INTERNACIONALES
Malala Yousarfzai es una joven activista paquistaní que fue atacada a tiros por los talibán el 9 de octubre. Milagrosamente salvó su vida y hoy puede narrar la odisea que la llevó de la lucha por los derechos de las mujeres en su país a la recuperación de dos heridas de bala en el pecho y la cabeza, en un hospital de Inglaterra. Su historia, que empezó con un blog, recorrió el mundo.
› Por Josefina Salomon
El 10 de octubre de 2012 probablemente nadie se imaginaba que la historia terminaría así. Ese día, Malala Yousarfzai yacía en una cama de hospital en el norte de Pakistán, su país natal, con una bala en la cabeza, una en el pecho y pocos prospectos de recuperación. El ataque había ocurrido un día antes, cuando la joven de 15 años viajaba en el micro escolar que la llevaba a casa a diario.
Desde hacía tiempo, Malala era reconocida por sus campañas en favor de la educación para mujeres en Pakistán. Pero los talibán, que en efecto controlan grandes áreas del país, simplemente no están de acuerdo con aquella premisa de libertad y esa tarde se lo hicieron saber. En medio del camino, un grupo de hombres armados y enmascarados detuvieron el micro a la fuerza.
“¿Cuál de ustedes es Malala?, hablen porque si no les tiro a todas”, dijo uno de ellos, según relató una de las compañeras de Malala en una entrevista reciente con el periódico Christian Science Monitor. Cuando la identificaron, sin dudar, le pegaron dos tiros. Otras dos niñas también fueron heridas.
La joven activista fue llevada rápidamente a un hospital local, donde fue operada de urgencia. Mientras tanto, los talibán no tardaron en acreditarse el ataque.
“Es el símbolo de los infieles y de la obscenidad”, dijo Ehsanullah Ehsan, vocero de los talibán, según publicó el diario The Washington Post y agregó que, si sobrevivía, intentarían matarla nuevamente. Pero al día siguiente, Malala seguía viva.
Cuando su condición empeoró, fue trasladada a un hospital de Birmingham en Inglaterra para recibir tratamiento especializado a causa de su delicado estado.
Pero Malala no murió. De hecho, su condición mejoró tan considerablemente que fue dada de alta hace poco más de una semana y llevada a una nueva casa donde vive con sus padres y sus hermanos.
La nueva casa es en Inglaterra. Las innumerables amenazas que recibió junto a su padre (otro conocido activista local) hacen que Pakistán sea demasiado peligroso para los Yousarfzai. Y aunque todavía le quedan varias cirugías para lograr una recuperación completa, los médicos dicen estar confiados en que en unos meses ya podrá estar completamente recuperada.
Desde aquel encuentro con los talibán el pasado octubre, el nombre Malala recorrió el mundo, varias veces. Millones de personas enviaron cartas a su familia, se llevaron a cabo protestas espontáneas en todos los rincones de Pakistán, el gobierno ofreció cien mil dólares de recompensa por cualquier información sobre los atacantes, miles de individuos exigieron que se le galardonara el Premio Nobel y hasta el secretario general de las Naciones Unidas declaró el 10 de noviembre “el Día de Malala”. Hasta las famosas más famosas se subieron al tren.
Madonna le dedicó una canción en medio de un recital en Los Angeles. “Esto me hizo llorar”, dijo. Angelina Jolie escribió un blog sobre cómo les explicó la situación a sus hijos. Laura Bush la comparó con Anna Frank.
Pero la historia de la joven activista paquistaní comenzó mucho antes, cuando en 2009, con apenas 11 años, escribió un blog para la BBC contando sus experiencias como estudiante en un área que lidiaba con la presencia talibán y su orden de cerrar las escuelas para niñas. “Tenía miedo porque los talibán habían emitido un edicto que prohibía a todas las niñas asistir a la escuela (...) De vuelta de la escuela escuché que un hombre decía ‘te voy a matar’. Apuré la marcha y al rato me di vuelta para ver si todavía estaba detrás de mí. Por suerte vi que estaba hablando por teléfono y debía haber estado amenazando a otra persona”, lee uno de los blogs, publicado por la BBC el 3 de enero de 2009. En esa época, los talibán controlaban gran parte del Valle de Swat, donde Malala vivía, imponiendo sus estrictas reglas que prohibían a las mujeres ver televisión, escuchar música, estudiar y salir solas. En muchos casos, grupos talibán destruían escuelas ya cerradas para prevenir que alguien pudiera reabrirlas.
Según organizaciones locales de derechos humanos, grupos talibán han llegado a tirar ácido sobre mujeres para prevenirlas de salir –sanción utilizada localmente para “castigar” a las mujeres que se niegan a seguir las estrictas reglas impuestas–.
Desde entonces, Malala se convirtió en un icono de activismo. Su lucha a favor del derecho de las niñas a la educación y sus posturas contra los abusos de los talibán levantaron el perfil de una lucha que cientos de mujeres llevan adelante en varios países de la región.
Malala es oriunda del Distrito Swat, un área donde los talibán continúan ejerciendo control. Organizaciones humanitarias y de derechos humanos afirman que la historia de Malala ilustra algunos de los problemas que persisten en el Valle de Swat y al mismo tiempo el coraje de muchas mujeres para enfrentarlos.
Hace poco más de una semana, nueve trabajadores de la salud que promovían una campaña de vacunación contra la polio fueron asesinados por militantes. El crimen fue el último de una serie de ataques contra profesionales de la salud, maestras y activistas. “Ellos (los talibán) presuponen que alguien trabaja para una ONG, reciben dinero de Occidente y que están intentando cambiar las tradiciones locales, y como no esperan recibir ningún apoyo popular, todo lo que terminan haciendo es intimidando a la gente”, dijo Rahimullah, un periodista paquistaní en una entrevista con The Guardian.
Todavía no está cuál será el impacto de la historia de Malala en la realidad que viven miles de mujeres en Pakistán, aunque lo que es seguro es que, de a poco, una joven de 15 años está cambiando las cosas en su país.
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