PERSONAJES
Revelada Mimí
Mimí Ardú tiene un pasado de teatro de revistas del que fue alejándose con el tiempo. Pero en el momento del ocaso de tantas otras, ella floreció. Un casting errático la ubicó en El bonaerense, que le dio varios premios importantes. Hoy actúa en “Hospital público” y, por si a la suerte hay que ayudarla, trabaja en el guión de su propia película.
Por Sonia Santoro
El 24 de enero de 2002 la vida de Mimí Ardú dio un vuelco. Estaba a punto de irse a vivir a Costa Rica por falta de trabajo. En chancletas, con las raíces del pelo descoloridas y las uñas comidas se presentó al casting de El bonaerense, la película de Pablo Trapero. “Bienvenida a El bonaerense”, le dijo el director, tres horas más tarde, por teléfono. Y como si hubiera sido un mago diciendo abracadabra se le abrió un mundo de posibilidades del que ahora, felicísima, dice: “Me van a tener que sacar con un abogado”. En ese nuevo mundo interpretó a Mabel, la mujer policía que tiene un romance con el protagonista de la película, el primer personaje relevante de su carrera. En enero, ganó el Premio Clarín Espectáculos como Revelación femenina en cine, ahora acaba de recibir el Cóndor de Plata Revelación del año y hoy rechaza propuestas laborales, aunque no tantas como quisiera.
Para que las palabras mágicas den resultado deben ser pronunciadas por alguien idóneo en la cuestión. En este caso, el asunto es que aunque Ardú suele repetir que llegó porque no lo buscaba, sabe que en realidad no quería otra cosa más que eso desde que dio sus primeros pasos como vedette en el teatro de revistas. “El actor que te dice `no quiero tener éxito’ te está mintiendo. Una vez fui a ver a Alberto Ure en Canal 13, le llevé un video de telenovela para que me viera en diferentes escenas y antes de empezar a hablar me dijo: `Te voy a hacer una pregunta y voy a saber si seguimos o no: ¿vos querés tener tu protagónico?` `Por supuesto –le dije-, y tengo una idea: algo como las mil caras de Mimí, lo que hacía Malvina Pastorino, sketchs cómicos y otros de denuncia, cuatro personajes en el mismo programa.’ Porque si yo le decía que no me importaba, le estaba mintiendo. Todos queremos que nos quieran, somos como chicos, seguimos jugando a que somos doctores”, dice.
–¿Jugaba a actuar cuando era chica?
–No, jugaba a armar mi casita, a preparar mermeladas con las cáscaras de naranja y mandarina. Yo siempre quería la casa, viste cuando los chicos dicen: ¿qué querés: un auto de oro, un traje de oro o una casita con la chimenea y todo? Yo siempre decía la casita. Un hogar.
–Los psicoanalistas dicen que cuando uno dice que quiere algo, en realidad, quiere lo contrario.
–A veces, en otro tipo de terapias lo que uno se programa... bueno, evidentemente a mí no me funcionó ni la programación, ni el psicoanálisis. Creo que cada uno también hace lo que puede, y hay tantas cosas que no dependen de nosotros que hay que ir acomodándose, tratar de adaptarse sin perder la dignidad, sin sentirnos violadas o violentadas por un lugar que estamos ocupando. Encontrar tu lugar en el mundo es una tarea que a veces te lleva toda la vida. Cuando empecé a trabajar con Trapero lo hablé claramente. Yo sabía que quería volver al medio, no sabía qué iba a hacer pero sí sabía cómo. Esa es la satisfacción que yo tuve con estos premios. Y una de las cosas que se me grabaron es que pares me agarraban de la mano y me decían “te lo merecés” y eso tenía una energía impresionante porqueiba cargado de historia: cuando decís te lo merecés no se lo decís a alguien que recién empieza, hace 24 años que estoy remando.
Ardú nació en Córdoba y se crió en Sunchales, provincia de Santa Fe. Allí estudió música porque su madre quería que fuera concertista de piano, como su tío. Detrás de una picada con cerveza, en un bar de la calle Lavalle, tan lejos en todo sentido de aquella Mimí, Ardú dice que su mejor parte es la de Sunchales, por la inocencia pueblerina que aún hoy la hace vivir un poco en las nubes. “Nadie entiende el tipo de mundo en que yo quisiera vivir, soy muy idealista, demasiado”, dice. El pueblo, sin embargo, también la remite a su padre, un hombre violento, que murió cuando ella tenía 18 años. Una historia que a su pesar repetiría más tarde con alguna pareja. Cuando finalmente conoció a su amor, el ex arquero de Vélez Miguel Marín, murió de un infarto dos años más tarde. A esa altura ya había estudiado durante dos años Psicología. Había abandonado sus trabajos en un consultorio médico y en el Banco Nación por las plumas del escenario. Había descubierto que lo suyo pasaba por la actuación e iba haciendo, con mucha constancia, una carrera en el teatro under y en la televisión. En general no pasaba de personajes secundarios, aunque temibles por su oscuridad, en telenovelas de Andrea del Boca o Silvia Montanari: hizo de esposa golpeada, alcohólica, amante despechada, mujer sin hijos a la que no quería nadie.
Ahora que despegó del lugar de segundona, como para poder sacar un as de la manga en el caso de que nadie le ofrezca el protagónico que tanto ansía, está tratando de escribir su propia película. “Es sobre una cantante de tango, una perdedora”, dice. Lo que podría parecer un empecinamiento por los personajes oscuros es, según Ardú, simplemente una cuestión de gusto: las vidas de las buenas son muy aburridas. Y a ella si hay algo que no le gusta es la monotonía. Aunque siempre sueña con volver a Sunchales, su espíritu gitano la hace girar por el mundo, tratando de que la rutina le pase lo más lejos posible. “No me aferro a nada. En México tuve 9 mudanzas. Cuando llegué a convivir con mi pareja vendí mi casa y todo lo que tenía adentro y me volví con ese dinero y las valijas con la ropa, nada más. En el 2001 vendí mi departamento armado, con heladera, lavarropas... y empecé de cero de nuevo. En el 2002 me fui a Europa con las dos valijitas, no conseguí trabajo, volví con poco dinero y me compré un departamento en Congreso, tres pisos por escalera, un ambiente que quedó divino. Y ahí estoy. Si mañana me tengo que ir a Hong Kong me voy. Tengo un poder de adaptabilidad realmente impresionante, que hasta a mí me asusta.”
–¿No se cansa de empezar de nuevo todo el tiempo?
–Me parece que uno está acá por algo y para algo. Hay un aprendizaje. El tema es no bajar los brazos, si no puedo tener lo que deseo me adapto a lo que la vida me da. Y si me da posibilidad de irme a Costa Rica me voy y si me da posibilidad de irme a Hong Kong me voy allá. Además, a veces tampoco hay que empecinarse... que quiero las luces, las cámaras. El flash dura cinco minutos, esa es la estupidez que muchos tienen en la cabeza, sobre todo en este medio. Creo que lo mejor que me ha pasado en esta época es la coherencia que tengo para entender todo esto.
Por El Bonaerense, Ardú se quedó en Buenos Aires. Se sacó el flequillo que era una especie de marca registrada. Empezó a estudiar fotografía y cámara. Trabajó en Vereda tropical, una película brasileña de Javier Torre que se estrena en octubre. Fue la madre de un pibe chorro en Sueños acribillados, un telefilm dirigido por Carlos Galletini, que se verá pronto en Canal 7. Y hoy es Marikena Volpe, “la colo”, jefa de enfermería en la miniserie “Hospital público” que va por América.
Aunque se psicoanaliza desde chica, es tan fiel a sus premoniciones como una bruja y cree en la magia de los encuentros. “Hay cosas que me pasanque son conmovedoras, esas que si las contás no te creen. Que Trapero me haya esperado... porque en definitiva pasó tanta gente por ese personaje y faltando tres días me miró a mí y dijo `es ella’, me esperó. Cuando me enamoré fue lo mismo, nos miramos con mi pareja y supimos”, dice. Como contracara a esos momentos mágicos, la mayor parte del tiempo Ardú se siente remando contra la corriente. “Yo entiendo que todo el sistema apunta a elegir un actor no por las condiciones que tiene sino por lo que dicen las encuestas, por el perfil que tiene, lo que irradia, si el rating subió en esos 15 minutos... ¿quién estaba en esos 15 minutos que subió a 20? Entonces, todo depende de la planilla. Por eso yo temblaba el día que me tocó el protagónico en “Hospital público”.
–¿Cómo anduvo?
–Bárbaro. Empezamos con 4 que nos dejó (Luis) Majul y después fue subiendo y subiendo. Yo en la vida les presté atención a los números, pero me di cuenta de que los números tienen que ver con lo que me va a pasar después. Igual no es lo único determinante porque si le caíste mal a un productor o miraste mal a uno o dijiste algo a alguien... somos todos muy susceptibles, es un medio donde se manejan los afectos, las emociones, los egos. Yo creo que esa es la parte más difícil. Pero estoy en un buen período porque tengo mucha paz interior. Muchas veces soñé con transitar un momento como éste y con algún agregado de empezar a decir qué quiero hacer y que me muestren opciones... Porque yo deseo, sueño con mi protagónico; siento que puedo hacerlo.
–¿Y qué haría si lo consigue?
–Y capaz que al otro día empiece de cero, porque yo soy así.