Lo que hay detrás
La exhibición de Luciana Salazar en la entrega de premios de MTV generó repercusiones hasta el hartazgo (y el patetismo). ¿Acaso se puede decir algo más de un par de kilos de siliconas?
Por Marta Dillon
Qué es primero, el huevo o la gallina? ¿Qué da más vergüencilla, ver a la joven sobrina de Evangelina Salazar mostrando los dos “tranvías” –Florencia de la V dixit– que lleva en el pecho al ritmo de un “uhh” histérico y sostenido en la entrega de premios MTV latinos o escuchar los debates posteriores a tamaño acto de arrojo? ¿Será necesario aportar algo más a tanta sandez dicha con gesto ceñudo en los programas de las tarde-noche? ¿Por qué resistirse a la tentación, en todo caso, aunque más no sea en honor de aquellas valientes muchachas que en los años sesenta se despojaron de sus corpiños y los arrojaron a una pira ardiente reivindicando su derecho a gozar de lo que les pertenecía? Luciana Salazar ¿gozará de sus tranvías o es que sólo sirven para eso, para transportarla de su ignoto y feudal Santiago del Estero a la imaginería de tantos adolescentes dispersos por el mundo?
Que fue una estrategia de marketing nadie lo duda, si algo hay que agradecer es que no hubo un solo alegato al “desnudo artístico”, apenas, si cabe, una mención de la protagonista a lo “seria” que es la empresa patrocinadora de lo cual habría que inferir lo “seria” que fue su exhibición –mucho más seria, sin duda, que la performance de Leticia Bredice–. En definitiva, sus pezones estaban pudorosamente ocultos por el logo de MTV, señal de música que la contrató –sí, en singular, a la chica entera– “como regalo de cumpleaños” –lo dijo el mismo presentador, Diego Luna– para su vasta audiencia internacional. Suena bastante serio, sin duda, aunque no deja de ser triste. No sólo porque sigue siendo un hecho eso de que las mujeres podemos convertirnos en regalitos –algunas, por cierto–, sino porque todavía el rock y sus muchas derivaciones parecen ser territorio de hombres que consumen mujeres al mismo tiempo que cerveza o drogas o autos. Es cierto, Iggy Pop, aunque trajinado, sigue siendo un espectáculo digno de admirar, pero no hay registro de que se lo haya exhibido como regalo para nadie en festival alguno. ¿Y nosotras qué? Hasta hay que soportar que las excepciones que confirman la regla sean menospreciadas burdamente en sus mejores performances. ¿O no fue eso lo que se hizo cuando centenares de comentaristas aludieron al beso entre Madonna y Britney Spears como un intento de acaparar cámaras? Como si ellas necesitaran más publicidad de la que tienen... ¿A nadie se le ocurrió que las chicas estaban dedicando su beso a esa comunidad masculina que suele codearse, babearse y premiarse entre sí?
En cuanto a la performance de Luciana Salazar, la duda que sí ha desvelado a los opinadores y cronistas de la tv vernácula es hacia dónde conduce la estrategia enarbolada por la sobrinita de Evangelina. “Si no la(s) sostiene con talento no va a llegar muy lejos”, decía una muy seria Susana Roccasalvo en el programa “Indomables”, el lunes pasado. Jorge Rial se peleó contra su propio videograph que titulaba como “papelón” la actuación de la Salazar, ya que le pareció muy bien que la chica quisiera “llegar”, utilizando sus encantos, sean éstos adquiridos o venidos con los genes. El debate, en los distintos canales, abundó en eufemismos tales como “peaje” –o favores sexuales que paga una chica que quiere ser famosa a cualquier costo–, “sabe lo que quiere” –¿fama, dinero, amantes?– o “detrás de todo eso hay algo más” (como dijo Luciana, “hay sentimientos”) dejando en claro que mal que les pese a quienes alguna vez mostraron sus tetas como símbolo de emancipación, el largo camino parece recorrerse hacia atrás. Lo gracioso es que parece fuertemente instalado el rumor que indica que cierta fama se paga, y no ciertamente con sacrificio, rumor que nadie desmintió, apenas se dudó de la posibilidad de sostener dicha fama –y dichos pechos, vale decir–. Todo eso sin mencionar el rubro en que se podría ser famosa, cosa que ya ha logrado la niña de marras aunque desdeque llegó a ese clímax sus tetas parecen haberse convertido en el soporte ideal de otras publicidades, como la del familiar programa “Videomatch”.
Pero la apoteosis de tanta teta en la pantalla llegó con un miniconcurso organizado en el programa de Pettinato, protagonizado por unas cuantas chicas émulas de la Salazar que mostraron lo suyo ocultando sus pezones bajo el logo de “Indomables”. Fue tan cruda la exhibición al mejor estilo exposición rural que las chicas se sintieron intimidadas y fueron presas de súbitos ataques de timidez, cosa que volvía todo mucho más obsceno. Por no mencionar el lógico desagrado de Gisella Marziotta, que sólo atinó a decir “no estoy de acuerdo con este tipo de concursos”. Sin embargo, la cara de tujes de las dos mujeres del programa pasó como un detalle gracioso, casi como si fueran pacatas o demodé. Tanto que no pudieron articular cuál era su desagrado, lo que hubiera sido muy útil en pos de la denigradas figuras femeninas. En otros míticos programas, como el del señor Chiche Gelblung, otras tantas mujeres permanecieron mudas o diciendo huevadas tales como “no representa a la mujer argentina”. La mudez se explica por algunas palabras previas tales como “yo no me las pongo porque me da miedo (a las siliconas)”, según la misma ofendida Marziotta.
Si algo queda por decir en medio de tanta exhibición troglodita –haciendo referencia sobre todo a las infinitas repeticiones del acting de la prima de Julieta Ortega, la única que intentó defenderla diciendo que “lo mejor está detrás”– es: ¡Chicas, rescátense! Ya nadie se escandaliza porque se muestren las tetas, no hay tal debate, son meras excusas para seguir mostrando una y otra vez, una y otra teta sin una pizca de vergüenza por ese deporte nacional que el vulgo ubica entre los pajonales. Terminemos con esta farsa de si está bien o mal, si llegará cerca o lejos la chica de las siliconas, mostrar las tetas de ese modo solo hace subir el cachet que se cobra dentro de los cuartos de gerentes y managers varios, que tal vez consigan algún papel para la pupila de turno. Cada una hace lo que quiere, pero, chicas, tampoco hay por qué soportar cualquier cosa.