Vie 23.11.2012
las12

CINE

Primero hay que saber sufrir

La saga de Crepúsculo estrena su cuarto film sobre las aventuras sangrientas de la Bella Swan y su amado Edward.

› Por Marina Yuszczuk

Las chicas sangran. Aunque sangrar no define a una chica, lo cierto es que para la gran mayoría de ellas el ingreso en la sexualidad va teñido de rojo y ésta es una realidad a la que tienen que acostumbrarse desde nenas, a veces con dificultad. Una realidad que por otra parte no se muestra, no tiene casi representaciones visuales, empezando por las publicidades que disfrazan de un pulcro y aséptico azul lo que sale caliente y de un rojo encendido del cuerpo de las mujeres. Y la saga Crepúsculo, que no es otra cosa que un gran relato telenovelesco del amor y la sexualidad adolescentes enfocado desde el punto de vista de una chica, es uno de los pocos fenómenos culturales que en los últimos años se dedicaron enteramente a plantear como metáfora este comienzo de la vida sexual, profundamente ambiguo, deseado, complejo y, sobre todo, inconfundiblemente rojo.

Todo empezó, cuatro novelas y otras tantas películas atrás, cuando Bella Swan se mudó a la casa de su padre en un pueblito frío y rodeado de bosques de Washington, después de que su madre se volviera a casar. En el nuevo colegio, Bella –una renegada, siempre de jeans y zapatillas, de gestos torpes y voz ronca bastante alejada de la definición de “señorita”– se empezó a llevar irresistiblemente mal con un chico de cara pálida y comportamiento misterioso que resultó ser el vampiro Edward Cullen. Después del odio inicial, que para Edward, enloquecido por el olor de la chica, traducía en realidad un esfuerzo sobrehumano por no comerse literalmente a Bella, el amor se instaló entre los dos y el tema pasó a ser hasta dónde se permitirían el contacto físico, y no precisamente por cuestiones morales. O sí, bueno: se supone que Edward, nacido a principios del siglo XIX, traía ideas algo conservadoras sobre la necesidad de casarse antes de pasar a la cama, pero la verdad es que Bella desde el principio sólo quiso coger. Y lo dijo. Y trató repetidamente de seducir a Edward, que se aferraba a una segunda razón de corte técnico: la fuerza incontenible y animal que llevaba en su cuerpo de vampiro representaba una amenaza desconocida para el cuerpo más frágil de Bella. Lo interesante es que eso a Bella nunca la amedrentó, y tal vez muchas chicas en la platea pudieron reconocer su deseo en esas ganas de explorar y explorarse a toda costa a pesar de todo de lo aprendido sobre el himen, el dolor, el sangrado, la “pérdida” de algo que la mayoría tiene ganas de perder, la contradicción profunda y vital entre la calentura, la aprensión y el miedo, que suele resolverse para el lado de la violencia. Es muy difícil que una chica se prive de la sexualidad con el único fin de preservar el cuerpo, intacto como si fuera un templo, así como es difícil que se prive de la maternidad por culpa del imaginario un poco atroz que rodea al embarazo y al parto. De distintas maneras, a medida que crecen las chicas incorporan esa violencia del abrirse y el romperse a voluntad y la traducen como capacidad de transformación, como potencia elástica del cuerpo que resiste, y Crepúsculo pone en primer plano esa experiencia. Después de todo, en Amanecer Parte 1, Bella tuvo por fin su debut sexual y se la vio despertar al otro día en una cama destrozada, con la cara de felicidad más contundente. Después vino un embarazo de riesgo que le valió literalmente la vida y, junto con la maternidad, la conversión en un vampiro inmortal, más pleno y hermoso que nunca. Suele repetirse, desde modos de analizar el consumo cultural que atrasan unos buenos cincuenta años, que Crepúsculo es una saga conservadora, porque les enseña a las niñitas que sólo deben debutar después del matrimonio, cosa que parece difícil de sostener cuando lo que está a la vista en el final feliz de esta épica del amor adolescente es la alegría de convertirse en un monstruo sexuado y poderoso, con un cuerpo tan fuerte que puede cazar un puma, tomarle toda la sangre directo del cuello y después encerrarse a coger por varios días con un chico vampiro.

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