PERFILES
Susana Freydoz
› Por Sonia Tessa
Susana Freydoz lloró al escuchar la condena a 18 años de prisión por homicidio agravado. Se limpió las mejillas con pañuelos descartables y escuchó inmutable las extensas justificaciones de la sentencia. Las “circunstancias extraordinarias de extenuación”, según el lenguaje judicial, se basaron en una disección de sus conflictos matrimoniales, de los celos que la invadían, de la persecución hacia su marido. En el juicio oral y público que comenzó el 15 de octubre pasado por el asesinato de Carlos Soria también se habló de Alplax, Lexotanil y vino blanco.
Soria había asumido como gobernador de Río Negro pocos días antes del asesinato y ella era cada vez más una mujer obsesionada. Le resultaba insoportable que hubiera chicas jóvenes en el entorno de su esposo. En la madrugada del 10 de enero, un balazo en la cara de Soria puso a consideración de todo el país el infierno que vivían. La paradoja es que lo provocara ella, siempre obsesionada por el qué dirán, por mantener las apariencias.
La cena de fin de año en la chacra de General Roca tuvo un menú que ya era habitual para la familia: reproches, peleas, la desconfianza de ella, la violenta indiferencia de él. El ingrediente había sido un mensaje de texto de otra mujer que –según consta en la investigación– ella había leído ese mismo día: “Ya nos fuimos para Viedma. Espero que cumplas con lo que dijiste y hables con tu mujer”. Quizá fueron esas palabras las decisivas: si no vivía con ella, en el núcleo del poder político provincial, no lo haría con “ninguna chirusa”.
Para Susana, las mujeres que rodeaban a su marido eran “gatos” o “chirusas”. No dudaba en hacer llamadas de control para corroborar con quién estaba. Y su voz se escuchaba fuerte en los asuntos de gobierno: opinaba sobre los ministros, estaba acostumbrada a mandar. Para evitar sus embates, en el gobierno de Soria –que fue ocho años intendente, y estrenaba la función de gobernador– no había funcionarias menores de 40 años.
Ella lo eligió como novio en la adolescencia, lo cuidó maternalmente mientras los dos estudiaban en Buenos Aires y, ya casados, en Río Negro, crió a los cuatro hijos como “una madraza”. Susana es nutricionista, pero no ejercía la profesión porque se dedicó a los chicos, Carlos, Martín, Germán y María Emilia, la única que la acompañó el martes, en la lectura del veredicto. Mientras tanto, Soria sostenía una carrera política que lo llevó durante varios años a Buenos Aires, como diputado nacional y como jefe de la SIDE durante el gobierno de Eduardo Duhalde.
Susana, a los 60 años, veía derrumbarse lo que había construido. A su nuera, Victoria Argañaraz, esposa de su hijo Carlos, se lo dijo con todas las letras un tiempo antes de la tragedia. “Tengo 60 años, qué querés que haga”, la cortó ante sus sugerencias. “Era obsesiva con Carlos, todo el tiempo, le dije que tendría que tener un proyecto propio de vida, más allá de su marido. Todas sus decisiones giraban alrededor de lo que hacía Carlos”, contó Victoria en el juicio.
Los celos obsesivos le valieron la calificación de “loca”. Así la trataba él, que ni siquiera la saludaba. Una vez, Susana amenazó con tirarse por un balcón y él fue cruel: “Ahí tenés, tirate y no me rompás más las bolas, loca de mierda, matate, hija de puta, y dejame en paz”.
Susana pertenece a una familia notable de General Roca, que tiene 85 mil habitantes. Pequeña para ciudad, grande para pueblo. Del sistema penal recibió el trato que reciben los ricos. Mejor dicho, los que no son pobres: los jueces Carlos A. Gauna Kroeger, María García Balduini y Fernando Sánchez Freytes rechazaron la inimputabilidad o la emoción violenta pero consideraron los atenuantes. Y evitaron el bochorno de la cárcel. Susana seguirá alojada en el hospital de Cipolletti, donde recibe asistencia psiquiátrica. Ella había dicho que antes de ir a la cárcel prefería matarse. No la conocerá, por ahora.
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