PERFILES > MARCELA RODRíGUEZ
› Por Luciana Peker
Tiene el mismo pelo enrulado. Las convicciones, intactas. Dice que alguna cana o arruga de más pero no se le notan. Marcela Rodríguez entró en el Congreso Nacional en el 2001, después de dirigir el Centro de la Mujer en Vicente López –premiado por Naciones Unidas– junto con Diana Staubli, donde aprendió todo lo que no alcanzaba con los libros que leía y que, igualmente, sigue devorando como una estudiosa voraz de cada tema que presenta o vota. Además de sus estudios feministas, lleva la escucha de la experiencia dolorosa de las mujeres. La voz de los relatos que, muchas veces, la despertaron de noche. No es sólo una académica como a veces aparenta. Pero sí es cierto que es una puntillosa de la teoría y la práctica y que sus convicciones no saben de regulaciones políticas o conveniencias, ni de quien la convenza si ella no está segura.
Su mandato vence el 10 de diciembre de 2013. Todavía no sabe qué va a hacer. “Cumplí un ciclo”, siente. Pero está segura de que se va como entró, con la seguridad de sentirse feminista. Y desde afuera se la puede ver, orgullosa, honesta y en paz con ella. Sin embargo, sin duda es la díscola. Se abstuvo en la ley de violencia de género y en la de trata de personas –pero las dos veces presentó un proyecto y un dictamen de minoría–. “Yo creo que las cosas se podrían haber hecho mejor e intenté dar ideas en ese sentido”, aclara que no estaba en contra porque sí sino a favor de proyectos superadores que no pudieron dar a luz en el consenso parlamentario.
Pero la semana pasada se hizo todavía más famosa porque fue la única diputada (entre 211 a favor) en votar en contra del Registro Nacional de Datos Genéticos para delitos contra la integridad sexual. Ella proponía un dictamen en minoría que no salió. “Yo creo que ésta es una política demagógica punitiva y que no les va a dar una respuesta adecuada a las mujeres. Y lo perverso es que la dirigencia política hace como si estuviera haciendo algo pero deja el trasfondo sin respuestas”, enfatiza.
Ella muestra en su computadora toda la legislación comparada que estudió con otros países y recita que los registros de otros países o de otras provincias que en su despacho se encargaron de llamar no sirvieron para bajar las violaciones. Pero sí se acuerda de las mujeres violadas por sus maridos que van a los hospitales a pedir certificados médicos para que ellos dejen de someterlas sexualmente. Y recuerda que cuando intentó legislar esas batallas –como el acoso sexual– fueron batallas perdidas en la Cámara de Diputados.
Ella sí fue, todavía como asesora de Elisa Carrió, la que logró cambiar la denominación de delitos contra la honestidad a delitos contra la honestidad sexual y que la fellatio fuera reconocida como violación, y luchó contra el avenimiento. Después fue diputada por el ARI y la Coalición Cívica. Y, más tarde, se separó de ese bloque, sin declaraciones políticas. Se quedó en su monobloque Democracia Igualitaria y Participativa. Y ahora se retira, prácticamente callada. Salvo para hablar de algunos proyectos. “Mi primera identificación es como feminista”, se reivindica.
Y, por eso –dice– fue la única en votar distinto a los/as otros/as 211 diputados/as. “Yo voté por una posición política feminista –subraya–. Los demás cuando votan un registro de violadores hacen una política criminal punitivista que dicen que es exitosa. Yo hago una política feminista de otro lugar. Y lo que muestra el feminismo desde los setenta es que la concepción del modelo del registro es que los violadores son unos enfermos, desviados, programados para violar en casos esporádicos y que se necesita mayor control social para estos inadaptados, desviados y marginales. Yo creo que no, y que este problema no se inscribe en la lógica de inseguridad y seguridad sino en jerarquías sociales y desigualdad de género en una sociedad dominada por varones, donde las mujeres sufrimos distintas formas de agresiones sexuales por nuestros maridos, nuestros padres, nuestros compañeros de trabajo, nuestros profesores de facultad, quien emplea a la trabajadora doméstica, el médico. Si vamos a pensar que lo que se necesita es el control social para desviados pero que la sociedad está bien y que no se necesita ningún cambio social, realmente ése es el problema ideológico que está en juego.”
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