Vie 30.08.2013
las12

PERFILES

La resistente

Diana Sacayán

› Por Roxana Sandá

Por una noche, Laferrère se convirtió en territorio huérfano de palabras, como si se hubieran pulverizado en un derrumbe, en un choque planetario donde lo único que brillaba era la sangre que le corría a Diana Sacayán por el rostro. Esa noche, la del 10 de agosto, no prometía regalar nada a los parroquianos que dirimían horas y frío en el bar pegado a la estación del tren. Diana se sentó a una mesa con la placidez de la que no espera ni indaga, en esas madrugadas únicas de entresemana, cuando se supone nada irrumpe, hasta que un tipo de unos 40 años comenzó a insultarla, a gritarle su condición de travesti como si profiriera la peor de las maldiciones. Intentó expulsarla del lugar ante la indiferencia y la complicidad de unos pocos presentes, incluidos el dueño del bar y el encargado, mudos pero mirando como voyeurs idiotas. “Nunca pensé volver a pasar semejante situación de violencia, luego de tantos logros obtenidos con la lucha y la paciencia”, lamenta la periodista y activista trans, enumerando dos virtudes que algunas bocas deformes, como la del que la maldijo, escupen a diario.

Los médicos que la atendieron y operaron deben volver a intervenirla. Su agresor la agarró de los pelos, la arrojó al asfalto, le pateó la cara hasta que se aburrió de hacerlo, y ella logró correr hacia el hall de la estación para pedir ayuda a los gendarmes que custodian el lugar, quienes sólo detuvieron al tipo unos instantes, lo dejaron ir y a la víctima, en cambio, la corrieron a bastonazos. Diana les gritaba (en vano, advirtió en segundos) “¡no lo dejen escapar!”. Si era ella quien tuvo que huir hasta la comisaría más cercana para zafar de esas postas del horror. “El comisario ordenó que me llevaran al hospital, con lo que me trasladaron en el móvil 49.722, pero que me dejaran en la puerta sin realizar registro alguno en la guardia del Hospital Germani de Laferrère, negándose a tomarme la denuncia correspondiente.” El daño psicológico es devastador, impiadoso.

La psicóloga Silvia Bleichmar escribió alguna vez que “un país en el cual los hombres estuvieron ciegos durante demasiado tiempo y la Justicia miró sin pudor a quien le hacía el bien, salió del silencio. (...) Trabajosamente, comenzando un balbuceo, al modo de alguien que luego de un accidente empieza a recobrar la memoria, con la reaparición de palabras y conceptos perdidos: solidaridad, derechos civiles, derechos sociales, obligación hacia el semejante, enjuiciamiento moral de la corrupción, vergüenza y ¿por qué no? derecho al futuro”.

Más tarde o más temprano, las palabras toman cuerpo. Diana fue víctima de transfobia, de violencia institucional, de prácticas aberrantes que estimulan crímenes de odio, de un pastiche de complicidad social y de las fuerzas de seguridad contra su identidad de género. Cristina Fernández suele advertir que “con la ley sola no alcanza”. Diana lo sabe, conoce de sobra que hay que seguir transpirando la batalla cultural. Para recuperar la sensibilidad adormecida de lxs otrxs y reparar décadas de esperanza lastimada.

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