Viernes, 28 de septiembre de 2012 | Hoy
HOMENAJES
Lilia Jons de Orfanó es una de las fundadoras de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. Está a punto de cumplir 84 años y desde 1976, cuando le arrancaron a sus dos hijos, protagoniza una lucha incansable. Junto a su marido, Lucas, hoy fallecido, estuvo secuestrada en Coordinación Federal y no hubo amenaza ni bomba que la amedrentara en su decisión.
Por Noemi Ciollaro
Lilia tiene perfil de camafeo y ojos claros, una fotografía en blanco y negro que la muestra junto a una de sus hermanas habla claramente de su belleza juvenil. Hoy es una mujer de palabras como flechas y huellas de los años de lucha en el rostro.
Su infancia no fue de tules y rosas, sus padres se separaron y la madre puso a sus cuatro niñas en un convento, para emplearse como cocinera en una casa de familia adinerada de Barrio Norte. “Sí, mi vieja trabajó de cocinera porque no sabía hacer otra cosa, y a los 15 años, como yo era la mayor, me sacó del convento y me llevó a trabajar con ella en esa casa. Yo era ayudante, hacía mandados y así podíamos pagar los estudios de mis hermanas”, recuerda.
Entre mandado al almacén y a la panadería, Lilia conoció a Lucas, un vecino de la calle French, y al tiempo comenzaron a noviar.
“Mi vieja lo quería mucho y yo también: nos casamos. Tenía 21 años y me casé embarazada, estoy muy orgullosa de haber tenido a mi hijo, no fui la primera, viste...Sí, mi primer hijo, Pantaleón Daniel. Fuimos felices, Lucas era muy buen padre y marido, mis hijos eran hermosos, cuatro años después nació Guillermo Lucas, mi segundo hijo”, recuerda mientras con 83 años enciende un cigarrillo que aspira con placer.
Lilia y Lucas eran peronistas “de Perón y de Evita”, aclara, y sus hijos siguieron sus pasos, durante la escuela secundaria comenzaron a militar en la JP y tiempo más tarde se enrolaron en Montoneros. “Y llegó un momento en el que Lucas y yo nos metimos también, íbamos a una Unidad Básica en la 8ª, militábamos ahí. Los chicos hacían sus cosas y nosotros las nuestras. Yo salía a afiliar gente del barrio al Partido Peronista Auténtico, que se fundó entre el ’74 y ’75, afiliaba en serio, y no era fácil, ¡eh! Y bueno, pasó el tiempo, la cosa se empezó a poner muy fea. Tan fea que los chicos ya no vivían en casa por seguridad, la regla era que los padres y compañeros no tenían que saber dónde vivían. El mayor, Daniel, Lali para nosotros, tenía 25 y estaba comprometido con Alicia para casarse, militaban juntos, y Guillermo tenía 21, los dos en plena juventud.”
La felicidad se hizo humo en la madrugada del 3 de agosto del ’76, cuando una patota irrumpió violentamente en la casa de los Orfanó y tras golpear a Lucas y encapucharlos los trasladó a Coordinación Federal, donde fueron recibidos entre gritos, arrojados al piso y encerrados en un lugar mugriento. “Ahí estuvimos quince días, estaba todo muy oscuro y una noche o día, no sé, lo escuchamos gritar a Lali, mi hijo mayor: estaba ahí, en Coordinación. Un compañero del PC que estuvo secuestrado con nosotros nos dijo que estuvo con Lali, que a los que torturaban los tenían aparte y que Lali también supo que estábamos ahí porque él le avisó cuando nos vio. No sé si fue para bien... A los quince días, sin interrogarnos ni torturarnos, nos encapucharon y nos sacaron a la calle, sin un peso, se habían llevado todo de casa, estábamos roñosos, dormíamos tirados en el piso, nos tiraban acaroína encima. Ahí estaban la Tía Tota y la hija, Astarita, que lo largaron antes que a nosotros y fue a la Liga por los Derechos del Hombre y contó que nos tenían ahí.”
No bien salieron hicieron la denuncia en la Liga y Lilia comenzó a ir allí todos los días, empezó a ayudar, a tomar denuncias, aprendió a hacer hábeas corpus, recibía a la enorme cantidad de familiares que se acercaba queriendo saber el destino de secuestrados y desaparecidos.
“Sabés lo que me costaba... ¡no te imaginás! porque venían hasta familiares de compañeros de mis hijos. Era tanta la cantidad de gente que un día Víctor Bruschi le propone a Lucas reunirnos ahí y así nació la Comisión de Familiares, y en septiembre de 1976 se fundó Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Ese nombre se votó en una asamblea porque había muchos familiares que no querían que se dijera ‘por Razones Políticas’, votamos y ganamos nosotros que sí queríamos. Y ahí empieza la lucha... que es cruel y es mucha”, asegura.
El 2 de diciembre de 1976 desapareció Guillermo, el hijo menor, con quien Lilia y Lucas se encontraban en distintos bares poco antes. “Me acuerdo cuando fui sola al Ministerio del Interior, era una boca de lobo, entrar ahí era entrar al infierno, y sentías que tal vez no salías... Lucas y yo éramos muy pero muy jetones, en 1979 fuimos a Puebla, en México, a ver al Papa, y a los dos días de volver nos pusieron una bomba en el coche que estaba estacionado en la calle. También nos hicieron pintadas en la vereda nuestra y en la de enfrente, pero el barrio que había conocido a nuestros hijos fue solidario. Igual yo seguía, no me iban a detener, únicamente que me mataran, te juro. No les tuve nunca miedo, ni terror, no, no, no, porque lo que yo pedía era justo”, subraya.
Al tiempo recibieron una citación del Juzgado de Mercedes, provincia de Buenos Aires, del tribunal que tenía la causa caratulada “Múltiple asesinato en Fátima, partido de Pilar”, conocida hoy como la Masacre de Fátima.
“Nos fuimos volando los dos, eran los treinta desaparecidos que habían estado de Coordinación Federal y los habían sacado de allí para matarlos, nos mostraron los expedientes enormes y una hoja con la descripción de cómo estaban vestidos. Y yo la leo, todavía tengo guardada esa copia, y encuentro las señas idénticas de la ropa que Lali tenía puesta la última vez que lo vimos, en la confitería Gildo, con Guillermo, y que nos contó que había tenido un día horrible, que todo le había salido mal. Fue la última vez que lo vi y tenía puesta esa ropa. Hasta ahora no se pudo identificar, todavía falta identificar restos encontrados en Fátima...”
En 1986, Lilia y Lucas fueron al cementerio de Fátima con gente del Equipo Argentino de Antropología Forense. “Ellos empiezan a hacer su trabajo y yo mirando todo, y el cuerpo que probablemente hubiera sido el de mi hijo no era porque tenía huesos muy largos y le faltaban dientes, Lali no era tan alto y tenía su dentadura completa. Estaban enterrados en bolsas de plástico, desnudos. Y así quedó hasta hoy. De Guillermo nunca supe nada. Nada de nada.”
Una vida en la Plaza
Poco después, también en 1986, a diez años de la desaparición de sus dos hijos, Lilia perdió a su compañero de toda la vida, aquél a quien había conocido mientras hacía los mandados.
“El tenía presión alta y comía cualquier cosa, no me daba pelota... lo velamos en Familiares. Lucas terminaba de laburar y venía a Familiares todos los días. Yo ni cocinaba, después comíamos algo en cualquier boliche y nos íbamos para casa. Fue horrible para mí, terminamos de comer y escucho un ruido raro en la cocina: estaba tirado en la mesa, se había muerto, fue un ataque fulminante. Ese día no se sentía bien y le dije que fuera a tomarse la presión, pero no... El hacía lo que quería y no le podías decir nada. Había sido un año bravo, cuando fuimos al cementerio por lo de Fátima él no quería ver nada, pero eso le hizo mal... ¿Viste que somos más las viejas que los padres?, es así, ¿por qué será no?, es un misterio. El día que murió Lucas dije por qué no me morí yo también, pero ya fue.”
Lilia cerró la empresa de plomería y sanitarios que tenía Lucas porque le resultaba inmanejable y empezó a buscar trabajo. Los antropólogos la emplearon y trabajó durante diez años con ellos. “Seguía luchando en Familiares, y estando sola más todavía. Sí, me quedé completamente sola. Tengo a mis hermanas, pero ellas tienen sus hijos y sentían mucho miedo, nunca me acompañaron a una marcha, no es que yo quiera recriminarles nada, hablo de lo sola que estaba. Ahora somos muy compañeras, yo soy la mayor, el 9 de octubre voy a cumplir 84. Y así sigue la vida... con mis compañeras y compañeros de Familiares, siempre en la lucha...”, dice mientras enciende otro cigarrillo y queda pensativa.
En una de las paredes se ve un retrato de Lali y Guillermo, dos típicos jóvenes de los ’70, el pelo alborotado, la sonrisa de felicidad. Lilia nos señala cuál es cada uno y luego invita a pasar a un patio con plantas para hacer las fotos. Su serenidad es contagiosa, no la perturba el click que la cámara dispara una y otra vez, habla de sus plantas y dice que les dedica tiempo y amor, las acaricia y quita algún yuyito que asoma.
“Pasamos cada una ‘las Viejas’... –dice sonriente–, me acuerdo al principio, yo estaba con Azucena Villaflor desde antes que Hebe, siempre íbamos al frente contra todos, me acuerdo de aquel día que no nos dejaban llegar a la Plaza y dimos la vuelta sobre Avenida de Mayo, encerradas por la policía, que nos tiraba los caballos encima y nosotras sin retroceder. Así semana tras semana, día tras día. Yo me quedé en Familiares porque siempre consideré que teníamos que estar todos, no sólo las madres, había hermanos, esposas, primos, tíos, muchos parientes buscando a sus desaparecidos, necesitábamos el esfuerzo de todos.” De esa memorable Marcha de la Resistencia de diciembre de 1982 ella guarda una imagen del fotógrafo Daniel García, en la que la madre que se ve reflejada en el vidrio contra el cual la arrinconan caballos y policías es Lilia. Recuerda que desde temprano se había armado un cordón de policías para impedirles el ingreso a la Plaza, pero ellas decidieron afrontar los riesgos y empujar hasta romper ese cordón y tratar de llegar a la Pirámide. Esa fotografía recorrió el mundo e hizo que García estableciera un vínculo afectivo con Lilia e hiciera una historia gráfica sobre la familia Orfanó y sus hijos desaparecidos. Un tiempo después, Lilia también recuperó a Alicia, la que había sido novia de su hijo Lali, quien ubicó al fotógrafo y restableció contacto con ella. Ambas se encuentran con frecuencia en la actualidad: “Es como haber recuperado algo de Lali”, dice Lilia.
“Cuando fuimos a Puebla a ver al papa Juan XXIII, éramos tres de Madres y tres de Familiares, él no nos concedió una entrevista y lo vimos en un pasillo entre miles de personas a las que bendecía. Cuando pasó justo a mi lado yo lo tomé del brazo y le pedí por nuestros desaparecidos, él apenas me miró, pero entendió perfectamente lo que le decía y me contesta que en todo el mundo hay “scomparsi” (desaparecidos) y se va; te juro que me puse a llorar como una loca, no lo podía creer. Fue espantoso para nosotras, teníamos esperanzas en esa visita, creíamos que él podía interceder para que aquí nos dieran alguna respuesta. Acá te entretenían, ibas a ver a la gente del Episcopado, a Pío Laghi, y te decía que sí, que se iban a ocupar, y nunca hicieron nada, ahora lo sabemos bien”, dice. “Pero nosotras luchamos sin descanso, en Familiares siempre fuimos muy horizontales, sin autoritarismos ni personalidades dominantes. Y aceptamos la Ley de Reparación, estuvimos de acuerdo con eso y con el trabajo de los antropólogos, con la identificación de los restos, otros no estuvieron de acuerdo. Yo cobré lo que me correspondía por mis dos hijos y con ese dinero compré este departamento donde hoy vivo. Mi marido, Lucas, nunca quiso comprar casa y teníamos la oportunidad de haberlo hecho, porque él tenía una empresa y ganaba bien, pero era un cabeza dura.”
Lilia resalta el Juicio a las Juntas. “Fue importante porque ahí la gente se dio cuenta de que realmente había campos de concentración, ahí la gente entendió, a mí ni mi vieja me creía cuando le decía que a los chicos los tenían en campos clandestinos... Era así, pasábamos por locas”.
Mientras averigua si la fotógrafa es casada y ofrece mate o café, se refiere a lo que hace tras haberse jubilado: “Ahora descanso un poco, durante 30 años fui tesorera de Familiares, estaba podrida de números y boletas, ahora lo hace Morresi. Y ya estamos grandes las madres, yo pienso que lo que tenemos que hacer en no mucho tiempo es dejarles la casa a Hijos, hay que hablarlo, los que van a seguir son los Hijos, y los hijos de ellos, que son muchos, y seguirán también las compañeras más jóvenes, esposas, hermanas. Sí, nosotras ya estamos grandecitas... Pero bueno, a pesar de todo se sigue hablando de ellos y se va a seguir hablando, porque esta lucha no se termina. Mis hijos para mí eran los mejores, como para toda madre, los más lindos, los míos, escuchábamos música, nos reíamos mucho, jugábamos, eran divertidos y cariñosos, ahí los tenés”, dice señalando la foto de Lali y Guillermo.
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