El proyecto Magdalena Latina es el capítulo latinoamericano del Magdalena Project, una red internacional de mujeres preocupadas por el teatro de género. Allí productoras y autoras intercambian ideas, obras y experiencias, y se vinculan con otras organizaciones de la comunidad, como hicieron hace unos días en Beccar, con la ONG Crear Vale la Pena.
Bueno, vamos a ir pasando, informándonos... ¿De dónde vienen?
–¡Chile!, ¡Colombia!, ¡Brasil!, ¡Italia!, ¡Dinamarca!, ¡Japón! -literalmente, los gritos llegan de todos lados.
–¿Se conocían? ¡Qué lindo juntarse y conocer gente haciendo arte! Cuenten, ¿cómo es que ustedes llegaron acá hoy?
Ximena Parra, la chilena del pelo cortito y rojo furioso que viene organizando actividades en el nodo "Puertas al arte" de la ONG Crear Vale la Pena desde hace años, acaba de subir al escenario para que la espera se sienta un poquito menos. El lugar es como una gran caja de paredes negras decoradas con posters y dibujos. Hay un escenario, una tribuna que se va ocupando de a poquito, unas sillas al costado. Desde el fondo, colándose por el portón, llega algo del sol que cae en primavera sobre las cuadras no elegantes de Beccar.
–Nosotras –explica Graciela Rodríguez, una de las mujeres que hace minutos bajaron de las combis cargadas con maletas, vestuario y todo elemento escenográfico posible– venimos del encuentro Magdalena Latina; nuestra tarea es convocar a mujeres latinas que trabajan en teatros por todo el mundo para reflexionar sobre qué nos pasa a las mujeres, para articular las actividades con las comunidades, para hacer foros, saber cuáles son las preocupaciones. Con Crear Vale la Pena, articulamos para hacer talleres, para actuar en público esos trabajos y, además, para presentar espectáculos. La idea es que las mujeres de Magdalena Latina puedan mostrarles lo que ellas hacen, y que ustedes puedan mostrarles a ellas lo que ustedes hacen.
Sobre el final de la explicación, van cayendo los tintineos que preceden la llegada de Luisa Calcumill, esa mujer enfundada en trajes mapuches, recubierta con piezas de platería increíbles, que desgrana la historia de su pueblo mitad en castellano y mitad en mapuche. Después llegarán Las Reinas del Mambo, el grupo chileno que, a partir de una serie de cartas privadas, logra llevar a escena temas de violencia y exclusión de género esquivando todo golpe bajo. Pero por ahora, con reflejos y timing de show-woman experimentada, es Calcumill quien inaugura la jornada ante ese público de adolescentes y señoras con niños, muchachos que transitan desde el desconcierto hasta el asombro profundo y chicas que se enfrentan, quizá por primera vez, con discursos de género y problemáticas tan lejanas y tan cercanas a ellas. De eso se trata, nada más ni nada menos, el “Intercambio de metodologías”, la jornada de trueque artístico que las integrantes de la organización internacional de teatro Magdalena Project planificaron para encontrarse con quienes dan vida al programa de arte y organización social de Crear Vale la Pena en La Cava, el barrio San Roque, Boulogne y Vinca. La idea es clara y contundente: reconocerse como pares en el territorio de los excluidos y marginalizados, pero aprender a aprovechar el lugar de la periferia para construir una identidad nueva y propia, una que se imponga por sí misma en el lugar de la impuesta desde afuera. La idea, digamos, es rescatar lo que hay de elemento transformador en el arte, hacerlo valer y darle para adelante.
Era 1986 cuando algunas mujeres de tablas, más que convencidas de la necesidad de elaborar un teatro de género, finalmente dieron con la forma inicial de una organización internacional que lo promoviera, protegiera y facilitara los intercambios. Así nació el Magdalena Project, la asociación internacional de mujeres en escena con la que entró en contacto ARMAR Artes Escénicas Contemporáneas (www.armarartes.org.ar), una ONG de argentinas que comprobaban, en cada encuentro, la necesidad de fortalecer los lazos a nivel regional.
–Empezamos a ver que había muy poca visibilización de las artes escénicas latinas en esos encuentros, porque se hacían en Europa o en lugares remotos para nosotras como Nueva Zelanda. Se hacía muy difícil para las compañeras latinas llegar hasta allá para mostrar la diversidad que tiene América. América latina está en condiciones muy desiguales a las que se producen en los países centrales, donde las compañías de teatro están subsidiadas y pueden trabajar de otra manera.
De ahí a inaugurar el Magdalena Latina (
[email protected]), el capítulo regional latinoamericano del MP, explica Graciela Rodríguez, alma mater junto con Silvia Pritz de esta red de chicas de teatro, había un paso.
–En el 97 fue Mujeres en Escena, el primer encuentro del Magdalena Latina, que se hizo en Buenos Aires. Fue el primero punto de encuentro para que empezáramos a vincularnos las mujeres argentinas con muchas compañías del exterior, e integrantes de la red internacional. Se había vuelto fundamental mostrar lo que estaba pasando con las mujeres latinas, cómo estaban trabajando y articulando desde las artes escénicas acciones de transformación de la realidad social, para salir de la exclusión, para sostener identidades. El año pasado, se hizo un encuentro en Colombia, fue muy potente. Un festival de teatro de mujeres en medio de la guerra es muy conmocionante. Primero, porque la guerra es una cosa de hombres, mientras que las mujeres hablan de la paz. En Colombia, percibíamos y veíamos que las mujeres artistas eran las que estaban sosteniendo a las familias, porque quedaban solas, tenían a sus hijos y maridos y a sus hombres en la guerra; ellas sostenían las tradiciones y buscaban caminos para sacar a la gente de la exclusión. Colombia tiene tres millones de excluidos, de los cuales la mayoría son mujeres. Era muy potente eso, nos interesaba mucho decir “bueno, ¿qué pasa que nosotras como argentinas o brasileñas ni siquiera nos conocemos tanto entre nosotras?”, porque realmente no conocemos lo que está pasando en este continente tan atomizado. Así empezó el Magdalena Latina: tenemos que fortalecer la red a nivel de América latina primero, para conocernos y encontrarnos las mujeres latinas, después sí se pueden articular programas de colaboración y articulación con el resto del mundo, pero ya como una cooperación más horizontal, primero sur-sur, y después sur-norte, y norte-sur. Es impresionante la producción artística de mujeres que ya por las condiciones del modelo cultural, del modelo económico, tienen un lugar de exclusión “natural” y establecido.
El trajín de hacer visible lo que se desdibuja bajo el peso de las grandes producciones sostenidas por grupos poderosos de las industrias culturales se suma, entonces, al afán de luchar por la habitación propia, no ya para escribir la novela sino para tener el lugar de la reflexión, del encuentro, del reconocerse en una problemática común para, luego, lograr desarrollar los caminos para salir de allí. Los lenguajes, las palabras, pueden ser infinitas y tener mil formas, pero también el secreto puede estar en las estrategias: reales, concretas, cercanas y disponibles. De eso se trata, por ejemplo, el mercado de artes escénicas de mujeres que ARMAR (en tanto miembro del ML) ha echado a andar aprovechando el espacio del Festival Internacional de Teatro: un archivo documental de videos de obras (teatro, danza y música) para conectar a creadoras con productoras de todo el mundo, de manera que la circulación permita un intercambio más fluido. También de eso se trató el foro coordinado la semana pasada por Patricia Ariza (una colombiana con amplia experiencia en el trabajo de desarrollo social y arte) y Graciela en el que integrantes de la Red Cultural del Mercosur, de la Red Sudamericana de Danza y otras artistas cercaron las cuestiones del cómo, cuáles son los pasos, a dónde ir, con quiénes encontrarse en la reflexión, en la colaboración con otras redes, en la difusión. Chicas prácticas, digamos.
–No quiero quedarme en la queja, pero a veces la indiferencia, inclusive oficial, puede ser muy fuerte. Es esta pregunta eterna de “¿por qué teatro de mujeres?” Es porque queremos saber qué nos pasa a las mujeres dentro del teatro, qué sucede con estas mujeres que están trabajando, articulando para salvar las identidades. ¿Qué nos sucede? El mundo está construido con una mirada masculina. Nosotras tenemos derecho a tener nuestra propia percepción del mundo, y no queremos crear otra marginación, no queremos excluir, sino reconciliar lo masculino y lo femenino como esenciales en la naturaleza. Nosotras tenemos que reflexionar primero sobre lo que nos pasa a nosotras en un mundo construido a la medida del hombre.
–¿Creés que se está operando alguna transformación de esos prejuicios sobre el teatro de género?
–Creo que es un trabajo muy largo, un trabajo de siembra, un trabajo de cambio cultural muy profundo, que hay que cambiar los lenguajes, hay que hacer otro tipo de planteo. Inclusive las mujeres tenemos que repensar nuestra propia postura en el mundo, porque estamos muy contaminadas, muy imbuidas. En el foro, Patricia Ariza dijo: “Nosotras no vamos a disputar el centro del poder, no queremos ese lugar. Nosotras vamos a trabajar en la periferia, tenemos que fortalecernos ahí”. Y eso es lo interesante: nosotras no vamos a disputar el espacio de los hombres, lo que vamos a hacer es trabajar en lo que queremos, y a hacer visible nuestro trabajo. Claro que todavía suceden cosas curiosas. Nos preguntábamos por qué sería que se acercaban algunas actrices y pedían disculpas, decían “no quiero parecer feminista...”. ¿Cuál es la vergüenza de ser feminista, de defender los derechos de las mujeres?
–Es el eterno equívoco de equiparar feminismo con machismo.
–Claro, y nadie está hablando de eso. Hablar del mundo de lo femenino es una visión del mundo, una manera de estar en el mundo, una manera de relacionarse. El MP cuando habla de reconciliación no excluye a nadie, porque además tenemos muchos “magdalenos” dentro de la red. Esta es una red que se sostiene desde el afecto, desde lo amoroso, entonces no estás construyendo violencia, no estás construyendo exclusión. Lo que queremos es hacer visibles las voces de las mujeres, que tengan peso, opinión, participación, porque están decidiendo por nosotras. Y esto pasa en las artes escénicas como en cualquier otro orden, en el económico, en el político, en el social, en todos esos lugares los hombres deciden con su modelo sobre nosotras. Entonces, en las artes escénicas nosotras también queremos hacer visibles nuestras voces.