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El viaje de Moira Millán en busca de los secretos de las mujeres originarias de todo el país para luchar contra el poder y sus propias contradicciones.
› Por Luciana Peker
–Yo te sufrí en algún corte– le dice el camionero que la lleva en la ruta mientras ella se sonríe entre la picardía y el pudor.
–No es la idea molestar a la gente. Pero a veces tenemos que llamar la atención para que respeten nuestras tierras –explica ella, ahora que puede estar al lado de alguien que estuvo en la vereda opuesta de sus reclamos.
–Si seguís con ese carácter... ¡Sos brava!– la increpa el camionero entre el consejo suavizante y la matemática de la soledad de una mujer que se atreve a cortar y rehacer su camino.
“En realidad no soy tan brava”, dice ella. Y, de hecho, en su propio viaje, elige mostrarse en la raíz de su debilidad. La lucha entre sus convicciones, su propio deseo y el deseo de ser –como le cuenta a su madre en la tumba– la mejor madre del mundo cuando sus hijas ya no quieren seguirle el camino y ella elige caminar para encontrar respuestas a sus dudas.
Se crió en Bahía Blanca, pero se formó en la Patagonia y se refugió en Buenos Aires. Huyó de la ciudad pero ahora sus hijas quieren quedarse a hacer su propia vida. La suya comenzó entre pasillos pequeños y terminó latiendo donde el paisaje se hace inmensidad. “Yo no sabía que era mapuche. Me crié en una villa miseria y nos enseñaron que simplemente éramos villeros y pobres. La escuela me mintió –les dice a alumnos/as de una escuela de Rosario–. No me dijeron que habían matado a todos nuestros antepasados y que yo era mapuche.”
Con una idea original de Moira Millán, guerrera mapuche, en el film Pupila de mujer, mirada de la tierra, de Flor Copley –y un guión hilvanado por las dos– ella cuenta su propia historia. Como al pasar se relata, por ejemplo, que estuvo acusada de terrorismo por defender territorios de pueblos originarios. Pero la historia empieza en su mayor dolor: ¿cómo hacer para volver a instalarse en su tierra, donde está enterrada su madre, donde amenazan con poner una represa, si sus dos hijas adolescentes no quieren acompañarla?
Una de las hazañas de Pupila de mujer..., la película ganadora por Argentina del programa de fomento DocTV Latinoamérica III, es que no se centra en la tensión entre mostrar la inspiración del río para cantar, las fuerzas de las piedras para seguir o las plantas medicinales para curar. Tampoco se debate entre bajar o no bajar línea. Simplemente en vez de empezar por las respuestas comienza por las preguntas. “¿Cómo resolver quedarse en el campo si los hijos no quieren?”, pregunta Moira y escucha: “Hay que dejarlos libres”. También escucha las coplas de la colla María Máxima Ramos que le cuenta que a ella también se le fueron y también le volvieron los hijos. “El que se va sin que lo echen...”, cita. María también se fue alguna vez en busca de trabajo. Aprendió a limpiar vidrios, a nombrar la palabra parquet y a deshacerse las trenzas –que todavía hoy exhibe como el secreto para mantener el pelo titilante de brillo– por un corte con rulos que ella usaba para mimetizarse con quienes igualmente la tildaban despectivamente de “cabecita negra”.
La historia será transmitida en 18 emisoras públicas de 15 países de América latina en el ciclo que se transmitirá por Encuentro desde este mes. Máxima Ramos dice desde la Quebrada de Humahuaca: “Casi el 80 por ciento tenemos pelo negro, ojos negros, somos trabajadores, pero no nos tienen en cuenta”. Moira la ve, la escucha y la resalta desde su propia mirada con sus ojos negros rasgados a propósito y su camino de permiso para las preguntas entre la certeza del tributo a la tierra.
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