FOTOGRAFíA
El nuevo trabajo de Lena Szankay es un viaje alrededor de tomas más o menos azarosas que se enlazan para construir un relato llamado Sinestesia. La fotógrafa invita a acercarse a la luz partiendo de la oscuridad, en imágenes de formato medio que reflejan aquellos lugares donde ocurren los sueños infantiles.
› Por Cristina Civale
La fotógrafa Lena Szankay acaba de inaugurar en la fotogalería del Centro Cultural Rojas, dirigida por Alberto Goldenstein, sus últimas creaciones enlazadas en la muestra que decidió llamar Sinestesia. La palabra “sinestesia” es tanto un término de la neurofisiología como una figura retórica utilizada en la literatura. Por un lado, es una condición neurológica que se refiere a la percepción que se produce a partir de una mezcla de los sentidos. Por ejemplo, un sinestésico puede ver sonidos, saborear palabras u oír olores. No es una sensación, realmente le sucede. Las drogas alucinógenas permiten llegar a estados de sinestesia, pero hay quienes nacieron con esa particular cualidad. Para la literatura, la sinestesia trata de atribuir a un objeto o idea sensaciones que no le corresponden por naturaleza, dado que dicho objeto no puede producir la sensación en cuestión. Es un recurso muy común usado en la literatura barroca y simbolista.
Szankay propone un juego con estas fotografías, estimulando o forzando al que mira a que expanda la percepción de su obra a otros sentidos. La muestra atraviesa el territorio de la infancia en los suburbios y, según la artista, lo que le interesa no es la infancia en sí sino los sueños que se despliegan durante ese período de la vida. Nos cuenta la infancia para que capturemos el relato de otra cosa. Y éste es el primer desplazamiento que se puede percibir en la muestra.
Sinestesia abre con una fotografía que registra una galería de árboles que anuncian el ingreso a una estancia de las afueras de la ciudad. En esta obra la luz del atardecer se cuela en los árboles que anuncian un espacio oscuro desde donde nos adentramos a la muestra y Szankay nos dice que “le interesó ese momento de la luz y de la oscuridad porque para ella la oscuridad se refiere siempre al miedo que se le tiene durante la infancia”. La muestra abre con esa promesa y desde la oscuridad nos adentramos en sus fotografías de formato medio a los lugares donde suceden los sueños de los niños, que a veces están en cuadro y a veces no. Niños que en estos tiempos digitales eligen la diversión analógica de una bombita de agua, de una calesita, de un disfraz, del río, de los elásticos para saltar. Del mismo modo que Szankay opta por la fotografía analógica con su cámara de placa 6 x 6, una reliquia que se le acaba de romper y parece irreparable: le adelanta a Las 12 que quizá con esta ruptura probablemente llegue otro período creativo a su vida.
Podemos ponernos sinestésicos para apreciar esta muestra y decir que a pesar del suburbio y la infancia –un período naturalmente bullicioso– las fotografías de Szankay son silenciosas, que sus retratos pueden percibirse de otro modo, como de otro modo también pueden verse su paisajes; en unos y en otros se podrían palpar las atmósferas que crea con sus fotografías, relatos breves, narraciones que cuentan lo que sucede fuera de cuadro y lo dotan de un suspenso que refiere precisamente al tiempo suspendido, pero también a la certeza de que algo inesperado estallará en el contracampo cuando llegue el ruido que las fotografías no nos permiten escuchar.
Szankay nos cuenta que no trabaja por series, nos dice que si bien no está en contra de este modo de concebir una muestra, le parece que existen otros caminos como el que ella lleva adelante: la realización de tomas más o menos azarosas que luego, a través de la visión de la artista, se enlazan para construir un relato que, precisamente por este tipo de concepción del trabajo, se convierte en un relato no lineal que permite unir la fotografía de un niño que juega con una bombita y se le resbala y estalla en sus manos con la fotografía que registra el disfraz de princesa de una niña que no vemos, colgado en una percha en una puerta cualquiera. La sensación de una infancia no feliz, como en espera de que algo mejor pueda suceder, se percibe en cada una de las obras, donde niños y niñas son el centro de ese suspenso a la espera de un tiempo mejor. La niña a la que está destinada el disfraz no lo ve, los niños que deberían jugar en la calesita instalada en jardincito algo descuidado no juegan, así como tampoco pelean con el girante tigre de plástico al que sólo le hace compañía un pequeño pájaro posado en una estructura de cemento. Una muestra sobre la infancia y sus sueños donde muchas veces el paisaje se presenta desolado, sin niños ni niñas, y lo más interesante es que la infancia se percibe en los rastros que dejan los juguetes abandonados o despreciados.
Lena Szankay dice a Las 12 que concibió esta muestra como una continuación natural de su exhibición anterior, Serendipia, donde sintió que el azar que buscó le había jugado una mala pasada y la había hecho perder la percepción de los espacios y situaciones concretas que presenta en Sinestesia.
Si bien su fotografía es documental, ella no hace posar a los niños, ni planta los objetos que fotografía –por ejemplo el maravilloso disfraz de princesita lo encontró cuando estaba entrando a una casa a dejar su bolso–, su obra trasciende el documento y consigue convertirse en un objeto artístico en tanto transformador. La oscuridad, el miedo, los sueños que no están, el abandono que destilan sus obras tienen algo de perturbador, del diseño de pequeños momentos de un mundo descarriado.
Lena Szankay nació en 1965 en Buenos Aires. Creció entre Argentina y Perú, y entre 1985 y 1989 estudió Literatura en la Universidad de Buenos Aires porque quería ser escritora, pero pronto se dio cuenta de que lo suyo no era la palabra. De este modo comenzó a asistir a los talleres de estética fotográfica de Eduardo Gil, cuyos encuentros todavía hoy recuerda como fundamentales en su consolidación como fotógrafa. En 1989 emigró a Berlín –donde vivía su padre–, pocos meses antes de la caída del Muro. Allí se formó profesionalmente y obtuvo el título oficial de la Cámara de Fotógrafos Profesionales Alemanes y el de la Escuela Lette Verein. “Era una formación técnica más que estética –apunta Szankay sobre este período de su vida–. No era exactamente lo que quería, pero esta formación algo inesperada me sirvió. El resto lo fui adquiriendo en talleres y en el trabajo de campo.” De este viaje largo volvió en 2008, poco antes de que muriese su padre. A partir de esa muerte, se puso a revisar cartas y encontró una en la que le escribía a su padre que a los 15 años se iría a Berlín a estudiar fotografía. Una ilusión de adolescente que rápidamente olvidó pero que se convirtió en su destino. Fue muy shockeante para ella encontrar escrita de su puño y letra esa enunciación, cuando ya había hecho lo anunciado en la carta y además se había convertido en una fotógrafa que vivía de su trabajo y era reconocida por sus pares como tal. Fue en Berlín donde realizó algunos de sus trabajos más notables, como la serie Love Parade, donde cuenta la ciudad y sus habitantes, que habían vivido divididos por tantos años unidos en un solo territorio, en un espacio de amor. Allí estaba Szankay para registrarlo y hacerlo –no es casual que con un tono inolvidable–. Quien haya visto esas fotografías difícilmente pueda desprenderse de lo que su impacto producía al verlas.
Desde que volvió de Berlin, no paró de trabajar, tanto de exponer como de trabajar en gestión y de convertirse ella misma en docente. Desde hace dos años organiza lo que llama Clínica de obra fotográfica: Del pensamiento a la imagen. En pequeños grupos trabaja con fotógrafos pensando en conjunto las imágenes, ya producidas o por producirse.
Recientemente participó en Colombia en la muestra colectiva Promesas sobre el bidet, donde por primera vez presentó una instalación sonora. Un detalle que Szankay quiere destacar, porque luego de la ruptura de su cámara, como nos contó, está urdiendo una nueva etapa de trabajo. Junto a la artista visual y música Eva Shin presentará en la nueva edición de Buenos Aires Photo en octubre una propuesta audiovisual. Confiesa a Las 12 que cree que llegó el tiempo no sólo de combinar la fotografía con otros soportes, sino también de trabajar con otros, cansada e insatisfecha con el trabajo solitario; ahora se lanza como una necesidad vital a la colaboración con otros artistas.
Entonces, no es casual que Sinestesia se convierta en la última muestra de una etapa de su trabajo artístico: en ella se despide de los miedos de la infancia y de los sueños, quizá dispuesta a cumplirlos en su propia vida y a mezclar como una falsa sinestésica los sentidos y sus derivaciones para que el sonido o el silencio lo haga un músico y no ella desde imágenes impregnadas de algo de lo que naturalmente carecen, aunque suenen o destilen silencio.
Sinestesia. Hasta el 27 de septiembre. Centro Cultural Rojas. Av. Corrientes 2038.
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