Vie 08.03.2013
las12

8 DE MARZO

LAS TETAS AL VIENTO

La quema pública de corpiños como performance de la rebeldía frente a la subordinación de las mujeres, inaugurada sobre el filo final de la década del sesenta, sigue conservando su poder revulsivo, su carácter ritual de liberación y goce. ¿Pero serían corpiños los que se elegiría quemar ahora, en este año 13 tan querido y temido por las brujas? ¿Qué se podría arrojar a un caldero común para trasmutar lo que oprime? Actrices, activistas, músicas, escritoras contestan a estas preguntas a modo de ceremonia colectiva por todo lo logrado y también por todo lo que falta.

› Por Flor Monfort

Los primeros no fueron precisamente corpiños: antes ardieron ruleros y bucleras, ejemplares de Cosmopolitan y zapatos de taco imposible, fajas y muñecas “femeninas”. También se consumieron en las llamas pestañas postizas en sus prolijas cajas de venta y el pegamento industrial para tan dedicada acción sirvió como inflamable. Una hoguera improvisada en un tacho fue el disparador de una acción que se propagó como ese fuego que durante siglos sirvió como emblema del castigo, tortura y muerte de miles de mujeres: “brujas”, “infieles”, “blasfemas”, “asquerosas”, “herejes”, “traidoras”. Una lectura actual de ese fuego infame renace en la modalidad de femicidios que desde Wanda Taddei no para de sumar víctimas. El fuego borra huellas pero también destruye sin piedad.

Por eso, en pleno auge del feminismo y ese aire a nuevos tiempos que vibraba en los ’60, alcanzó para que una protesta del 7 de septiembre de 1968 fuera interpretada como un acto de rebeldía que hizo historia. “Algunas hasta quemaron los corpiños”, dijo la prensa de ese pequeño encuentro en Atlantic City, donde las Mujeres Radicales de NY se dieron cita para protestar contra una costumbre tan yanqui como los concursos de belleza, o el arte de exponer a una mujer al colmo de la cosificación exhibiéndola como una torta en la vidriera de una pastelería. Eso, sin contar las respuestas protocolares a las que las sometían para sumar puntos: “Me interesa la paz mundial”, “Los niños pobres me dan tristeza”, “Sueño con un príncipe azul” o “Mi fuerte es la cocina”. En aquellas sentencias de purpurina y saluditos con la mano rígida se resume el espíritu de todo lo quemable, pero fue la feminista australiana Germaine Greer la que declaró: “El brassier es una invención absurda”, desatando innumerables rituales de quema a partir de entonces y en todas partes del mundo. Las mujeres se liberaban del corpiño o brassier y reunidas alrededor de las llamas los veían retorcerse y desaparecer como merece lo innecesario, o mejor, lo que está hecho para someter, vigilar y castigar.

Tanto y tan poco ha cambiado desde aquellas quemas fundacionales hasta este 8 de marzo de 2013 que puestas a pensar en qué echarían hoy a la hoguera o al caldero de una bruja capaz de transmutar las palabras y las cosas, actrices, activistas, músicas, escritoras encontraron más de una coincidencia con sus pares de los ’60. Todavía hace falta sentir la liberación de sacarse el corpiño y andar livianas con las tetas al viento.

SERAS HETEROSEXUAL O NO SERAS NADA

¿Qué explica la aparición de un programa en horario central (Mi amor, mi amor) que cuenta la historia de un hombre que “ama” a dos mujeres tan fuerte pero tan fuerte que no puede separarse de ninguna de las dos? La vigencia de uno de los estereotipos más siniestros de la modernidad: el ideal de amor romántico, un pulpo con mil tentáculos que no sólo impone la heteronorma como bastión principal sino que se cuela como la humedad en los paradigmas que intentan escapar de sus garras. Porque no basta con la inclusión de “otros” relatos para respirar nuevos vientos, como parece predicar la tele cuando incluye un cupo diverso en sus filas.

La de Norma Castillo y Ramona Arévalo fue la primera pareja de lesbianas en casarse en la Argentina. Transitando su séptima década, la mitad de su vida estuvieron juntas, pero no se olvidan de todo lo que pasó antes: el matrimonio forzado, el sentir que “estaban mal”, que tenían que tapar la olla a presión de sus deseos y encajar como fuera en el ideario social: casarse, tener hijos, amar la casa, ser felices con eso. Por eso, Norma cuenta que desde que tuvo conocimiento de los reclamos de género se plegó a todos los que pudo y Ramona acota que su esposa estuvo en una quema de corpiños, que ella se lo contó pero Norma no se acuerda. Para ella hoy sería fundamental quemar esta consigna que parece formar parte de la educación básica: “Lo natural no es la heterosexualidad, eso es lo que quieren transmitirnos y es totalmente falso. Se han mutilado miles de cuerpos en nombre de un esquema impuesto por el poder. La toma de poder utiliza ese esquema y el que está afuera está muerto. Hay países donde todavía hay pena de muerte por ser homosexual o lesbiana. Yo reivindico la libertad sexual como condición natural del ser humano. Y lo digo por experiencia propia: tengo 70 años y 35 los viví de manera equivocada. La palabra es un arma muy poderosa, nos condiciona a medida que vamos creciendo y al mandato patriarcal lo cargamos las mujeres. Cumpliendo el mandato perdí la mitad de mi vida, hay otrxs que la pierden entera y hay quienes mueren por no seguirlo”, dice y uniendo en el aire aquella década de explosión y ésta, piensa que todavía hay mucho por hacer: “Las que éramos destinadas a ser esposas y madres teníamos que ser castas y puras. Y después otras mujeres podían ser utilizadas como putas. De ese tiempo a esta parte, la liberación femenina no se cumplió: el epíteto de puta sigue siendo valido para las mujeres, ya no se toma tan en cuenta la virginidad pero los estereotipos siguen vigentes. O peor, porque se ha tomado la libertad femenina como otra manera de explotar”, asegura y pide por la quema de los contenidos donde los culos y las tetas siguen siendo el pilar de la risa.

Para Sofía Wilhelmi, actriz, directora y creadora de Plan V, la primera serie lésbica de nuestro país, el relato canónico sigue atrasando y los contenidos con otra mirada siguen siendo bichos raros. “Si no estás casada sos una fracasada, y si tus relaciones son pasajeras, deberías tener miedo a quedarte sola. Porque estar sola es lo peor de lo peor que te puede pasar. Si es una elección, tenés un problema y probablemente te tengan que medicar. Si no tenés hijos estás incompleta y si decís que no querés tener hijos no sos mujer. Una mujer se determina por la maternidad. Y aunque no sientas deseo de criar pequeñines lo tenés que hacer. Y tenés que llevarlos en tu vientre y tienen que ser tuyos y tenés que quedar de una y si no lo hacés con un marido no lo podés hacer y te jodés”, dice y levanta sobre la hoguera un fuck you amplificado: “Mejor sola si quiero estar sola, mal acompañada si quiero acompañarme mal y si quiero tener diez hijos o cero... ¡mirate tu culo!”.

Para Helena Pérez Bellas, cantante y alma mater de la banda Los Galgos, no es que el amor no exista, lo que no existe es ese amor que comparte todo, que cela, domina, comprime, que obliga a saberlo todo del otrx, fundirse en uno y todos esos lugares comunes aparentemente ingenuos. “Creo en el amor generoso que te permite, incluso en la casa que compartís, tener una habitación con la puerta cerrada. No creo posible, incluso soportable, la idea del amor romántico que todo lo habla, que nada deja a la discreción, que no se permite que el otro tenga grises, también misterios, que necesita confirmar con la palabra. No creo en el amor que exagera o pone énfasis en te amo y la confirmación casi cotidiana y compulsiva de ese estado. Antes que el amor romántico y la idea de que alguien me salve prefiero un acuerdo de dos en donde los dos vamos a elegir salvarnos mediante las cosas que queremos hacer: yo quiero hacer un disco, vos querés tu doctorado; ninguna cosa es más importante que la otra.” La música Carola Bony se pliega al llamado de quemar el ideal de amor romántico quemando la mentira que se dice para llenar un espacio que podría estar vacío. “En cambio lo garabateamos con trazos inocentes de una noche culposa, con glitter caído de un árbol de Navidad, con sonidos cortos, temblorosos y, por sobre todas las cosas, inútiles. Mentiras blancas les llaman algunos, porque supuestamente existen para evitar sufrimientos. Prefiero un oxímoron genio, un ‘silencio ensordecedor’. Sentir que no te conozco, temerte un poco. Saber que sos libre, que la vida es un riesgo. Que soy hedonista y coherente. Que si te cuento está en la anécdota el valor. Que el amor es un encuentro del azar, un cul-de-sac suculento, donde vale la pena, y por qué no la espera, caer precipitadamente y sin control. What you see is what you get. Dejame sacar mis propias conclusiones, hacerme cargo de mi imaginación, que es tan sagrada como oscura. No me corrijas. No me preguntes. Algún día te contaré... o no.”

Y esa aventura amorosa que disciplina desde las más tiernas ficciones pensadas para adolescentes (de las que la factoría Cris Morena parece ser su representante más fiel), para la periodista Ingrid Beck ven su más siniestra realización en la discografía completa de Ricardo Arjona. “Quemaría especialmente las canciones ‘Señora de las cuatro décadas’ (les recuerdo que la letra dice cosas como ‘Permítame descubrir/ Qué hay detrás

de esos hilos de plata/ Y esa grasa abdominal/ Que los aeróbicos no saben quitar’), ‘De vez en mes’ (sobre la menstruación, y cito: ‘De vez en mes / La cigüeña se suicida/ Y ahí estas tú tan deprimida/ Buscándole una explicación’) y ‘Con una estrella’ (acerca del aborto, con sus versos celestiales: ‘Llevas una estrella en tu vientre/ llevas una vida que late/ un posible ingeniero, roquero o escritor/ quizá bohemio, quizá un señor/ quizá compositor poeta, medio loco o trovador/ quizá una idea, quizá una solución/ A esa estrella en tu vientre, no le digas detente/ si lo hubiesen hecho conmigo/ hoy faltaría una canción’). Creo que es suficiente para hacer un fogón descomunal”, asegura.

EL PARADIGMA DE LA BELLEZA

Siguiendo con el imaginario mediático, no son pocas las que se indignan con las publicidades que prometen resultados mágicos si y sólo si sos una mujer casada, con dos hijos, que se inclina a la limpieza con la naturalidad de un bambi tomando agua del estanque y bella, eso sí, por dentro y por fuera. Ay Mister Músculo que viene a salvarnos de la suciedad y los gérmenes, a nosotras que queremos todo pulcro para recibir con la comida limpia y la frescura de los 18. Pero no llega hasta allí la premisa: estar bella y dispuesta, flaca y durita, lisa y sensual, sin rastros de constipación (porque una mujer constipada es una amargada y mejor ser feíta pero con buena onda) sigue estando en el manual del publicitario versión 2013, casi igual que hace cinco décadas predicaban las revistas femeninas de las mujeres de bien. La novedad tal vez parece radicar en la inclusión de modelos ¿reales?, léase las “gorditas” de Dove o las “maduras” de Natura, pero siempre incluidas en el paradigma de consumo, como si las migrantes, las trabajadoras sociales o las viejas hechas pelota no se pararan frente a una góndola. La artista plástica Adriana Minoliti quemaría directamente a las agencias de publicidad que cada día caen más bajo en la cadena misógina del imaginario popular.

“Axe, Quilmes, Paso de los Toros, todos los productos de limpieza, todas las P&G y esas multinacionales que controlan el consumo del país son un asco, además porque experimentan en animales. Sin clientes no hay publicidad sexista”, dice enumerando además las bondades que aparecieron con el tiempo para que las mujeres nos avispemos de que la sangre es roja pero la ponen azul porque si no impresiona o que “tránsito lento” refiere a la incapacidad de evacuar con fortuna todos los santos días. Menos drástica, la escritora Ana María Bovo se pregunta qué sentirán las mujeres de los equipos creativos. “¿Les resultará muy arduo –a la hora de venderle a un cliente, de convencer a su propio equipo– vencer los arquetipos, eludir los lugares comunes de la descalificación recíproca o se les hizo carne y se les naturalizó una mirada que estigmatiza, que no admite comprensión ni ternura alguna por experiencias, por vivencias diferentes?”, pregunta.

Para la humorista Mariana Briski lo que debe desaparecer al calor de las brasas son esas ofertas y propuestas segmentadas por días y horarios. “Esa oportunidad acotada en tarjetas y clases sociales que te hace ir con el recorte a la caja para ser rebotada sin piedad: ‘Esa oferta fue ayer, de 18 a 20 horas’, te dicen. Quemaría las soluciones mágicas: si hacés esto te va a ir bien, si comés tal cosa te vas a curar, si mirás al sol tres veces por semana vas a ser feliz, etc. Yo también lo hago, por eso me permito decir que lo quemaría: esas cosas absolutistas que te hacen pensar soluciones absolutas las barrería a todas”, jura.

Si las mujeres de Miss America respondían a preguntas tan absurdas como por qué terminar con el hambre o cuál es su animalito preferido, para la escritora peruana Katya Adaui si los concursos siguen vigentes (y encuentran su más siniestra versión en los Beauty Pageant o concursos de belleza para nenas, donde las lookean cual bebotas sexies y graciosas y las entrenan en las cosas duras de la vida femenina: la depilación con cera, el autobronceado y la manicura profesional) deberían incluir cuestionarios más sofisticados. “Para ayudar al jurado a dar su veredicto, en la ronda de preguntas finales las aspirantes a Miss deberán responder: ¿Cuánto tarda en arder la silicona? ¿A qué mujer no operada admirás? ¿Qué te sobra por aquí y qué te falta por allá?”

Y siguiendo con las niñas y todo lo que podríamos evitarles a las futuras mujeres, la cantante y compositora Paula Maffia pide lugar para arrojar con vestuario y todo a las princesas de Disney por aniquilar en el imaginario de las nenas las heroínas originarias: “Desde las amazonas, las nereidas y las ninfas helénicas hasta las superheroínas de comics (las hay con o sin superpoderes, pero todas con mucha actitud, inteligencia e independencia). Desde los niños aventureros de las fábulas de Perrault y Hans Christian Andersen hasta Alicia de Lewis Carrol o nuestra Mafalda críticamente nacional e inteligentemente popular. Incluso... las mismas Cenicienta, Blancanieves, Bella Durmiente y Bella (de La Bella y la Bestia) en sus relatos populares son jóvenes aventureras e intrépidas que dieron un vuelco rotundo a sus vidas, lejos de querer quedarse abnegadas al lado de una padre agonizante o encerradas en un castillo con su vida de pánfilas aristócratas. Sin embargo Disney ha decidido cristalizar solamente su condición nobiliaria sin recordar lo más valioso de estas princesas: su curiosidad e inconformismo”. Para la cantante y actriz Rosario Bléfari, el universo más perverso se despliega en la juguetería, campo de batalla del rosa y celeste: “Aboliría la separación de los juguetes, que en las jugueterías no existiese un sector plagado de artefactos domésticos, muñecas y sus complementos fashion, artículos de maquillaje y bijouterie de plásticos inmundos, y otro claramente dirigido a los varones, donde no hay ningún color ‘sensible’ sino armas, superhéroes y automóviles, camuflajes militares y piezas para armar robots, construir puentes, edificios o lo que quieras. Si muchos juguetes reproducen objetos o actividades de los adultos, sus trabajos, sus distracciones, y eso siempre va a existir porque es algo a lo que les gusta jugar en algún momento a los niños, que al menos no exista más la separación direccionada de las cosas. Un niño o una niña que se siente atraído por alguno de los elementos que no está en la zona que le asignan tiene que hacer un acto de valor y rebelión para expresar su deseo, verse obligado u obligada a desafiar un límite y no puede vivirlo como algo natural. Encima, después la vida te demuestra que tenés que hacer de todo, hombre o mujer, según te toque en cada circunstancia. A veces habrá que manejar, otras que cocinar, otras que vestirse para una fiesta o limpiar el inodoro, otras veces habrá que andar a caballo, otras tendremos que martillar, serruchar, cuidar, hacer fuego, armar, desarmar, coser o taladrar. Esa fantasía de la división es sólo un collar dominante en la mente de todos y todas”.

Volviendo a las adultas, para la actriz Eloísa Tarruela el sistema nos hace creer que las mujeres somos dueñas de nuestro destino desde que nacemos, sin embargo el cuerpo de la mujer es un cuerpo vigilado. “Los estereotipos sexistas están naturalizados por la propia mujer, el trabajo, la pareja, la familia, los amigos; todos ellos ejercen la mirada que controla, que vigila, y siguen marcando el camino. Por mi parte, quemo las dietas y los tacos aguja que no me dejan pensar.” En plan de investigadora, la actriz María Merlino puso en Google cual experimento imposible de replicar en los ’60: “¿Qué quemaríamos las mujeres hoy?” y el abc marca un diccionario conocido del que no parece zafarse ni la gigante red digital que atrapa peces grandes y diminutos: “Quemar grasa, quemar calorías, quemar masa abdominal, quemar la grasa de todo el cuerpo. También podemos encontrar una lista detallada de alimentos ‘mata grasa’ y hasta un prometedor consejo: ‘Si quieres quemar grasa no corras hacia adelante: corre hacia atrás’. Difícil, ¿no? Sobre todo para mí que odio correr y ¿como cangrejo? No, gracias. Sigo participando.”

MUERTE AL PATRIARCADO

Rosario Castelli es activista, integrante de la Colectiva de Autodefensa Feminista, antropóloga y docente. Convocada por Las 12, decidió abrir la propuesta a su clase “Grupos, organizaciones y equipos de trabajo”, en el marco de la Diplomatura de Operador/a Socioeducativo en Economía Social y Solidaria. En la Universidad de Avellaneda, el debate empezó con la pertinencia y actualidad de tener que celebrar aún un Día de la Mujer y terminó en la experiencia personal de las 13 mujeres y los dos varones que allí concurren. Se armó una discusión sobre qué es el machismo, qué es el feminismo, cómo lo viven y lo sienten. Rosario resume: “Rosana quemaría la rutina, esa rutina que no se modifica en absoluto aunque sea el Día de la Mujer. Se levanta a las 6 de la mañana, ficha en el trabajo a las 7, lleva a las nenas al colegio, trabaja, hace la comida, las compras, busca las nenas, las lleva a danza, gimnasia, todo a las corridas, limpia la casa, prepara la comida, él llega y le dice ‘¿por qué no te hacés unos mates?’ y agarra el control remoto y lo perdió. No me gusta escribir sola, ni pensar sola. No creo que nada de lo que pueda decir al respecto sea realmente idea mía. Así que yo decidí quemar el individualismo. Porque organizándonos funcionamos mejor, porque mi apuesta es a la construcción colectiva. ¿Qué quemaríamos nosotrxs para liberarnos?, pregunto a la clase: ‘A los maridos’, dicen algunas; ‘a la suegra’, se oye por atrás; ‘la cuchara de madera, ¡no, mejor la cocina entera!’, grita Yoli; ‘el reloj’, dice Blanca; ‘la plancha’, dice Graciela; ‘la depilación obligatoria’, dice Yami; ‘los corpiños’, Kary toma nota de todo. Se quedan pensando, seguimos entre risas y caras serias: la hipocresía, la envidia, la infidelidad, el egoísmo, la discriminación y nos ponemos más serias aún. La desigualdad, la explotación, el machismo y ‘¡no dijimos lo más importante de todo: la violencia de género!’, dice Romy: el rebajar con la palabra, el maltrato al interior de las organizaciones, la violencia en el trabajo, en la calle, en la casa, los insultos, los golpes. En otras palabras: que arda el patriarcado heterocapitalista y racista”.

Para Flor Leone, activista de Militancia Homo, el patriarcado ejerce su poder en sus concepciones acerca de la familia, las relaciones interpersonales, la sexualidad, los roles sexuales, la educación de los niños, y de ahí las reglas que afectan la vida cotidiana de todas las personas involucradas, aunque su peso recae especialmente sobre las mujeres. “Por eso quemaría la religión, como un límite concreto a la libertad humana. La religión es una invención y la mayoría fueron inventadas por hombres para oprimir a las mujeres. Las religiones legitiman de múltiples formas la exclusión de las mujeres de la vida política, la actividad intelectual y el campo científico, y limitan sus funciones al ámbito doméstico, a la esfera de lo privado, a la educación de los hijos e hijas, al cuidado de los enfermos, de las personas mayores, etc. Cualquier tipo de presencia de las mujeres en la actividad política o social es considerado ajeno a la ‘identidad femenina’ y un abandono de su verdadero campo de operaciones, que es el hogar, con la consiguiente culpabilización. Quemaría la maternidad como destino y no

como elección, el control del orden social a través de la reproducción de la matriz heterosexual, la patologización de otras sexualidades y la clasificación de las conductas propias para cada anatomía. El sujeto adviene bajo la identidad masculina o femenina a partir de procesos conscientes como el aprendizaje de roles y de la conducta que espera el grupo social de cada anatomía sexuada. ¡La anatomía no es destino!”, dice. La periodista y escritora Gabriela Cabezón Cámara se imagina trajeada de amianto y bien pertrechada con lanzallamas a tono para la tarea encomendada, recorriendo la ciudad. “Quemaría la definición de los géneros que se quedó clavada en 1950, donde no parece haber, para una niña, mejor futuro que el de gustar, donde no parece haber, además, más posibilidades para los sujetos que la heterosexualidad más conservadora. Y si me entusiasmo y me dan los fondos, me voy al Vaticano y quemo al Dios macho y barbudo de Miguel Angel que le acerca su índice creador a Adán. Y al segundo Génesis de todas las biblias del mundo; me quedo con el primero, con el génesis queer, el primero, el que dice: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Y a Dios lo dibujamos otra vez, tan trans como dice el Génesis”.

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