SOCIEDAD
Algunas todavía llevan delantales como uniforme obligado, aunque la cofia pasó a la historia. Son las que trabajan para la clase alta o media alta. Las mucamas de la clase media, en cambio, son simplemente “la chica” que ayuda a esa otra mujer que sale a trabajar. Matices en una relación difícil, a veces amistosa, pero marcada por el tatuaje de hierro de las jerarquías.
Mucamas como las de antes,
ofrece el pasacalle, en Figueroa Alcorta y Salguero, apenas unos pasos al costado
del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, unos pasos antes del Paseo
Alcorta y unos pasos en diagonal de la División Anti-Secuestros de la
Policía Federal. Es un slogan, explican en la agencia de
mucamas Service Barrio Norte Personal Doméstico.
Como todas las marcas, esa marca (ese slogan) dice algo. Y, aunque no haya estudio
de mercado en el medio, es fácil imaginar el mercado de esa marca: dos
ABC1 argentinas, oxigenadamente rubias por naturaleza (de clase), con la piel
barnizada por el colágeno y tres dijes de oro con formas de nenes &
nenas colgándoles del cuello. Las dos hablan con la complicidad,
risa e indignación con la que la pasión femenina habla de hombres,
pero de mujeres, las mujeres de su vida: las mucamas. Se quejan de que ya no
pasan la aspiradora con música funcional de Sandro sino con la de Los
Pibes Chorros y que si vieran como antes la novela de las tres de
la tarde, vaya y pase. Pero que con la cumbia villera no hay feng shui que aguante.
Para servirle mejor, sigue siendo el lema de Casa Leonor inaugurada
en los años 30 que se mudó de la tradicional esquina
de Marcelo T. de Alvear y Talcahuano (y ya no tiene ocho vendedores como en
sus mejores épocas) pero, a mitad de cuadra, sigue estoicamente vendiendo
uniformes en maniquíes con peinados estilo Evita y tez oscura. El
uniforme marca la categoría de la casa define la dueña,
Mónica López, una casa elegante y bien organizada no va
a tener a alguien con jeans y chancletas.
Y da algunos detalles: A comprar siempre vienen los dueños de casa.
Los hombres llevan celeste o azul y rayas, cuadrado o lisos. Las mujeres van
más a los colores y flores, que es lo que les gusta a las chicas. Y para
los countries prefieren la chaqueta y el pantalón, porque hace más
frío.
Aunque en la Argentina las empleadas domésticas no son sólo un
lujo ABC1 sino el mayor recurso de las mujeres que trabajan para justamente
poder trabajar. Acá la independencia de la mujer se forjó, básicamente,
gracias a la dependencia de otras mujeres que se quedaron, sueldo de por medio
(con cama o con retiro), a cumplir con el cuidado de los chicos y la realización
de las tareas hogareñas.
¿Liberación
o dependencia?
La forma
de organización familiar de la clase media argentina pateó en
otras mujeres el conflicto del reparto desigual de las cargas domésticas.
En la Argentina, un arreglo entre clases evitó un conflicto entre
géneros, señala Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis
y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires.
En los países desarrollados no pudieron mantener relaciones semifeudales
de empleo doméstico y las mujeres se vieron enfrentadas de una manera
mucho más aguda a la pelea de compartir el trabajo doméstico.
Incluso, en paíseslatinoamericanos, como Cuba, la fórmula legal
del casamiento (antes de decir: Sí, quiero) aclara que las
tareas de la casa deben ser compartidas. Acá no hay peleas por quién
barre, porque barre otra.
Tener la posibilidad económica de contar con una empleada doméstica
que realice las tareas del hogar disminuye las tensiones entre los miembros
de la pareja (en particular cuando ambos trabajan) derivadas de las diferencias
en los tiempos dedicados al hogar por varones y mujeres, subraya la socióloga
Marcela Cerrutti en el libro Familia, trabajo y género, editado por Unicef
y el Fondo de Cultura Económica. Hoy se estima que en el país
hay 750 mil empleadas domésticas. Aunque, en otras épocas, hubo
más. Por la crisis, entre mayo del 2001 y mayo del 2002, aproximadamente
128 mil perdieron su trabajo. Además, hoy en día, algunos varones
cumplen un rol más activo en el cuidado de los hijos y la limpieza de
la casa. Pero, por otra parte, las jóvenes profesionales cuentan cada
vez con menos salvavidas. Las mujeres no tienen la red familiar que tenían
antes. A las pioneras en salir las ayudaban sus madres, pero ahora las abuelas
trabajan compara Meler. Por eso, es inevitable para ellas contratar
a una empleada doméstica.
La inevitabilidad tiene que ver con un agujero negro. Cerrutti puntualiza: La
carencia de servicios públicos de guarderías infantiles de calidad
y la escasez de guarderías infantiles privadas en los lugares de trabajo,
constituyen asignaturas pendientes en la Argentina. En Europa, en cambio,
el servicio doméstico es excepción y las redes estatales de cuidado
de niños, la regla.
Me parece muy careta decir: Ah, no, yo no tengo empleada doméstica,
cuando si vos laburás afuera y tenés chicos, es bastante poco
probable que puedas sostener la casa sin tener una ayuda, pone los puntos
sobre las íes Gabriela Lifschitz, fotógrafa y escritora. Gabriela
participó del proyecto del fotógrafo Sebastián Friedman,
que realizó un ensayo que ilustra esta nota (en donde retrató
a empleadas domésticas junto a sus familias y a las familias en las que
trabajan).
Decidí tener empleada doméstica cuando me separé
y me encontré sola con la nena sin poder salir a comprar cigarrillos.
Ahí me dije: Voy a tener que resolver esto. Además,
toda mi vida me había ocupado de lavar los platos, pero si un día
estaba cansada o llegaba tarde, no importaba. En cambio, cuando hay chicos no
podés decir: Mañana; o te ocupás vos o se ocupa
otra persona.
Yo detesto a la clase media argentina, pero soy de clase media y aunque
no me guste ser de la patronal, en este ínfimo punto lo soy. Y lo aprendí
a los golpes. Con la primera empleada doméstica creí que era amiga.
Hasta que ella me hizo un reclamo económico y me angustié. Yo,
en París, había limpiado casas y cuidado chicos, incluso con cama,
y sentía que había estado en los dos lugares. Pero después
me di cuenta de que no es lo mismo una escritora que limpia, que una chica que
desde los 13 años hace eso -desmistifica. Me costó un huevo
reconocer que tenía una persona trabajando para mí, que era la
patronal, pero a partir de ahí pude tener relaciones más claras.
Madres
invisibles
Sin
duda, una de las mayores características de este empleo es que no es
lo mismo fichar que hacer un café con leche, ni envolver en una toalla
que vender seguros para auto. Es uno de los trabajos más despreciados
socialmente y, sin embargo, uno de los más importantes. Pero, además,
es un trabajo en el que se entra, aunque sea transitoriamente, a ser parte de
la familia. Con todo lo que eso implica.
Me molesta cuando la señora que trabaja en casa me da consejos
de madre con tono amistoso, la deja a la pequeña zombie durante horas
frente a la televisión o no pone límites. Pero mi hija se queda
contenta con ella yeso basta, evalúa Silvia, que trabaja en una
empresa de relaciones públicas.
Sebastián se define como hijo criado por mucamas. En mi casa, mi
mamá trabajaba todo el día y el control de todo lo tenía
la empleada. En la convivencia se delegan cosas que tienen que ver con el afecto
valoriza-. En la mayoría de los casos, las empleadas con cama,
por ocuparse de los hijos de otros, descuidan a sus propios hijos, directamente
los pierden, o ellos quedan resentidos.
Sebastián ya está produciendo un documental sobre el mismo tema
junto con María Meira, guionista y co-autora del film Tan de repente.
Probablemente el nombre sea La invisible. La idea es hacer visible lo
invisible, mostrar la otra vida de la empleada que, por lo general, la empleadora
no conoce, indagar sobre lo oculto de estas relaciones y valorar un laburo tan
importante en el que se mezcla tanto lo afectivo, explica María.
Elba es el nombre que Sebastián no olvida. Silvia, el de María.
Las dos desaparecieron de sus vidas repentinamente, sin explicaciones ni preámbulos.
Nadie creyó que ellos necesitaban un duelo. Siempre hay un hueco
que queda en la vida de un clase media porteño de alguien que querías
mucho, que te crió y desapareció, apunta Sebastián.
Le tenía muchísimo afecto, ella me cocinaba y me contaba
de sus novios. Cuando se fue, me preguntaba: ¿Me habrá querido?,
confiesa María.
Del otro lado, muchas veces, la respuesta es sí. Y mucho. María
Alcaraz tiene 41 años y tres hijos (Maximiliano, de 21; Flavia, de 18;
y Jessica, de 11). Pero en su casa de Longchamps hay un lugar privilegiado para
la foto de otros tres chicos (Gabriela, de 22; Guillermo, de 20; y Gustavo,
de 16). Yo los quiero mucho a todos, para mí son como mi familia,
resume María sobre su relación con los chicos de la casa de Caballito
en donde trabaja hace ocho años. Si les pasa algo, sufro como si fueran
mis hijos; y si se van de vacaciones, los extraño, hasta los llamo al
trabajo para hablar con mis nenes. Los tres chicos son divinos.
Gaby es una capa. Jessica siempre se acuerda de las galletitas que ella le enseñó
a hacer y Maximiliano de cuando le enseñó inglés para rendir
una materia del secundario. Yo también cuando tengo calabazas en mi huerta
les llevo para que tengan para hacer tartas. No por nada, cuando María
sale de su casa para ir a trabajar dice: Voy a casa.
Con
cama
Si cada
familia es un mundo y el trabajo doméstico se desarrolla en el núcleo
de ese mundo, cada trabajo es un mundo distinto en donde puede haber desde amor
o respeto hasta humillaciones y violencia. Alicia Teubner de Mansilla y mamá
de Maximiliano, de 16 años, todavía recuerda los sinsabores del
trabajo en una casa de gran poder adquisitivo en Martínez: Tenía
que tener el uniforme impecable y la cofia en la cabeza. Era un trato muy distante,
donde te hacían sentir la diferencia. Te podías sentar a comer,
en una mesita chiquita de la cocina, después de darle de comer al perro
y si a la nena se le caía un papelito te tenías que levantar igual,
aunque se te enfriara la comida. Y te daban sólo 20 minutos para comer.
Después tenías que seguir. Te exprimían. Y los nenes veían
cómo te trataban los padres y te pasaban por encima. Yo soy un ser humano.
No aguanté y me fui.
El año pasado, cuando se descubrió que, en Salta, Simón
Hoyos estaba en un albergue transitorio con la hija de su mucama (de 8 años),
se desnudó la trama por la cual, todavía, muchos patrones creen
que no pagan por un trabajo sino que compran la vida de sus empleadas. Y en
donde el abuso sexual plasmado en la fantasía sexual de la mucamita
con uniforme corto y plumero es uno de los puntos más vulnerables
de este trabajo. Pero, incluso, más allá de estos extremos, las
empleadas domésticas se encuentran en un 95 por ciento en negro. A pesar
de que, desde hace tres años, rige un sistema especial de aportes, apenas
hay 9 mil empleadas domésticas con cobertura médica, según
datos de la Superintendencia de Servicios de Salud. Además, sólo
4 obras sociales aceptan personal doméstico. Y el sistema funciona tan
mal que ya están pensando en cambiarlo. Pero, además, aun las
que están blanqueadas ante la ley no cuentan con derechos fundamentales.
Lo más llamativo: las mujeres que cumplen con el oficio que permite que
las mujeres trabajen, no tienen derecho a trabajar y ser mamás.
Estilicta Cayita, secretaria gremial del Sindicato de Trabajadoras del Hogar,
se lamenta: Lo que más me duele es que las chicas no tengan derecho
a la licencia por maternidad. No es el único atropello: Ni
siquiera cuentan con días de duelo cuando se les muere un familiar. Además,
las que están con cama tienen que trabajar 12 horas (4 más que
una jornada laboral habitual), con 3 horas de descanso entre el almuerzo y la
tarde y 9 horas en la noche. Pero generalmente las hacen trabajar más.
Las empleadas domésticas estamos en el aire. Nadie te informa de
tus derechos por ejemplo, si tenés que trabajar un feriado
y es muy difícil que te respeten tu tiempo y delimitar las tareas. Yo
ahora estoy en una casa de Ramos Mejía que me tratan muy bien y estoy
contenta. Pero a veces veo a algunas chicas pintando rejas o cortando el pasto.
Y no les pagan para eso sino para limpiar. Pero todo está tan bravo que
es muy difícil decir que no y, como te pagan, tenés que hacer
lo que venga, se enoja Alicia.
El reparto entre las mujeres que delegan el trabajo doméstico y las que
se quedan a hacerlo en casas ajenas es más que injusto. La socióloga
Cecilia Lypscik remarca: Desde el punto de vista de la movilidad laboral,
el servicio doméstico es un callejón sin salida: no capacita en
el puesto de trabajo, no abre posibilidades a otras ocupaciones y rara vez permite
continuar la educación formal. También puede involucrar interminables
horas de trabajo, abuso por parte de los empleadores, inestabilidad debido a
la contratación en negro y convertirse en un obstáculo para la
conformación o consolidación de la propia familia.
El mínimo estipulado por el Ministerio de Trabajo para trabajar con cama
es de $ 430 y los sueldos llegan, según la ley de la oferta y la demanda,
a $ 600. En la Argentina, como todo, éste es un sector cambiante. Haydeé
García Darrosa, secretaria gremial del Sindicato, apunta: Por la
crisis, muchas familias despidieron a sus empleadas domésticas. Pero
ahora el trabajo se está reactivando gracias a que hay gente que vuelve
a tomar y porque hay extranjeras que se fueron a sus países puesto que,
con la devaluación, ya no les conviene trabajar acá.
La socióloga Catalina Wainerman realizó una investigación
entre 35 familias de sectores medios, con al menos un hijo pequeño, en
donde la mujer y el varón eran proveedores económicos. Cerca de
dos tercios tenía ayuda doméstica remunerada, desde 3 hasta 80
horas semanales. Y muy pocos contaban con ayuda familiar para el cuidado de
los chicos. Los entrevistados provenían de familias de clase media. Pero
la comparación con una generación anterior arrojaba resultados
muy interesantes. Treinta años atrás, apenas un tercio de las
madres de las mujeres que hoy trabajan estaban en el mercado laboral. Pero igualmente
contaban con una señora para barrer, lavar, planchar o cocinar.
En sus hogares, cuando las parejas entrevistadas tenían 10 u 11
años de edad, un poco más de la mitad de sus progenitores contaba
con personal de servicio doméstico. De éstos, alrededor de dos
tercios tenía personal a tiempo completo (más de 35 horas semanales)
y eran muy pocos los que tenían ayuda por poco tiempo (menos de 16 horas
semanales). En los hogares actuales también son más de la mitad
los que gozan de ayuda doméstica;pero ahora la ayuda doméstica
es más escasa, señala Wainerman en el libro Familia, trabajo
y género.
Y resalta: Entre las parejas actuales existe una clara asociación
entre el tiempo de trabajo de las mujeres y el tiempo de la ayuda doméstica
remunerada, lo que sugiere que las esposas pagan su reemplazo como amas de casa
y madres. Este no es el caso de la anterior generación, en donde el servicio
doméstico remunerado era mucho más frecuente.
Dése un gusto, tenga una mucama, dice un cartel en Pedraza
y Obligado. Los cachetazos de la Argentina hacen que las pautas culturales vayan
y vengan al ritmo de la crisis. Por eso, hasta las mucamas necesitan marketing.
Dése un gusto, tenga una mucama y Mucamas como las
de antes son los dos slogans que asomaron desde que la recesión
arrasó con todas las estructuras sociales. Incluso, con los cimientos
mismos de la familia tipo nacional (mamá + papá + nene + nena
+ chica).
Un mix de los dos slogans es una de las mejores definiciones de las actuales
aspiraciones de la clase media: Darse un gusto como los de antes.
Tal vez los slogans de la calle sean un buen puntapié para no seguir
barriendo debajo de la alfombra la discusión sobre quién barre
la alfombra de las familias argentinas.
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