienen algo que me gustaría contar, pero no son grandes historias para los demás. De Charly García poniéndome un par de auriculares mientras le sacaba la foto para que me inspirase con su música, la serie de fotos en baños con Adrián Dárgelos y las situaciones más diversas en camarines de París y Madrid durante una gira con Babasónicos. Las fotos con Guasones rodeados de perros. O bien la del Pity (se refiere al músico de Intoxicados y Viejas Locas) andando en bicicleta por los techos o comiendo pizza con flan. Pero destaco cuando me presentaron a mi papá por primera vez y era una imagen típica de museo. Se refiere a una imagen que conmociona: Martín fotografió la osamenta de su padre desaparecido luego de que sus restos fueran hallados en 2010. La foto muestra la mano con uñas pintadas de rojo de su hermana y al editar el libro junto a un grupo de amigos y expertos la situó en la secuencia de apertura.

Con ejes tales como la familia, amigos, músicos, el barrio, viajes, el rock, las drogas y el sexo se estructura el libro, y él lo fundamenta del siguiente modo: “Fotografío lo que tengo alrededor, es mi vida y la expongo, con mi gusto por lo trash, lo inconsciente y lo crudo. Es sólo sexo, droga, rock’ n’ roll, familia y amigos, pero me gusta”. Cautivan sus reflexiones sobre estilo sin recurrir a estilistas, y si hubiera que trazar paralelismos con otros fotógrafos, muy lejos de los artificios de Avedon, Penn y de la austeridad de la escuela Magnum, en sus trazos se imponen gestos provocadores de Juergen Teller, aunque con atmósferas criollas.

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