Vie 10.10.2003
las12

ENTREVISTA

son amorcitos

Elsa Bornemann descubrió hace ya unos cuantos años una clave que le dio a su producción literaria bastantes satisfacciones: que los chicos también se enamoran. A su célebre El libro de los chicos enamorados se le sumó este año Amorcitos sub-14. Aquí reflexiona sobre la intensidad del amor infantil.

› Por Sandra Chaher

A cualquier treintañero estas rimas no le serán ajenas: “Si fuera un gato/ cascabelero/ te maullaría/ cuánto te quiero”, o “En este cofrecito/ tengo guardado/ el único besito/ que tú me has dado./ Voló por tu ventana/ hacia la siesta./ Hoy cumple una semana;/ le haré una fiesta./”
A fines de los ‘70, El libro de los chicos enamorados, de Elsa Bornemann, empezó a circular entre padres inquietos que buscaban lecturas estimulantes para sus críos. En 1992 salió la secuela, Corazonadas, y recientemente acaba de ser publicado el tercero: Amorcitos sub-14. Dos generaciones están unidas por la lectura de la misma autora, que no cambia los sentimientos sobre los que escribe –amor, desamor, rechazo, abandono, tristeza, felicidad–, y año a año padres e hijos van juntos a pedirle que autografíe ejemplares ajados de tanto llorar y reír sobre ellos.
Cuando Bornemann empezó a publicar poemas para chicos, en 1970, prácticamente no existía ese tipo de literatura en el mercado. Con el tiempo se convirtió en una autora masiva y celebrada por sus lectores y, recién después, considerada por sus colegas. “Es que cuando yo decía que quería escribir para los chicos, en la Facultad de Filosofía y Letras, mis compañeros se burlaban. Nadie se dedicaba a eso entonces. No los voy a nombrar, pero después a algunos los encontré en editoriales dirigiendo colecciones infantiles o para adolescentes.”
Bornemann tiene 51 años, una piel tersa y blanca como de muñeca de porcelana y el pelo rubio muy amarillo, con un flequillito casi aniñado. “Yo creo que voy cargando por la vida con una parte muy importante de mi propia infancia. Sucede algo y me alegro como una criatura. Tengo un comportamiento infantil, y lo reconozco.” En el departamento que comparte con su esposo japonés abundan los libros, hasta en el recibidor, y presidiendo la mesa del comedor se ve un dibujo de la cabeza de una mujer –ella– rebosante de gatos, pájaros, niños... Es un regalo que le hizo Guido Bruveris, el ilustrador de aquel primer El libro de los chicos enamorados, que Ediciones Librería Fausto publicó en 1977. Y es probable que su mente sea eso: un caldero donde bullen miles de imágenes, alimentadas por las cartas y mails que recibe de sus lectorcitos. “Me cuentan cosas que me piden que no se las diga a nadie. En general, son problemas, las cosas felices no son un motivo para escribirme –dice sonriendo–. Ultimamente me hablan mucho de los divorcios de sus padres. Ellos lo viven con mucha tristeza. Me cuentan que extrañan al papá, porque pasa que muchos les dan dinero a las madres pero se olvidan de seguir de cerca la vida de sus chicos. El año que viene voy a sacar un libro de relatos y poemas, Padre hay uno solo, en el que hablo de estos papás y también de los trabajo-adictos, y de otros también.”
Elsa está de luto. Este verano, sin aviso, el destino le robó a un sobrino de 32 años. Cayó fulminado en un supermercado de un paro cardíaco, mientras hacía las compras con su esposa y su hija de tres años. Todavía no se recupera. Es el hijo de una de sus dos hermanas, y desde entonces sólo pudo escribir sobre ellos. “Tuve la suerte de que ya tenía tres libros listos, porque no puedo hacer otra cosa que pensar en ellos. Y con lo que me gustan los chicos, este año me costó muchísimo hacer la presentación de Amorcitos sub-14. Pero cuando estás así, mal, mal, escribir para chicos ayuda a vivir. Apartás la cabeza de tus problemas. Y yo trato de pensar que a ellos les va a tocar un mundo mejor.”
–¿Es más fácil escribir para chicos que para adultos?
–A mí me parece más complejo. Porque hasta que no leen el libro, yo no tengo ninguna intuición sobre lo que puede pasar. Porque hay tantos cambios... Yo confío en la opinión de los editores, si ellos lo sacan, sabrán.
Elsa también escribe para adultos, “pero eso será mi herencia”, aclara. “Una cosa es escribir para los chicos, para un mundo esperanzado, y otra para los adultos. Si un chico de 14 años leyera lo que escribo para los grandes probablemente se entristecería. A mí pensar en los chicos me produce una profunda alegría, pero con el mundo adulto soy escéptica, con el Estado, con la familia, con todo. El hombre siempre se mueve por agresividad más que por amor o desinterés.”
–¿Escribir poemas de amor para los chicos de hoy es lo mismo que para los de los años ‘70?
–No, los chicos no viven los amores igual que antes. Hoy hay más libertad y comprensión de los adultos. Los padres son más permisivos con los “amorcitos”. Por eso también yo hoy no tengo los problemas de censura que tuve hace treinta años. A El libro de los chicos enamorados lo criticaron mucho, pero a Un elefante ocupa mucho espacio la dictadura directamente lo prohibió.
–¿De dónde se nutre para escribir para chicos: de los que hay en su familia, de los que la leen?
–Principalmente del contacto que tengo cuando doy charlas en escuelas y cuando los veo en la Feria del Libro o en las presentaciones. En mi familia hay chicos: nietos de mi marido, que son como mis nietos –yo no pude tener hijos, perdí tres embarazos, pero como mi marido era viudo crié a sus hijos como si fueran míos–, y sobrinos nietos, pero no me inspiro en ellos porque tienen similitudes conmigo, son mi familia. Las historias que me escriben en los mails son una gran fuente de inspiración. Y los chicos en eso son increíbles, porque si un adulto te escribe y no le contestás, a los cinco días te está reclamando. En cambio un chico no te reclama y cuando finalmente le respondés –yo a veces me atraso mucho en eso, se me acumula trabajo y tardo– y le explicás lo que te pasó, por qué no contestaste antes, él enseguida te responde y comprende, no te reta.
–Usted manifestó alguna vez el deseo de que sus libros fueran para los chicos peldaños hacia la literatura adulta, como le pasó a usted. ¿Con el transcurso de los años pudo comprobar si pasa eso?
–Creo que algunos chicos siguen leyendo y otros no. En mi caso, la lectura en la infancia fue fundamental. En mi casa podían faltar muchas cosas pero libros no. Mi mamá, que tiene 80 años, todavía hoy sigue leyendo como una loca, de todo. Yo tengo dos hermanas mayores y de chica pasaba bastante tiempo sola en mi casa con ellas, y ellas no me controlaban. Entonces yo iba a la biblioteca y leía. Y un día descubrí unos libros forrados de blanco, en la segunda hilera de uno de los estantes más altos. Eran los de sexología. Me los leí todos y aprendí un montón. Cuando años después se lo conté a mi mamá, se rió mucho. Y yo le dije: “Me llamaron la atención porque los forraste de blanco, si no quizá ni los hubiese mirado”. Por eso pienso que lo peor es la prohibición. Justamente lo que pasó conmigo es que después de que prohibieran Un elefante..., si antes me habían leído 50 personas, lo hicieron 100 más.
–Los poemas de amor que usted escribe para los chicos tienen una enorme carga emocional. ¿Cree que ellos viven con tanta intensidad los sentimientos?
–Los chicos sufren muchísimo por amor, así como también se alegran intensamente. Cuando yo era chica mi mamá me llevaba los miércoles al cine, el día de las damas, y yo me moría cuando veía a Gregory Peck –por eso le dediqué El libro de los chicos enamorados–, estaba completamente enamorada. Creo incluso que quizá sufren más que los adultos porque para ellos el hoy es hoy, no pueden relativizar lo que viven pensando que mañana será diferente.
–¿Cuál fue su primer amorcito?
–Un amiguito del barrio, de Parque Patricios. Yo nací en la Maternidad Sardá, mirá vos, nada menos que donde nació Sandro. Y era bastante solicitada, te digo. Porque era varonera, como se decía antes. Yo estrené los jeans en mi barrio, en una época en que todavía había mucho prejuicio con respecto a las nenas. Y a los 11 nos enamoramos con este chico y duró hasta los 16. Pero ni un beso, nada. Para mí fue un amor feliz. Pero él quedó triste porque yo lo dejé. Lo que pasa es que empecé a trabajar desde muy chica y conocí a muchachos mayores y él ya no me interesó.
–¿Y su pena de amor?
–(Piensa)... Gregory Peck. Me hubiera encantado...
No dice qué le hubiera encantado, pero es fácil imaginarlo. Y también es fácil imaginar que en un mundo en el que cabe el deseo no perdido de “conocer algún día a un extraterrestre”, el actor norteamericano puede haber ocupado un lugar casi real en la vida de esta soñadora pisciana de pura cepa (sol y ascendente en el mismo signo). Peck puede haber sido el protagonista de un hecho mágico, como son muchas veces los dichos y hechos en el mundo de los chicos.

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