Vie 20.09.2013
las12

VISTO Y LEÍDO

El grito multiplicado

¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género reúne microficciones de autoras argentinas que intentan concientizar con sus voces, más allá de las fronteras territoriales.

› Por Carolina Selicki Acevedo

Cien mujeres argentinas, cien microficciones, cien nombres que conforman un listado de lucha conjunta. Y es imposible no comparar con los listados de víctimas de la violencia de género que día a día aumentan en nuestro país y en el mundo. En la Argentina, cada treinta y cinco horas una mujer muere en manos de su pareja o ex pareja. Algunas son baleadas, otras apuñaladas o quemadas vivas; otras mueren en manos de desconocidos. Y si bien la muerte es el final temido, suele haber señales anteriores, para una y para el entorno, de esa violencia que avanza sobre el bien más preciado. En esta línea preferiría utilizar el término “feminicidio” al de “femicidio”, para hacer hincapié en una palabra que no aluda sólo al homicidio de mujeres, sino que se extienda al conjunto de hechos violentos contra las mujeres, muchas sobrevivientes de ataques contra su entorno, sus bienes o contra ellas mismas. Esta antología se inscribe en ese terreno, doloroso al atravesarlo, pero necesario en su búsqueda de concientización a través de un medio que permite el abordaje en su multiplicidad. Amor Hernández, Fabián Vique, Leandro Hidalgo, Miriam Di Gerónimo y Sandra Bianchi, a través de Macedonia Ediciones, toman la posta ya iniciada por las escritoras chilenas que bajo la editorial Asterión publicaron en 2010 otras 100 microficciones, basadas en historias de mujeres violadas por su condición femenina. En 2012 había sido el turno de la versión peruana y hoy, de este modo, se suma nuestra bandera, con escritoras argentinas de distintas provincias, para decir un ¡Basta! rotundo a la violencia de género.

Es acertada la elección de la microficción, ya que permite plasmar en cada historia una problemática tan compleja como aberrante y lamentablemente actual desde distintos focos: el maltrato no visto por los familiares de la víctima (como en “Indeshojable”, de Adriana Trecco); la mirada o el pensamiento del golpeador, violador o asesino, como en el excelente “Monólogo I”, de Luisa Valenzuela (“Les metemos cosas mucho más tremendas que las nuestras porque esas cosas son también una prolongación de nosotros mismos y porque ellas son nuestras. Las mujeres”).

Al recorrer las páginas del libro –su tamaño diminuto exige delicadeza para leer cada relato, como si cada historia se desgranara en nuestros dedos junto a los cuerpos y los sentidos de cada mujer plasmada en ellas–, la saliva se entrecorta; imposible leerlo de un solo tirón. Porque hay ficción, pero alimentada de realidad y sin escatimar en detalles. Tal vez por eso, la metáfora aparece en varios relatos como mediadora (en “Jaula para dos”, de Andea Benavídez; “Como el agua”, de María Rosa Lojo, o “Espinas”, de Carolina Bruck, por citar algunos) y se mezcla con la esperanza de hallar la paz, por ejemplo, al saber que un dictador, con manos que aún huelen a sangre, ha sido finalmente condenado a perpetua. Escritoras de trayectoria en la microficción entrelazan sus voces con las de otras mujeres que escriben sus primeras historias breves. Así, Betina González, Gloria Pampillo –fallecida en febrero de este año–, Cristina Feijóo, Ana María Shua o Laura Nicastro se leen junto a Marisa y Lidia Alvez, hermanas oriundas de Corrientes, para quienes la participación fue de vital importancia: “Provenimos de una sociedad muy conservadora y necesitamos ayudar al cambio de las mentalidades de las nuevas generaciones”. Ellas, desde la enseñanza, intentan promover la lectura con temática de género, y Lidia, también directora de escuela, está por publicar un libro titulado No es imposible, en esta misma línea.

Pero además de la apuesta a la microficción, es acertada la presentación, en Casa Brandon. Los matices de voces, las tonadas según la provincia, la interpretación de cada una, generan una atmósfera particular. Sandra Bianchi, una de las editoras, dijo al respecto: “Nos pareció importante que la literatura tuviese una función más allá del sentido estético, para denunciar, para tomar conciencia sobre la violencia de género. Yo ya había trabajado la violencia en la antología argentino-chilena Arden Andes, y sigo apostando a la microficción porque permite potenciar los textos reunidos y hoy más aún con la lectura en voz alta”. Así, las historias se salen del papel, se escuchan. Luisa Valenzuela se preguntó si acaso las mujeres no terminábamos pagando con la muerte el precio de nuestros triunfos en los últimos 50 años, junto a los resabios del patriarcado. Tal vez no haya una única respuesta, pero si de algo estamos seguras es de que no somos sin el otro y eso los incluye, aunque no lo quieran reconocer. “Quemame por bruja, desterrame y condename. Yo soy el óvulo que da vida. Tu vida. Yo, yo soy vos”, dice una de las autoras. Sus palabras nos sobrevuelan y desconocemos hasta dónde llegarán, y ésa es su fortaleza.

¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género Macedonia Ediciones

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