RESCATES > CLAUDINOR VIANA TELES VELOSO, 1907-2012
› Por Marisa Avigliano
Murió en Navidad. “Quiero morir en casa”, dijo después de estar una semana internada por una isquemia cerebral. Habló del clima, pronosticó lluvia, eligió un vestido blanco y murió mientras uno de sus bisnietos se hamacaba en el guayabo púrpura del jardín. Claudinor, Doña Canô para todos, la mamá de Caetano Veloso y Maria Bethânia, había cumplido el 16 de septiembre 105 años: “Quien tiene cien años es mi cuerpo, mi cabeza no tiene edad”. “Limpien el río, depuren el Subaé”, exigía con voz irrevocable desde su cuerpo breve, brevísimo, mientras organizaba la restauración de la iglesia de Santo Amaro. Sí, porque en la familia de Doña Canô la iglesia era un lugar de cuidado. Todos a misa siempre, todos menos el matrimonio de Canô y Zeca (José Teles Veloso), que aprovechaban la hora de la comunión para quedarse solos porque la casa de los Veloso estaba ocupada de día y de noche: ocho hijos, primos, tías mayores, amigos y la radio siempre encendida. Un mundo encerrado en sí mismo, pacífico y tierno, recuerda Caetano, donde a pesar de todo “mis padres aceptaron los cambios de comportamiento del mundo mientras nosotros crecíamos, aunque nunca se hubiesen identificado –ni permitido que nos identificásemos– con la vulgaridad que a veces implica ese tipo de transformaciones”, pero a la vez demasiado introspectivo, casi nadie salía del caserón donde la vida alegre y sensual estaba representada por la comida, la dulzura del trato y las ruedas de samba. Como si eso no fuera suficiente, además el padre trabajaba puertas adentro (en esa época la agencia postal telegráfica estaba en la casa del jefe).
Ahí crecieron Caetano (el que debutó en un concurso de radio a los ocho años y al que su mamá retaba por usar el pelo tan largo) y Maria, tocando el piano de la sala y escuchando a la prima Minha Daia (que tenía más de treinta cuando los chicos, seis o siete, y a quien todos llamaban Bette Davis) diciendo que quería vivir en París y ser existencialista, mientras los otros cruzaban la galería rezando e invocando casi todo el tiempo un “Que Dios lo bendiga”. Claudinor (nombre que eligió su padre) sólo hizo algunos años de escuela primaria, pero hablaba francés y tenía una musicalidad natural que la llevó a grabar canciones de alabanza a la Virgen de la Purificación: “La música es la mejor cosa en el mundo, suaviza y da ganas de vivir”. Una Navidad con rosas y astromelias, una Navidad que a los niños Veloso les gustaba sin Papá Noel (“Si pudiera mataría a la Navidad”, recuerdan que gritó Maria pequeña en la parada del colectivo, rodeada de personas con paquetes enormes), pero que adoraban celebrar cuando cubrían el suelo de la casa con una capa fina de arena blanca de la playa y esparcían ramos de pitangueira, la planta de la frutita roja llena de gajos y hojas perfumadas, reunió a la familia esta vez para despedir a la matriarca en su Amaro natal a la sombra de algunas construcciones del siglo XVIII. Consultada por políticos (retó a su hijo famoso cuando pocos años atrás dijo que Lula hablaba de modo vulgar), Doña Canô, un icono de Bahía, había transformado su hogar en un lugar de reclamos y consejos comandando una especie de red de ayuda que conseguía remedios, ropa, materiales, sillas de ruedas o lo que hiciera falta. Desde la mañana de día 26 de diciembre, más de tres mil personas fueron a despedirla y acompañaron con aplausos las razones que grababan las campanadas de la iglesia.
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