ARTE Mujeres intervenidas por navajas, tatuajes, animales y diamantes sacan sus órganos al aire y se los ofrecen al mundo en un sacrificio que Irana Douer, su creadora, no quiere interpretar con palabras. Pero Las 12 lo hace por ella. Ilustradora, dibujante y pintora, es una artista que autogestiona sus proyectos y creó un trazo personal, a esta altura inconfundible.
› Por Flor Monfort
Sus dibujos pueden reconocerse en estampas textiles de marcas como Ver o Leandro Domínguez, su firma en editoriales de revistas, tapas de CD y libros de arte, su marca Rubi tuvo un espacio para mostrar el trabajo de otros artistas jóvenes en el último Arte BA y un libro editado por la alemana Gestalten. Todo eso hay atrás de esta licenciada en Artes Visuales por el IUNA de 28 años, que no dice demasiado sobre los dibujos que hace sobre papeles pesados, de distintos tamaños, que tiene a mano porque le gusta que su obra se expanda por el mundo, mientras contesta brevemente sobre el diario íntimo que compone su obra.
En esas ganas de intercambiar inició su proyecto Rubi hace cinco años, una publicación virtual que en algunos números se imprimió en papel y que pretende dar cuenta de la carpeta de favoritos que Douer recolecta en su máquina. Todos los días se ve algo nuevo y bueno en la red, dice, y guardarlo simplemente hace que se pierda. Rubi nació para funcionar como archivo de artistas de todo el mundo solamente aunados por el gusto personal de Douer, que a través de Rubi intercambió obra y experiencia con sus preferidos. Como le gusta recomendar colegas, nombra a Rachell Sumpter, pintora estadounidense que pinta escenas íntimas en paisajes llenos de color. Riikka Sormunen, finlandesa e ilustradora, que trabaja con el tema de la femenidad mezclando lo naïve y sutil con lo erótico en estampas y detalles. Una pintora francesa, Agathe de Bailliencourt, que trabaja interviniendo espacios públicos o privados repitiendo formas a través de la pintura y Katharina Trudzinski, escultora/instalacionista alemana, que utiliza objetos encontrados para su obra, generando espacios geométricos, llenos de texturas. Pero para seguir ampliando la mirada se recomienda ver el libro que ella misma armó con una selección de 65 de los 500 artistas que pasaron por Rubi desde 2007. Irana mandó la propuesta a la editorial alemana Gestalten como gran catálogo de artistas nuevos y desconocidos, que mejor encontrar que perder de vista, y Gestalten le dio el visto bueno. Así nació Ruby; otherworldliness. “Lo ofrecí en 2010 y se coparon, pero fue una locura porque tuve que entregar el libro armado en un mes y medio. Hice un curso intensivo de In design y la selección –que fue difícil por la cantidad de material que había–, tuve que contactar a los artistas para que me mandaran ocho imágenes de su obra y me firmaran el contrato. Lo presentamos en el Malba y algunos vinieron a Buenos Aires. Es gusto personal puro, a ellos no los une nada más que la contemporaneidad, tal vez eso es lo que más atrapa”, dice y hojea el libro en el que ofició de curadora y artesana, una muestrario de obra diversa que no se parece en nada a la de ella, inclasificable. “Ya en la facultad tuve problemas para ponerle nombre a lo que hago, que no es dibujo ni pintura, es ilustración pero también es dibujo y también es pintura, porque pinto, pero al ser acrílico sobre papel es medio raro que encaje en la pintura tradicional”, explica y se define una freak del papel, le gusta que sea grueso y noble.
Diez años atrás, Douer dibujaba chicas tristes con mucho pelo, pura línea. Hasta que se cansó y empezó a dibujar en lápiz: “Te da una soltura que el acrílico no. Empecé con el lápiz a full y dejé el color. Recién ahora volví al color”, dice. Las protagonistas de sus dibujos son mujeres que ella define como otras y ella misma a la vez, espejos de lo que le pasa y también enemigas: “Ella son todo lo perfectas que yo querría ser”, dice y se niega a clasificarlas. Como al principio, siempre elige mujeres protagonistas, a veces atravesadas por felinos, expuestas como piedras preciosas, desnudas o desdobladas. “Yo me balanceo entre ser una mujer fuerte, independiente, que hace un millón de cosas, y una que se repliega porque cuando sale al mundo le parece una guachada ser clasificada. Si hacés referencias sexuales en la obra, ya sos sado, por poner un ejemplo de algo que me dijeron, y la verdad es que todos tenemos fetiches, todos cogemos, hoy tengo un día ‘sado’ pero mañana dibujo una ingenuidad total. Entiendo que las clasificaciones evitan pensar un poco más sobre la artista, que además es mujer y que sólo por eso se vuelve un ser peligroso”, explica y se define como una hacedora compulsiva: de proyectos que celebran a otros y otras, de fanzines, de vajilla pintada y de libros que cruzan el océano. Ahora también, Douer aprendió a tatuar a pedido de un amigo y debutó con un dragón y una mano en el fuego inscripta en su pierna, con impronta tumbera, pero amenizada con tres colores. “Me gusta porque lo hice yo, si bien no tiene ninguna complejidad, es de una sola línea, siempre pienso que si las cosas las hago yo son mejores”, dice.
–Después de ver tanto y editar el libro, ¿creés que hay un hilo conductor en el arte contemporáneo?
–No hay un hilo, creo que pasan muchas cosas en el arte hoy. Desde lo conceptual que puede ser increíblemente lindo y muy político al mismo tiempo, hasta lo más abstracto, que está de moda a grandes dimensiones. Creo que hay una pérdida de romanticismo y que se sacó el foco del mundo interno, es todo más para afuera en el arte, pero yo trato de buscar a los artistas que no perdieron esa melancolía. También hay una especie de discurso de “pinto porque puedo”, ya nadie pinta bien, y eso también es una resistencia: la pintura de mancha de repente se ve en todos lados pero para mí sin sustancia, con poco estudio. Ir al taller, tener un profesor que te enseñe técnicas quedó un poco de lado y todos hacemos todo, me incluyo porque yo hago de todo y si hay que aprender trato de hacerlo sola. Tiene un costado bueno y un costado chotísimo, mi formación es “formate”.
En Arte BA estuvo en Barrio Joven como directora de proyecto de Rubi, llevó cinco artistas y el año que viene va a repetir la experiencia con un espacio mitad expositivo y mitad tienda de objetos. “Hay muchos artistas que hacen cosas recopadas y no tienen dónde venderlas, quiero que el espacio sirva para eso y que cada uno pueda vivir de lo que le gusta. Es fácil vender obra ajena para mí, todos los días me sorprendo de las cosas que hay y que no se muestran. Para mí es un trabajo, tengo amigos que no me gusta lo que hacen y no los incluyo y se enojan, pero lo lamento por ellos”, dice.
Su primera muestra individual fue en San Francisco, “acá no me daban bola y no estaban abiertos a lo que sea dibujo, para la gente no es arte”, y en Buenos Aires expuso por primera vez en Turbo, en 2010, porque en una galería tradicional recién ahora le están dando espacio a la ilustración, aunque lo de ella está en la interjección de todo y también se relaciona con el street art y el graffiti. “Vendo mi obra por mi cuenta, me encanta que la gente se lleve mis cosas”, dice e invita a mirarla más, mirarla toda en flickr.com/photos/irana.
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