MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Así como Coco Chanel acostumbraba observar la presentación de sus colecciones agazapada en la escalera con espejos de su mítica tienda de la rue Cambon, y no olvidaba repetir el mantra “la moda pasa, el estilo permanece”, Karl Lagerfeld, el diseñador que oficia precisamente de diseñador en Chanel desde 1983 (nació en Hamburgo en 1933 y desciende de una familia de astutos comerciantes), supo construir un personaje de rock star cruza con creativo y director de una comedia costumbrista sobre la moda y los modos, que casi sin pausa y con maestría decodifica tanto el manual de estilo de los clubbers como la voracidad del mercado del lujo. Y entiéndase por ello una hoja de ruta vertiginosa, complementaria y de a ratos esquizofrénica, que admite tanto los anticipos de temporada (prefall), la colección de prêt-à-porter y la de alta costura de Chanel sumados a las colecciones para Fendi (una marca italiana especializada en pieles y en carteras cuyas tipologías también diseña K. L.) y la firma propia. Cuando Karl saluda en el gran final de sus grandilocuentes puestas de moda y música en el Grand Palais, deja estupefacta a la audiencia: lleva el pelo níveo rematado con una cola de caballo que contrasta con el traje negro, los guantes de cuero que dejan ver sus dedos, cierta profusión de dijes y de medallas colgando sobre el cuello de su camisa blanca.
Las arbitrariedades de cada puesta admitieron icebergs, interiores de aviones, jardines de ensueño y una vasta galería de recursos que podrían componer un parque temático alrededor de la moda. El martes 2 de julio y en el contexto de la Semana de Alta Costura para el próximo invierno europeo, el Grand Palais lució cual un cineauditorio semiderruido y sin aparente confort (las butacas para quienes asistieron eran de madera vintage y, en apariencia, nada mullidas). Pero cuando emergieron las modelos, la pantalla del simulacro de cine empezó a proyectar los rascacielos de alguna ciudad tan futurista como actual. El estilismo de las modelos siguió a rajatabla las reglas de la apropiación de los estilos masculinos que Chanel hiciera en su maison y en su discurso, al trasladar las prendas del placard de Boy Capel –un gran amor de mademoiselle– a colecciones de moda. Las modelos lucieron absolutamente ambiguas y llevaban variaciones sobre la clásica chaqueta de tweed, sombreros símil caps de la era espacial, en muchos casos las chaquetas mutaron en vestiditos, y como rasgo particular asomó otra vez la fusión de pantalón con bota que habla de los gustos por el rock de Karl. La colección admitió también una vasta profusión de vestidos de noche con abalorios, innovaciones textiles y cromáticas.
Un día antes, el lunes 1° de julio y en el desfile de Christian Dior, un corsé en tela de sastrería gris y una falda lápiz al tono con varios botones deliberadamente desabrochados marcaron la pasada inicial de Dior, en su eje alta costura y bajo la dirección de diseño del belga Raf Simons, quien fuera también diseñador de Jil Sander.
Pero entre una y otra pasada, casi 50 looks de alta costura asomaron en todos los estilos posibles y alejados de la dramaturgia en la pasarela de su predecesor, John Galliano, cuyo último gran happening fue someterse a un reportaje televisivo con formato de interrogatorio sobre sus adicciones, ante el periodista Charlie Rose. (Galliano iba vestido con camisa celeste de ejecutivo y un saco azul, lo que significó un shock para fans, acostumbrados a sus atuendos de torero o variaciones glam.)
Pero volviendo a la pasarela actual de la firma Dior, Simons habló de la libertad para el uso de los ropajes de parte de las nuevas consumidoras de la firma, no es casual que para ello haya recurrido a las miradas y las lentes de fotógrafos diversos como Patrick Demarchelier, Terry Richardson, Paolo Roversi y Willy Vanderperre para interpretar la colección, cuyas tomas se proyectaron en el transcurso del fashion show.
En su vasto imaginario emergieron prédicas a los nuevos textiles y siluetas –Simons pasó de vestidos globo y bieses de botones a otros rectos y con superposiciones–, no escatimó artilugios de las etnias (de estampas africanas a un elegantísimo vestido negro con bordados de la cultura mexicana). Tampoco omitió atuendos de lamé en clave punk, los clásicos de estilo noche y hasta indagó en tops con transparencias que predicase Yves Saint Laurent, aunque combinadas con una falda blanca rica en plisados. Pero esas enunciaciones acerca de la libertad indumentaria tanto en la pasarela como en el placard tuvieron un manual de instrucciones confuso, que pareció estar dirigido a las nuevas consumidoras de alta costura y a las fashionistas que van de compras de modo virtual y hacen zapping en las redes.
Otro destacado desde la semana de alta costura de París remite al homenaje a Elsa Schiaparelli, la firma que regresó al mercado pero con diseñadores que tienen contratos literalmente temporales. El debut de esa colección cápsula –18 looks que no omitieron las estridencias cromáticas ni el surrealismo afines a Schiap– fueron ideadas por el diseñador Christian Lacroix, quien lejos del formato desfile montó un carrusel con maniquíes en el Museo de Artes Decorativas de París.
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