Deportes III En los Juegos Olímpicos se realizan tests de feminidad que humillan a deportistas sospechadas de no ser mujeres completas. Un test que resalta el largo camino por recorrer en la igualdad de derechos incluso –o especialmente– en las pistas de atletismo o de lucha. El deporte como eje de una discriminación que no sería permitida en otras áreas.
› Por Luciana Peker
“Ahora es toda una mujer”, fue la conclusión del diario La Nación sobre Edinanci Silva que disparó un artículo publicado en Interdicciones, escrituras de la intersexualidad en castellano, con la edición de Mauro Cabral, a través de Lesbian Foundation For Justice (Astraea), Anarrés Editorial y Espacio Latinoamericano de Sexualidades y Derechos (Mulabi), que analiza las consecuencias del test de feminidad que realiza el Comité Olímpico Internacional (COI).
Edinanci es una judoca brasileña que participó de tres olimpíadas y que ganó la medalla de oro en la categoría de peso mediano (hasta 78 kg.) de judo femenino en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro 2007. Pero, según una nota de La Nación, ella es una “campeona diferente”, supuestamente por su condición de haber nacido “hermafrodita”.
En el capítulo “Ahora es toda una mujer: un análisis del caso de Edinanci Silva en los medios latinoamericanos”, de Isadora Lins França, con traducción de Alejandra Sardá-Chandiramani se destaca: “La situación se complica todavía más cuando surge la información de que la atleta precisaría de intervenciones quirúrgicas para poder pasar la célebre ‘prueba de feminidad’ que exige el COI, lo que coloca en cuestión los límites de las ‘diferencias físicas’ entre hombres y mujeres”.
De hecho, la estigmatización del diario argentino fue tan fuerte que uno de los comentarios de lectores llegó a nombrar a la atleta como un “error de la naturaleza”.
“Los deportes continúan siendo evaluados en términos de género, inclusive aquellos que se tornaron ‘unisex’, en tanto son vistos como potencialmente ‘masculinizadores’ para las mujeres”, se cita a Miriam Adelman en el libro Intersexualidades.
¿Qué es ser una mujer? ¿Quién tiene derecho a llamarse así? ¿A qué parámetros exactos responde competir con otra colega? ¿Por qué las que tienen más fuerza o sobresalen quedan sospechadas como si usurparan un terreno que no les es propio?
La atleta sudafricana Caster Semenya ganó la carrera de los 800 metros en el Campeonato Mundial de Atletismo en Berlín, en el 2009. La obligaron a realizarse un test de verificación de género. Le dieron el ok, como si se tratara de un apto de normalidad, pero su privacidad –que alegaron resguardar– ya estaba cuestionada. A Santhi Soundarajan, de origen indio, en cambio le sacaron su medalla de plata de los juegos asiáticos de Qatar porque consideraron que no daba con las características “típicas” del sexo femenino –y eso que tenía el pelo largo–. ¿Y quién tiene el manual para decir cuáles son las características típicas del sexo femenino? El arrebato de su medalla no es la única injusticia. La definición de (no) mujer también.
Esto no es nuevo. En 1960 las hermanas Tamara e Irina Press –de la ex Unión Soviética– ganaron cinco medallas de oro, pero su carrera terminó cuando se impuso el Evatest olímpico, una forma de discriminación corporal que podría haber impedido la llegada a la presidencia o al espacio de muchas mujeres si se hubiera implementado en otras carreras.
En apariencia –nada menos– la prueba de feminidad se hace como un acto de justicia frente a varones que habrían querido hacerse pasar por mujeres para ganar más fácil. Sin tomar en cuenta la injusticia y la humillación hacia las mujeres intersexuales que, como Santhi Soundarajan, no cumplen con las características típicas que exige el COI. Estas personas directamente no existen. Lins França traduce, en cambio, las reglas del COI para aceptar a personas transexuales, siempre que hayan adecuado su cuerpo a los parámetros de normalidad que exige el sistema de géneros: “Los atletas están autorizados a competir de acuerdo a su ‘identidad de género’ siempre que su reasignación tenga lugar antes de la pubertad y 1) hayan pasado por transformaciones anatómicas quirúrgicas completas, que incluyen transformaciones de los genitales externos y gonadectomía, 2) su reasignación haya sido reconocida legalmente por los órganos competentes y 3) la administración del tratamiento hormonal se haya realizado de forma apropiada y en el momento adecuado, de modo tal que las posibles ventajas queden reducidas al mínimo”.
De hecho, según estas reglas, la argentina Florencia Trinidad, ya reconocida por su identidad en el Estado argentino, puede ser conductora de televisión, madre o peluquera, pero no podría ser deportista simplemente porque no se operó. En estas exigencias se traduce cómo el deporte –en su encuentro de máximo esplendor– es una ocasión también para delimitar discriminaciones y estereotipos que en otras áreas ya son inaceptables. Por otra parte, la idea de la ventaja deportiva tiene muchas connotaciones. ¿No son los países ricos también favorecidos por sus posibilidades de subvencionar a los y las deportistas o los países pobres discriminados por un acceso a la alimentación y la salud con mayores obstáculos? ¿No se puede crear categoría por peso como en el boxeo o el judo, o hay deportes que exigen determinadas características físicas como el rugby o la equitación? ¿Los hombres que tienen que tener peso pluma dejan de ser hombres por no ser musculosos, o la masculinidad no se cuestiona pero la feminidad tiene que seguir encorsetada en un modelo a determinar por un dudoso tribunal de género?
En los Juegos Olímpicos de Berlín, de 1936, compitió Gretel Bergmann, que fue discriminada por ser judía por el Estado alemán. Su lugar lo ocupó Dora Ratjen, a la que se le descubrió su presunto otro sexo después de coronarse campeona. La historia muestra la situación como una maniobra del nazismo. Sin embargo, el periodista Ezequiel Fernández Moores, en base a una investigación del diario alemán Der Spiegel, escribió: “Ratjen, más que una manipulación nazi, es la historia de un drama privado. Los Ratjen, una familia humilde con tres hijas en un pueblo cerca de Bremen, anotaron con el nombre de Dora y sexo femenino al bebé nacido el 20 de noviembre de 1918. Tenían sus dudas, pero la partera, acaso confundida por una cicatriz en los genitales, dijo ‘nena’. Fue vestida como una niña y enviada a escuelas de niñas. Dora advirtió al crecer que su genitalidad no era la de una niña, pero jamás cuestionó la decisión paterna”. Por lo tanto, no se trató de una maniobra para ganar sino de un caso más de intersexualidad, en este caso condenada por la historia, que ve con una sola mirada la corrección política y deportiva.
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